Dos lloran, uno solo sonríe

Lágrimas en el rostro de quien siempre luce sonrisa
Lágrimas en el rostro de quien siempre luce sonrisa

Ambos lloraban, pero solo uno sonreía. También había un tercero, testigo incómodo sin saber qué hacer o decir consciente, tal vez, que él tuvo el poder para que el reparto de sentimientos al que asistía pudiera haber sido diferente. Eran las lágrimas de dos ciclistas. Uno, campeón. El otro, segundo, ese puesto que la historia olvida, por mucho que la espinita clavada le vaya a seguir doliendo eternamente al protagonista.

El Mundial de Ciclismo ha coronado a Rui Costa. Se trata de un portugués de nombre típicamente portugués (que gana en Florencia donde, por cierto, un tocayo suyo triunfó en el equipo de fútbol años ha). Y es la primera vez en la historia de estos campeonatos que gana un portugués. Además, ha ganado de forma brillante, por ser el más fuerte pero sobre todo por ser el más listo, aprovechando un error táctico de sus compañeros en el podio. Así que es lógico pensar que el Portugal ciclista se ha llevado un buen alegrón y él, lógicamente, más.

A Costa se le vio emocionado ya al cruzar la meta. No sé si por ganar o por acabar una prueba que minimiza todo lo demás en cuanto a números: 270 kilómetros sobre la bicicleta. ¿A partir de qué momento se dejan de sentir las piernas? Parece que el portugués no sabía la respuesta a pesar de las siete horas y pico sobre el sillín o el clima infernal que ha endurecido aún más la carrera. Llora por ganar. ¿Cómo podría ser distinto?

El luso aguantó el tipo, la verdad, hasta más o menos la mitad del himno de su país, mientras la bandera de nuestros vecinos subía al mástil más alto. Jugó en su contra la melodía interminable que le representa. Así, la foto de su vida le muestra roto en lágrimas sobre ese codiciado maillot arcoiris. Pero en España las lágrimas que nos impactaron fueron otras, las de ciclista que estaba a la derecha del portugués con nombre portugués; las lágrimas de un español con nombre típicamente español: Rodríguez, Joaquim Rodríguez.

El ‘Purito‘ suele ser un tipo alegre que, de la misma manera que en su día destacamos de Pacquiao. Es cierto que ‘Purito‘ no es boxeador pero lo cierto es que se ha llevado más de un golpe duro, de esos que te mandan a la lona, más de una vez. Echando un vistazo a su palmarés vemos que es de esos deportistas de los que se dice que «siempre están ahí», que siempre lo roza, lo toca con los dedos. Ocurrió en el Giro del pasado año, cuando únicamente 16 segundos le separaron de la victoria. En ese 2012 acabó 3º en la Vuelta, posición en la que, ya en 2013, finalizó su primer Tour. Nótese que pese a su talento, el debut en la carrera por etapas más prestigiosa le llegó a los 31 años.

Este es, a grandes rasgos, el contexto en el que Joaquim Rodríguez busca con valentía el zarpazo al Mundial de Florencia. Quedan pocos kilómetros y su ataque abre un esperanzador hueco respecto al italiano Nibali, al que todos vigilan por considerarle el más peligroso, más aún corriendo en su país. El italiano mira impotente como ‘Purito‘ se aleja ante la contención de Alejandro Valverde, que obviamente no va a salir a por su compañero, y la sangre fría del portugués con nombre de portugués, casi tan buen jugador de póker como ciclista. La diferencia no pasa de los diez segundos pero el español mantiene el duelo un buen rato. El italiano acaba enlazando, Joaquim se queda atrás del grupo para respirar y vuelve a probar suerte…

Nibali explota. El italiano, con el culotte roto y la carne abrasada por una caída previa, entiende que la gloria no le va a curar las heridas. No, al menos, esta vez. Y se deja ir, mientras Rui Costa decide lanzarse a por el líder. Y aquí llega el presunto error español. Bien porque no puede, no quiere o quién sabe qué, Valverde opta por quedarse a rueda del ciclista local, ya cadáver a efectos de victoria, mientras Costa inicia la caza y captura del ‘Purito‘. Si el murciano hubiera salido a por su rival el interminable himno portugués hubiera cedido su puesto al interminable himno español en el podio. Porque, o frena al luso o le acompaña hasta el final y le gana, si la lógica fuera ley, que demostrado ha quedado ya la solvencia del murciano en llegadas como esta. Pero el murciano no sale.

Rui Costa, campeón del mundo, con los restos de emoción en forma de lágrimas aún en el rostro

Y el desenlace es dramático. Costa alcanza a ‘Purito‘ sin mucho esfuerzo. Se queda a su rueda. El catalán deja de pedalear, suplicando con su gesto que llegue su compañero o, sobre todo y por definirlo adecuadamente, resucitar para evitar lo inevitable. Que, como tal, llega. Con dignididad y orgullo, pero sin pizca de fuerza a esas alturas, vacío de energía, solo se rinde a 50 metros de la línea de meta. El portugués alza los brazos; el español también, aunque en su caso para descargarlos con rabia sobre el manillar. Jamás, ni siquiera en ese Giro de 2012, tuvo tan cerca un triunfo tan importante. Turno para los tópicos en la prensa mientras que el ciclista, segundo, 270 kilómetros y más de siete horas después de empezar, rompe a llorar. Con 34 años, sabe que se le ha esfumado la oportunidad de su vida. Y el haberle quebrado es un triste augurio de verdad en sus predicciones.

Y volvemos al podio, a las banderas, las medallas, los himnos interminables, las azafatas con los ramos de flores,  los saludos al público y la foto. La foto. Las lágrimas del primero y del segundo. Aunque solo uno sonreía.

Seres humanos y deporte.

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