Rebecca, siempre presente

reb01Rebecca‘ es con dos ces. Yo te lo escribí con una. Perdona. 🙂

El caso es que este viernes la vi. Permíteme que se la presente a los patos…

Rebecca‘ es la historia de una ausencia que abandona lo etéreo para asumir una conciencia casi material que alcanza todo, que atormenta a todos y que extiende el manto de su recuerdo sobre cada aspecto de la vida cotidiana en una antigua mansión británica, Manderley. Y en el eje del tormento se halla su viudo, Maxim de Winter, un hostigado gentleman en cuya actitud triste y taciturna adivinamos, veladamente, una alegría y vitalidad irrecuperable, fallecidas al tiempo que su esposa.

Sus visitas a la costa azul francesa no le mitigan la desazón. Es ahí donde le conoceremos. Y la impresión no es nada buena: se trata de un personaje elegante y bien parecido pero con trato brusco, amargado, de un ser totalmente puesto a la defensiva y más si, como parece, la primera imagen que tendremos de él es la de un hombre al filo de un precipicio del que está (o lo parece, al menos) a punto de tirarse.

Es verdad que en las películas de Albert Hitchcock nada es lo que parece. Y ya en esta, su primera cinta rodada en Estados Unidos (1940), parte de ese lenguaje está claramente presente. No, no les descubrimos nada si avanzamos que Maxim no se arroja al vacío pero ni siquiera la entrada en escena de la dulce joven de nombre desconocido que le sorprende en el lance le suaviza el talante.

Y ya debiera, porque esta mujer, intepretada por Joan Fontaine, se convertirá pronto en la esposa del millonario y, consecuentemente, en la nueva señora De Winter.

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Sin embargo, lo que la inocente señorita -ya convertida en señora- interpreta como un paso hacia una felicidad eterna en la que ella hará olvidar a la antigua esposa pronto se convierte en una vida aburrida, sombría y en la que todo parece conspirar en su contra. Su existencia en una mansión inmensa y aislada, en la que poco o nada se puede hacer y donde el único contacto con el mundo exterior es a través de su marido o del servicio, comienza a provocarle una cierta sensación de claustrofobia. Eso y, por supuesto, la presión añadida de verse de la noche a la mañana convertida en una señora de la más alta escala social, tan ajena ella a ese mundo elitista. Y mientras Maxim permanece ajeno a la realidad, sin prestarle mucha atención y aparentemente absorto en el doloroso pasado, ella sufre en silencio no ya solo esta atmósfera opresiva sino la maldad del ama de llaves, la señora Danvers, que no duda en aprovechar cualquier detalle para dejarle claro que señora De Winter no hay, ni hubo, ni habrá, más que una… y que obviamente no es ella.

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El punto de inflexión de la cinta se produce cuando, por un hecho fortuito, hallan el barco en el que murió ahogada Rebecca… con su cuerpo dentro. Se empieza entonces a desmadejar una historia que descubre que la difunta no era ni tan perfecta ni tan adorable. Muy al revés, aquella relación se basaba en el odio más profundo, una relacion tóxica que acabó de forma trágica y violenta. Pero ella siempre estuvo presente, aún muerta: su recuerdo para unos es la  bondad pero para el atormentado Maxim es el miedo, el odio y la personificación de las peores cualidades de un ser humano: «Fui arrastrado por ella como todos los que la conocían», confiesa. «Cuando nos casamos dijeron que era el hombre más afortunado de la Tierra. Era tan encantadora, tan culta, tan divertida… pero nunca fui feliz con ella».

«Deseé matarla», continúa el protagonista, antes de preguntarse «quizá estaba loco… o quizá lo estoy… ¿verdad que no se puede estar cuerdo viviendo con el diablo?». Sea como fuere, ella forzó las cosas poniendo a Maxim al límite y este reconoce que el odio le hervía la sangre cuando escuchó que el hijo que se gestaba en ella difícilmente fuera suyo. Suficiente para actuar aunque en ese momento ella cae, se golpea, y muere. ¿Quién podrá creer que, por muchas ganas que tuviera de acabar con ella, todo fue un accidente? Así pues gesta una trama perversa: él hunde el barco con el cadáver dentro y entierra a otra mujer desconocida en su lugar. Ganaba libertad física pero claro, la obsesión convirtió su cabeza en una cárcel acaso peor y seguro más traumática.

Salir de la misma una vez que la verdad queda próxima con el hallazgo implicaría, seguramente, pasar de la prisión espiritual a la física pero el presunto canje le compensa. Y es que son escenas en las que se le ve más relajado -a pesar de los pesares-, más expresivo y más humano, lejos del personaje arisco, tenso y atormentado de la primera parte de la película. Y además, en un último giro del argumento, se liberará del todo al conocer que Rebecca padecía un cáncer que la hubiera matado. Sin embargo, su grado de manipulación era tal que inventó la historia del hijo bastardo para forzar a Maxim a acabar con ella. «Suicídame», le venía a decir. «Se suicidó», decretó la investigación.

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Una película excelente, tensa, digna de Hitchcock, que además de lograr dos Oscar (uno a la mejor película) también dejó, como casi toda obra en la filmografía del director británico, anécdotas que delatan su falta de escrúpulos para con sus actrices. En este caso, según wikipedia, le hizo creer a Fontaine que los miembros del rodaje la odiaban, a fin de sacar su lado más tímido y apesadumbrado.  Y, más curioso y benévolo está el asunto de la prenda de vestir, que no sabía tampoco que si hoy en día hay que echarse una ‘rebequita‘ encima cuando refresca, es por culpa (o gracias o viceversa) a esta película.

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