La fotografía es, muchas veces, un viaje en el tiempo donde el marco que porta la imagen no es la madera que lo fija en la pared donde se expone sino el contexto en el que fue hecha, acaso más importante que lo que se ve a simple vista. Es por ello que, en la retrospectiva que Fundación Mapfre presenta sobre el estadounidense Garry Winogrand (Nueva York, 1928-1984), sea tan importante no sólo el ‘qué’ sino el ‘cómo’, el ‘cuándo’ y el ‘dónde’.
El bien llamado ‘cronista de América‘ posee una obra ingente pese a su prematura y repentina muerte, que le llevó a dejar sin revelar y organizar miles de negativos de su última etapa. Esta muestra que se puede ver en Madrid hasta el próximo 3 de mayo ofrece imágenes que ni siquiera el propio autor llegó a supervisar.
Pero la importancia del trabajo de Winogrand va más allá de esta curiosidad. El neoyorquino pasa por ser una de las figuras centrales de la fotografía del pasado siglo por su original lenguaje visual y por su afán de retratar todo lo que le rodeaba con su mirada particular. Hay mucho de costumbrismo en su obra. De hecho, casi toda ella ofrece temas similares, siempre ligados a la vida cotidiana en sus más diversas manifestaciones.
En los primeros años tira de lo que tiene más a mano, que es la ciudad de Nueva York. En la muestra, esta línea argumental se agrupa bajo el título ‘Bajando del Bronx‘ y ofrece fotos de la que, por entonces, era la capital del mundo (¿ha dejado de serlo en algún momento?), justamente en un momento de entusiasmo colectivo. Se trataba de una prosperidad inesperada poco después del fin de la II Guerra Mundial y que supuso una contraposición más que obvia al clima cetrino que sobrevino después de la primera contienda mundial, con especial negatividad en torno a la crisis del 29. Pero el momento retratado está muy lejos de ese pesimismo y las fotos dan fe de ello con profusión. El dinamismo de la ciudad se muestra en su gente, que pulula despreocupada de aquí para allá o que participa en desfiles, eventos deportivos, que visita el zoo, la playa, o que acude a los mítines que encumbraran a figuras vitales de la política yanki como JFK o Richard Nixon. Ni rastro de pobreza ni de necesitados, lo que extraña no solo hoy en día sino en su propio tiempo, cuando reflejar lo menos lustroso de la sociedad era casi un rasgo definitorio del canon de artista del momento, del que Winogrand rehúye.
En esos años el fotógrafo también se mueve por el país con el mismo entusiasmo que en la Gran Manzana. Es la época en la que él mismo se define como un «estudiante de Norteamérica«. En sus idas y venidas cambian los paisajes pero no el afán por retratar aquello que sus ojos señalan como definitorio de la cultura autóctona. Comienza a percibirse un halo de desesperanza y una suerte de regusto amargo, como si toda la felicidad comenzara a perder brillo. Es algo que no será demasiado perceptible y que, en palabras del comisario de la exposición, permanece disimulado gracias a un ‘truco’ del autor: «En su obra la alegría hace tolerable la desesperanza y esta, a su vez, hace que la alegría sea creíble».
La última parte de la exhibición incide en estas líneas. ‘Auge y declive‘ sigue ofreciendo sonrisas aunque la amargura ya se palpa en muchas instantáneas, puede que incluso desde el mismo momento en el que accionaba el disparador. Y es que si bien Winogrand mantuvo el tono casi obsesivo de disparar, no lo tuvo tanto a la hora de ver qué había capturado. Puede que tuvieran algo que ver las críticas sobre la pérdida de fuerza de su trabajo que recibió, quién sabe. O puede que, sea como estudiante, testigo o cronista, fuera consciente de que dar fe de un país tan extenso era una tarea inabarcable y que no admitía distracciones. Tal es su legado.
Muy buen analisis del trabajo de Winogrand. Saludos.
Muchas gracias, Jose Luis. Con ese material la verdad es que sale casi solo 🙂