Es otra víspera. Será el último amanecer con vistas a la Torre Madrid, que durante estos últimos meses me ha contemplado cara a cara cada mañana. Los resquicios de la vetusta ventana dejan pasar un hilo de frío que cala la piel pero sin embargo, y solo porque me quedan pocas horas para disfrutar estas vistas, me quedo buscando en la noche la silueta de esa mole de hormigón que se esconde en la oscuridad y solo se deja intuir a través de dos luces: una blanca desde su interior, rozando el cielo; y otra roja allá en lo alto, regateando nubes.
Cierro los ojos y recuerdo aquella tarde en la que nos conocimos. Le di la espalda, mientras aguardaba en silencio quién sabe qué, sentado encima de una de las cajas que me asfixiaban y sin saber por dónde empezar a deshacerlas, por dónde empezar una nueva vida. Esta noche -ahora-, como entonces, hay todo un futuro prometedor y emocionante por vivir. La diferencia es que esa Torre no me mira con el recelo del primer día sino con una cierta pena al saber que no volverá a estar en el visor de mi cámara, en el marco de la ventana o en mis ojos cada vez que echaba un vistazo al cielo de Madrid. Me ha gustado tener un rascacielos para mi solo, aunque desde mañana -hoy ya- compartiré un nuevo firmamento, nuevas luces, nuevos retos… una nueva vida. Una nueva aventura con una compañera de vida con la que hacer épico, glorioso y feliz un cielo lleno de nubes.
Sale el sol. Una última mirada.
me gusta y me resulta cercano, te deseo suerte en tu nueva aventura, seguro que también habrá otro rascacielos o no, pero otro cielo para mirar con más nubes y estrellas seguro que sí. Un abrazo. Gla
@glautoestima