Dice el antiguo proverbio: «No dejes que el árbol te impida ver el bosque». Útil para aquellas situaciones en las que un detalle se entiende de una manera diferente a como debiera, solo por el hecho de no evaluarlo en su contexto. O, por decirlo de otro modo, censura la estrechez de miras que tiene el ser humano ajeno tantas veces al sentido común.
El artista holandés Jan Hendrix (Maasbree, 1949) puede presumir de no ser como ellos al tiempo que ha hecho de esas palabras una suerte de mantra personal para enfocar su trabajo, expuesto bajo el título ‘Wolftree‘, hasta el próximo 22 de mayo en la sede del Instituto de México, en Madrid.
Su obra es ciertamente peculiar. La alusión al bosque, llegados a este punto, no es casual. Sus creaciones, elaboradas a partir de dibujos en todo tipo de formatos y materiales, casi siempre retrotraen al entorno natural, a sus raíces personales, ancladas en el ámbito rural en el que vivió la infancia. Su familia poseía una explotación agrícola y el contacto con la tierra le llevó a acostumbrar sus ojos a una mirada distinta que no solo iba más allá de lo individual –el ‘árbol’, como anticipaba el refrán– sino que fue capaz de alejarse para captar la esencia del todo o –y esta es la paradoja– acercarse lo suficiente para retratar la esencia de las cosas.
Se especializa en buscar paisajes dentro de los paisajes aunque para ello Holanda se le hace pequeña y hasta monótona. Visita Noruega e Islandia frecuentemente pero será México el lugar que le conquiste: desde la primera vez que lo pisa, en 1975, hasta 1978, año en el que decide quedarse allí, viaja de forma recurrente y lo establece como base de operaciones para desarrollar su lenguaje visual, en el que el juego de luces y contrastes y las composiciones fractales le aportarán nuevas herramientas para sus obras.
Surgen entonces inesperadas composiciones a medio camino entre lo onírico y lo estrictamente matemático. Se trata de la desnaturalización de lo natural: las montañas se transforman en líneas que trazan y delimitan terrenos; las hojas y sus nervaduras son siluetas que bien parecen mosaicos, alas de insecto o acaso carreteras; también las rocas cuya dureza pierde sentido ante el reflejo de sus texturas… En definitiva, Hendrix ofrece cualquier elemento reinterpretado desde sí mismo. Él lo define con estas palabras que bien podría ser otro proverbio: «Un bosque es el paisaje de un árbol y este es el paisaje de una hoja».