A veces el mayor obstáculo hacia algo es dar el primer paso. Por eso recordamos y reconocemos a los pioneros en cada campo como mentes clarividentes, capaces de hallar soluciones con imaginación, inteligencia y tesón para abrir caminos inexplorados. El francés George Méliès (1861-1938) forma parte de este grupo de personajes que sobrevive al paso del tiempo y se erige como un referente del cine, no tanto por el aspecto técnico como por dotar a las imágenes de un halo de magia y suspense inédito hasta ese momento frente al absoluto realismo de las primeras películas, que retrataban escenas más o menos cotidianas.
Como todos sus contemporáneos, Méliès también quedó maravillado con solo ver a un grupo de obreros saliendo de una fábrica, por ejemplo. Pero como pocos, entendió que aquel invento tenía unas posibilidades casi infinitas para recrear mundos lejanos o imaginarios que poco o nada tenían que ver con lo más cercano a la vida del París de principios del siglo XX. Ese fue su primer mérito: tener la ambición de querer ir más allá. Dejar volar la imaginación en lo visual de la misma manera que Julio Verne, contemporáneo suyo, dejó patente en lo escrito.
Esa característica movió al galo durante toda su vida, a decir verdad. «Dibujante, mago, director de teatro, actor, decorador, técnico, productor, realizador…» su biografía le define como un versátil emprendedor especializado en todo lo relacionado con la imagen. Primero el dibujo; luego la fotografía y, finalmente, el cine: el feliz matrimonio quedaba consumado.
Caixa Forum ofrece, hasta el 8 de diciembre, una completa exposición que nos guía a través del universo personal del genio francés, un mundo hecho a su medida a través de objetos, dibujos, artilugios y, en definitiva, de magia e ilusionismo con los que convertía sus funciones y exhibiciones en asombro, sonrisas y emoción.
La colección concede una lógica importancia a su cine. No obstante, en su catálogo se cuentan más de 500 películas en las que la fantasía de unos argumentos a veces surrealistas se plasman con ingeniosos trucos que buscan la exclamación de la sala más que documentar la realidad. Y es que todo vale para el asombro de unos espectadores que, por aquellos tiempos de virginal inocencia cinematográfica, se abandonaban cual niños a unas ‘fotos en movimiento’ que le muestran extrañas criaturas y lugares legendarios.
Se dice que un mago nunca desvela sus trucos pero aquel que acuda a la muestra podrá acceder a ese mundo misterioso que subyace tras las apariencias. Disfraces, juegos de perspectivas, lámparas mágicas, maquillajes, sombras chinas, maquetas y trucos de todo tipo… hasta los fascinantes autómatas, que inspiraron la cinta ‘La invención de Hugo‘ (2012) y que encontramos hablándonos con un lenguaje sencillo y artesanal, pioneros ellos y su contexto de esos efectos especiales intangibles y virtuales que ‘explotan’ literalmente en las producciones de hoy en día. Hoy el arte de Méliès puede parecer un juego de niños pero piensen que cada vez que el cine contemporáneo muestra lo imposible en la pantalla, en realidad bebe de aquella fuente primigenia. Y de hecho, rara vez sentiremos la inquietud que provocaban aquellas criaturas y mundos fantásticos que protagonizaban las primeras proyecciones de la historia. Si en algún momento perdimos la inocencia, este cine nos permitirá reencontrarnos con ella, en cierto modo.
Así, profundizaremos en las influencias de George Méliès y su pasión por lo sobrenatural y lo misterioso. Podremos emularle proyectando los cristales pintados que, salvando las distancias, anteceden a los dibujos animados. O maravillándonos con las sombras chinescas y los estereoscopios o imaginando el escalofrío en la piel que insinúan las fantasmagorías…
Una exposición para ver, escuchar y tocar, para sentir e imaginar. Y sobre todo, para soñar con lo imposible. Como un pionero.
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