Llanto con efecto retroactivo

¿Quieren llanto, quieren pena? Bien. Olviden todo drama propio y ajeno y si, como este pato que escribe, se encuentra usted ya en la treintena (más o menos larga), sigan adelante. El otro día vi o leí en algún lado una lista sobre muertes de personajes carismáticos en series de televisión o películas. No recuerdo la página, lo siento, pero tuvo que ser alguna muy parecida a esta.

De hecho, las dos píldoras de hoy están incluidas en dicha recopilación, como no podía ser de otra manera. El misterio es por qué esta mañana me he acordado de David el Gnomo y de su muerte, o del fallecimiento de la madre de Bambi. Que pese a las décadas entre aquel primer impacto y hoy, la llantera parece que sigue poniendo la piel en carne viva. ¿Me acompañan… en el sentimiento?

Ver de nuevo la muerte del pequeño gnomo tiene un carácter peculiar si se tiene en cuenta el paso del tiempo y los recuerdos, no siempre fieles a la realidad. Repasar la secuencia final resulta curioso. Y no solo porque redescubres que el personaje muere, sino porque en el lance se ‘lleva por delante’ tanto a su esposa como a otro gnomo (que no sé quién es). El caso es que los tres parten de una particular última cena en la que, entre otros manjares, se ponen tibios de bebida para pasar el trago, imagino. Minutos después salen del refugio, se montan en el zorro Swift e inician el camino hacia la llamada ‘montaña eterna’, todo bajo una intensa nevada. Al pie de la misma, comienzan los lagrimones. Cesan las precipitaciones, los gnomos se despiden del animal para siempre e inician ese ascenso hacia la cumbre, primera parada hacia el ascenso definitivo mientras a nosotros, niños inocentes, nos van hundiendo poco a poco en la más absoluta de las miserias.

Pero queda más: otro golpe directo al estómago: el zorro se marcha entre dudas y no resiste, así que vuelve a por su amo. Sin embargo, le encuentra ya en el punto álgido de la película, en un idílico prado lleno de flores agitadas por la brisa y abrazado a su esposa, con quien comparte unas palabras de amor en un momento bonito pero inevitablemente cursi, que solo rompe el cortarrollos del tercer gnomo, que seguimos sin saber qué pinta ahí. Y nunca lo sabremos porque el cambio de escena trae el desenlace: los tres duendecillos se convierten en un árbol mientras la brisa sigue soplando y el zorro se desmarca con un aullido (¿un aullido un zorro?) lastimero, lastimero. Tanto, que ni el hecho de que minutos después encuentre a la zorrita de sus sueños nos quita esta angustia de décadas que llevamos tan tan dentro.

Pero al menos lo de los gnomos lo lloramos en casa al verlo en la tele. Con la madre de Bambi, no. Ahí picamos, fuimos al cine, pagamos la entrada, compramos palomitas y un refresco para pasar un buen rato y todo, para que nos la metieran doblada. Nos traumatizaron con esa escena que, como antes, se inicia en un escenario idílico, también nevado (se admiten interpretaciones). Es una escena relajada que nos hace bajar la guardia… y sin previo aviso, el susto, la madre del ciervo más famoso -y tristón- de la historia y la frenética huida, con el sonido de disparos de fondo.

Una de esas balas estaba dirigida directamente a nuestros sentimientos pero solo la notamos dentro al final de la escapada: Bambi llamando a su madre y diciéndole que su escondite era seguro. Solo guionistas con una mente enferma podrían alcanzar tal grado de crueldad. Para ese momento la nieve ya difumina la imagen, el silencio se ha adueñado del escenario y la voz del gran ciervo que le da la noticia no puede ser más fúnebre, ni los ojos del animalico más propios de un corderito degollado. Nosotros nos quedamos peor, incluso. Deprimidos y estafados.

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