La vida de los otros

Atención a las víctimas tras el accidente de tren de Santiago, el pasado mes de julio

Las tragedias rara vez entienden de lógica. Al menos desde nuestra percepción del mundo nos cuesta entender por qué, a veces, la naturaleza azota con una fuerza desmesurada zonas del planeta arrastrando en su insensible destrucción muchas vidas humanas o por qué, sin aparente motivo, sucede un accidente que desborda la normalidad o un loco acciona una bomba en un sitio concurrido.

Solo sabemos que no sabemos nada: estos fenómenos suelen ser impredecibles y aleatorios; solo queda estar preparados y esperar que, si hay mal, sea el mínimo. Esto, por una parte. Sin que tenga mucho que ver una cosa con la otra reflexiono, al hilo del accidente de tren de Santiago del pasado mes de julio, en este tipo de ‘incidentes’ que se llevan consigo a mucha gente y en qué medida se tratan en la prensa los días posteriores. Accidentes, atentados, guerras o desastres naturales. Ya en la cercanía respecto a nuestro entorno se suele instalar la primera aduana en la que el sentimentalismo y la empatía solo pasan la barrera si se ‘declaran’ de forma adecuada. Recuerdo cómo, con mucho humor negro, comentábamos dentro de la redacción de un medio de comunicación que en circunstancias similares «el kilo de chino no valía lo mismo que el de un americano», por ejemplo. Piensen en ello: mientras que unas inundaciones en Centroeuropa ya son noticia porque haya tres o cuatro víctimas, el tifón de Filipinas que lleva miles de muertos no empezó a reclamar la atención de nuestro medios hasta que no se contaban por miles los fallecidos.

Buena parte de la culpa de esta percepción real la tienen ese catálogo de piezas arquetípicas que sobrevienen tras un suceso de esta índole. Y entre ellas, las de las víctimas. Ciertamente, cuando ocurre alguna desgracia semejante me importa más bien poco la historia de la gente. No me entiendan mal: no digo que ellos me den igual pero me parece excesivo el querer poner en primera línea a gente anónima sin muchos más méritos, en principio, que ir sentado en la butaca de un tren o de un avión o estar tomando un mojito en la playa durante un tsunami.

"Pinche para conocer la historia de cada víctima"... ¿de verdad es necesario?¿realmente aporta algo?
«Pinche para conocer la historia de cada víctima»… ¿de verdad es necesario?¿realmente aporta algo?

Pienso que es gente normal y corriente y simplemente han tenido mala suerte. Y personalmente lo mucho o lo poco que me afecte un suceso se basa en el hecho en sí mismo y en la manera en la que se relacione conmigo de alguna manera, en los puntos en común entre el contexto en el que algo pasa y mi propio entorno. En definitiva, en aquello del «te puede pasar a ti» aplicado a las circunstancias. Me impresiona, como creo que a cualquiera, el número de víctimas. Sin embargo, no necesito saber los nombres y apellidos de la gente, sus profesiones, el número de cuñados, hijos y sobrinos, etc., todo ello con música melodramática y locuciones lacrimógenas: sus «historias». Me da un poco de reparo supersticioso encontrar los días posteriores en la prensa fotos de sus cumpleaños, los estudios que han hecho o las aspiraciones de ir a un país exótico que tenían. Siento una cierta aprensión y bastante vergüenza ajena si pienso en la ‘investigación’ previa, en el buceo en sus ‘facebooks’ o similares, seguramente a veces hallando documentos que a lo mejor ellos mismos no hubieran querido o permitido publicitar de puertas para fuera. Si fuera el familiar de una de estas víctimas tampoco me haría mucha gracia, seguramente.

Creo que a veces se estiran los temas de una manera artificial y este es uno de los caminos menos respetuosos y poco informativos por la mínima relevancia que tienen para la noticia en sí. Si se estrella un avión o cae un meteorito, ¿qué más da que la víctima estudie Filología o quisiera ir a Zambia? ¿Influye el que una víctima sea fan de un cantante para explicar las causas de algo? Nos empachamos con el 11-S, lo vivimos en nuestras carnes en el 11-M, en esos trenes que yo por ejemplo cojo a diario. Recordaba Santiago como fue el tsunami en Asia de 2004, el tifón de estos días en Filipinas o como será cualquier cosa mañana. Me parecería más  interesante volver un tiempo después y explorar qué huella queda, qué mejoró a partir de ahí en las circunstancias del lugar o, esto sí, cómo la gente venció el miedo a la incertidumbre que para algunos, por mera cuestión de mal fario, resultó fatal; dicho de otro modo, focalizar en los vivos, en cómo es la rutina de esa gente que sencillamente tuvo más suerte. Pero cebarse en sentimentalismos sobre los que no pasaron el corte no me gusta.

Suele decirse que el dónde y a quién le ocurre algo es una lotería y, llegados a este punto, ¿por qué no preguntarse si este efecto en lo malo se ve también en lo bueno? Y la respuesta es afirmativa. Precisamente cada año, ya lo dijimos en su momento, el Gordo de Navidad ofrece una retahíla de piezas fabricadas con el mismo molde, año a año. Respecto a los premiados, se puede decir lo mismo. Sabemos que alguien se dedicará «a tapar agujeros», otros darán la vuelta al mundo y alguno que otro ya le enseñado a su jefe el dedo central de la mano mientras salía por la puerta. Y por supuesto nos meteremos en sus casas, a veces empapados en champán, para conocer dónde viven y en qué invertirán el dinero. No tengo claro si la oportunidad que ofrece la fama llama al morbo de querer entrar en cada recoveco, o viceversa. Pero convendremos en que, para una historia más grande, más seria, verdaderamente seria y en la que los protagonistas son más que nunca peones del destino, suele ser redundante, irrespetuoso y accesorio que nos recuerden que, sea lo que sea, te puede pasar a ti.

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