Lynne Cohen, lugares habitados por sus ausencias

Las prisas o la fuerza de la rutina son motivos más que poderosos para que los escenarios en los que desarrollamos nuestro día a día se diluyan y poco menos que dejen de existir. Usar los sentidos requiere de un ejercicio de neutralidad y de pausa que no siempre podemos o sabemos hacer. Lynne Cohen (Racine, Wisconsin, 1944), fotógrafa, pensó que su cámara podría ayudarla a hacer esa reflexión sobre nuestro entorno y, en realidad, sobre nosotros mismos y nuestra cotidianidad. El resultado, toda una vida profesional que ofrece un catálogo de lugares hechos por humanos para los humanos pero, paradójicamente, sin su presencia.

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‘Factory’ (1994) © Lynne Cohen, Cortesía de la artista

Fundación Mapfre trae a Madrid, desde este miércoles y hasta el 11 de mayo, la primera gran retrospectiva de la obra de esta canadiense, poco conocida en nuestro país aunque posea un bagaje de décadas desnudando de gente lugares llenos de vida y ruido. Se trata, pues, de una colección que requiere una digestión lenta y que invita a la reflexión y también, por qué no, casi al juego de hacer visible lo aparentemente invisible.

Aún abarcando más de 40 años, las 86 imágenes que se pueden ver en la sala Azca tienen muchas cosas en común. Existe una uniformidad en el estilo desde su misma concepción porque todas son tomas de interiores, siempre de puertas hacia dentro. La suya es una mirada íntima e irónica allí donde únicamente se habían asomado las películas de Hollywood. Cohen, con una formación más orientada hacia la escultura y el arte en general que hacia la realidad como la entendería un fotógrafo de vocación, toma el salón o la cocina de una casa, por ejemplo, para ofrecer otra visión muy personal de este estilo de vida americano, excesivamente artificial en su opinión. Como si de bodegones se tratara, los instantes captados en realidad no son tales, sino verdaderos teatros en los que sus actores no están a la vista pero su huella es tan patente que uno puede y casi debe imaginárselos pululando por allí y esperar que irrumpan en cualquier momento.

Obsesión por la simetría

Son sus primeras fotografías, pero en ellas ya se marcan las líneas maestras de su trabajo: la obsesión por la simetría, el orden y la claridad. Hasta las luces, blandas, armonizan unas escenas que bien pudieran aparecer en catálogos de mobiliario. Pero es entonces cuando uno percibe que hay cosas que inquietan y detalles que transmiten un mensaje que esa vorágine del día a día impide captar bien: nada es lo que parece. Dicho de otro modo, en palabras de Nuria Enguita, comisaria de la exposición, a Lynne Cohen «le interesa lo que está fuera de lugar […] las cosas que no tendrían que estar ahí». Descubrirlas a través de su objetivo es la propuesta que nos ofrece.

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‘Sin título’ (2003/2013) © Lynne Cohen, Cortesía Olga Korper Gallery, Toronto

La muestra también resulta especialmente interesante porque hasta ahora ni siquiera la misma Cohen había contemplado sus obras de forma cronológica. Aunque el detalle redunde en su escaso y reconocido interés documental y su preferencia por lo artístico, contemplar sus fotografías ordenadas en el tiempo permite ver cómo va incorporando nuevos lugares a su imaginario particular. Con los mismos conforma una geografía propia que se nutre de sitios desde los que critica el autoritarismo y la manipulación que, presuntamente, se ejerce desde ellos sobre la sociedad. No hay muchos, pero estos resultan, cuanto menos, peculiares; y su puesta en escena, más si cabe. Son balnearios (algunos en España), laboratorios, fábricas o instalaciones militares, principalmente, captados tal cual, solitarios, sin ningún tipo de escenografía, lo que les aporta un cariz irreal, onírico, a veces absurdo y siempre extraño.

Una invitación a un mundo invisible

En paralelo, a la diversidad de emplazamientos le va añadiendo paulatinamente a sus fotos mayor distancia con los objetos y «más monumentalidad en cuanto al tamaño y más barroquismo», según Enguita. Cobra especial sentido la técnica, en la que la querencia por el uso de la mayor profundidad de campo permite una escena sobrecargada y en la que la nitidez, unida a las grandes dimensiones de la obra, facilitan la inmersión en esos espacios vacíos de gente, que no de significado. Lo dicho, una invitación a la reflexión y al análisis de nuestro entorno.

Es un camino similar al del uso del color, que introduce con una cierta reticencia durante los años 90 pero que, ya en la última década, desplaza casi definitivamente al blanco y negro con el que había trabajado. Sin embargo, lejos de dar el paso por una cuestión de necesidad informativa, ella lo asume como una manera de recalcar el artificio presente en algunas de las escenas que inmortaliza. Es una manera de subrayar que, a poco que seamos capaces de mirar lo que nos rodea en nuestro día a día, hay un mundo invisible que habla de lo que somos mucho más cerca de lo que podríamos pensar.

Lynne Cohen, lugares habitados por sus ausencias‘ es un artículo publicado originalmente en ARNdigital

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