Bernadette, Joop y yo

No conozco a Bernadette ni a Joop. Tampoco a Ellen y Frank pero las dos cosas que sí sé son: 1) que los unos acudieron a la boda de los otros el pasado mes de mayo; y 2) que nunca voy a conocer a ninguno.

También sé que los primeros, que son los que nos ocupan, residen en Amsterdam. Podría concretar más y deciros la calle y el número exacto de su casa pero igual nos metemos en un lío. Es bastante con decir que los dos, ya jubilados, viven en la ciudad de los canales aunque pasan largas temporadas, sobre todo en primavera y verano, en la pequeña isla holandesa de Texel, en su caravana. Tienen cinco nietos, con edades comprendidas entre 13 y 17 años.

La ceremonia, sin embargo, se debió celebrar en la casa familiar de Frank, cerca de Nueva York. Es una casa donde Joop y Bernadette estuvieron invitados hace aproximadamente 15 años y, aun hoy, recuerdan aquel jardín donde les recibieron con una barbacoa. La invitación para la boda fue el primer contacto en años entre Joop y el hijo de sus amigos quien, como a él, siempre le había gustado ser camarero y regentar un local… hasta tal punto que Joop «no podía imaginarse haciendo otra cosa» cuando trabajaba en ello durante su época de estudiante.

Un lustro después de aquella barbacoa, el padre de Frank cayó enfermo. Y Bernadette y su esposo, que también visitaron Miami, donde se hallaba entonces, pudieron comprobar cómo el aplicado hijo que ahora se casa cuidaba de su progenitor, algo «que todo padre querría», según la pareja holandesa.

El relato de las memorias de ambos acerca de la familia de Frank -y también, ya la de su esposa Ellen– es algo verdaderamente emotivo, lleno de buenos deseos y recuerdos bellos y sinceros que hablan de una extraordinaria relación entre familias. Pero tal vez es algo que yo igual no debería haber leído ni haber sabido.

La fachada, con el portero automático que inició todo. Lo rojo es una plaquita donde venía el nombre 'objetivo'
La foto de la fachada que inició todo. Lo rojo es una placa donde venía el nombre ‘objetivo’

El cómo pude inmiscuirme en la vida privada de esta gente es una historia que empieza hace unos tres meses. Caminaba por Amsterdam y algún detalle en la fachada de la casa me llamó la atención y lo capturé. Sin más. Al revisar la imagen en el ordenador, ya en casa, leí el nombre en el buzón. Y decidí hacer la prueba: buscar en la Red. A ver qué salía. Y salió lo que les he narrado. Aunque tengo que reconocer una trampa: la historia de Bernadette y Joop no es exactamente la de la familia que encontré sino, al parecer, la de otra que se llama igual. Creo que en el fondo da igual, realmente. El efecto viene a ser el mismo.

Me impresionó mucho un vídeo que vi una vez, en el que se veía cómo habían plantado una carpa, en una plaza de Bruselas, en la que un presunto mentalista se encargaba de adivinar cosas sobre la gente que le visitaba, toda ella ‘captada’ al azar en la calle. El hombre, vestido impolutamente con una ropa amplia y blanca, pelo largo y canoso, ojos claros, transmitía por su aspecto y sus ademanes una notable espiritualidad aun en el sencillo gesto de invitar al interlocutor a tomar asiento. Era entonces cuando constreñía los ojos, tomaba la mano de la persona que tenía delante y, con una voz que ganaba poco a poco en seguridad comenzaba a revelar detalles de la vida ajena.

«Tu mejor amiga se llama…» o «este pasado verano estuviste en nosedonde»… el vidente no falla una, resulta impresionante. A una chica, incluso, le recita el número de su cuenta corriente. El vídeo es este:

Había truco, claro. Al final una de las paredes de la carpa se corre cual cortina de teatro y la magia queda destripada: un grupo de gente pegada a sus ordenadores se afana en hallar todo rastro de la persona en Internet. Puede que las redes sociales sean la ‘mina’ de datos personales más obvia en la red pero la campaña, que en el fondo era eso, quería concienciar a la gente acerca de qué es lo que realmente quiere mostrar y a quién, algo que a veces no es del todo controlable. Piénselo cada vez que incluya sin miramientos su dirección de correo electrónico o su información en páginas de dudosa confianza. El gran negocio en la Red estos días es, entre otros, el comercio de datos personales. Y un efecto perverso, directo y siniestro derivado de ello es la absoluta pérdida de control sobre nuestra privacidad.

Mi ejercicio con Joop y Bernardette perseguía demostrarlo de alguna manera. ¿Seré capaz de encontrar algo sobre ellos a partir de un nombre al azar, de una dirección, de una ciudad? Pues sí. Sin ser ningún experto, sin dedicarle mucho tiempo y sin que, presuntamente, esta pareja haga un uso intensivo de las redes sociales, les encontré… en el libro de visitas de la web creada con motivo de la boda de unos amigos. Un lugar insospechado. Ellos nunca imaginarían que alguien les estaría observando…

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