Ausencias que nos hacen humanos

No conozco a Lynne Cohen, y hoy tampoco será el día en el que le pondré cara. Es irónico pero esto mismo ya puede verse como un rasgo definitorio de su obra, porque la exposición que le dedica Fundación Mapfre en su sala Azca de Madrid ofrece 86 fotografías en las que el ser humano, como ella, se torna en protagonista desde su ausencia.

'Living Room, Racine, Wisconsin' (1971)
‘Living Room, Racine, Wisconsin’ (1971)

Y es que la obra de esta fotógrafa nacionalizada canadiense (Racine, Wisconsin, 1944) se nutre exclusivamente de imágenes de interiores, de lugares creados por el hombre para su uso y disfrute en los que la asepsia del vacío inicial va moldeándose a medida que pasa el tiempo. Es una primera manera de aproximarse a salones o a cocinas, lugares de una cotidianidad aplastante y que hasta el momento en el que centra su objetivo en los mismos (década de los 70), únicamente las películas de la época habían mostrado al resto del planeta. Su forma de congelar el tiempo resulta irónica y crea cierta aprensión, ya que ofrece una vista de espacios comunes en los que, sea por la rutina, las prisas o por pura pereza, no solemos fijarnos del todo.

La primera extrañeza surge, como decimos, no tanto de lo que está sino de lo que no está. Y lo que echamos en falta son las personas, por mucho que todo esté dispuesto de tal modo que bien pudiera esperarse que aparezcan en cualquier instante. Su huella se palpa en el orden prefabricado de esos lugares, en la simetría rayana en lo obsesivo que existe en ellos y en unos detalles que solo se revelarán ante nuestros ojos si hacemos el ejercicio de observar de una forma más pausada. Es entonces cuando el desasosiego deriva en lo surreal y la artista logra el primero de sus objetivos: poner de manifiesto lo artificial del estilo de vida estadounidense de la época.

‘Exhibition Hall’ (1977)
‘Exhibition Hall’ (1977)

El paso del tiempo consolida estas claves que se adivinan en sus primeros trabajos. Es cierto que se van ampliando los formatos hasta alcanzar, en algunos casos, la «monumentalidad», según la comisaria de la exposición, Nuria Enguita; también se incorporan al catálogo nuevos escenarios desde los que denunciar, en este caso, el presunto control que, desde los mismos, se ejerce sobre la sociedad. Así, el espectador se sitúa en balnearios y spas, en fábricas, en laboratorios e incluso en instalaciones militares. Y nuevamente surge esa sensación inquietante de estar solos en sitios habitualmente llenos de vida o de ruido, como una especie de naturaleza (artificial siempre) muerta, como una visita a una ciudad abandonada a la que estamos invitados pero, al mismo tiempo, abandonados a nuestra suerte.

El uso del color es otro de los elementos que se incorporan, no sin ciertas reticencias, a la obra de Lynne Cohen. No es por un afán documental ni técnico, sino por las nuevas posibilidades de denuncia que le proporciona. El color, entendido como una manera de recalcar, de subrayar y de ser redundante en la nitidez de esas tomas captadas con una velocidad de obturación lentísima. Tanta, que la seda en la que se convierte el agua en los spas, sin ir más lejos, ya puede funcionar como un mensaje en si mismo, como una instrucción para el que quiera asomarse a las ventanas que nos abre en cada imagen: «Tómate tu tiempo para hacer visible lo que el día a día hace invisible, para ser consciente». Un primer paso para recuperar el uso y disfrute de nuestros sentidos y por qué no, sentirse humano de verdad.

‘Laboratory’
‘Laboratory’

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