Resucitar no es tan sencillo

El Amanecer ha llegado. Los muertos se levantan de sus tumbas y el terror invade el planeta. El Ejército toma el control y reduce la amenaza. El estudio de los cadáveres andantes lleva a encontrar una cura para que la plaga se reduzca y la enfermedad sea algo controlable. Los zombies, aquí plenamente humanos por mor de la medicación, queden plenamente integrados como lo es, cómo no, cualquiera con una dolencia crónica. Y a partir de ahí, volver a la que fue su rutina y tener una segunda oportunidad, una segunda ‘vida’. Este es el escenario que nos presenta ‘In the flesh‘, una miniserie británica de tres episodios en la que los muertos vivientes se ven como algo más que sangre y vísceras como plato fuerte del menú. Es una agradecida vuelta de tuerca al tema, intimista e inteligente.

Kieren Walker, con su  aspecto muerto viviente. El Gobierno les proporciona lentillas y maquillaje
Kieren Walker, con su aspecto muerto viviente. El Gobierno les proporciona lentillas y maquillaje

La historia que articula las tres horas aproximadas de visionado gira en torno a uno de estos resucitados, Kieren Walker (¿lo de ‘caminante’ será ironía o guiño?), un adolescente cuya muerte, en palabras de su madre, «quebró a la familia». Ser testigos de su retorno entre los vivos es una experiencia que, si uno asume el reto de tomar en serio los dilemas existenciales que se presentan, resulta estimulante. Porque como una película, la trama se desarrolla sin problemas en el tiempo propuesto. Pero las preguntas que plantea y sus pretensiones filosóficas prometen capítulos posteriores en nuestra cabeza… paradojas: ¡una película de zombies que activa el cerebro!

El tema más obvio y casi protagonista es la tolerancia. Póngase en situación: alguien excluido por alguna razón que vive en un pueblo pequeño y muy cerrado de esos «en los que todo se sabe y todo se critica» si algo se sale de la norma. Aquí es el «pútrido», por usar el ‘tecnicismo’ de la serie, el que está en el centro de la diana y tiene que vivir escondido y luchar contra el miedo, la incomprensión y el asco de sus vecinos; el que sufre la violencia más brutal, esa que no precisa de la fuerza física, golpeando cada minuto sobre una persona (muerta o no-muerta) que, lejos de ser el monstruo que se espera, conserva todas las cualidades que tenía antes de su deceso. Y Kieren, lo iremos descubriendo desde el comienzo,  es alguien muy sensible al que el sentimiento de culpa le consumirá toda la fuerza que lleva en su interior.

La tolerancia. O la falta de ella como tema. Pero hay más. La esperanza, la fe. La búsqueda de respuestas. Resulta algo accesorio en la serie, pero lo cierto es que no se explica el motivo del Amanecer. Porque esta resurrección solo afectó a los fallecidos en un año concreto, no a los anteriores ni a los posteriores. Incluso el protagonista reconoce en un momento dado querer conocer la verdad. Esto, que podría dar lugar a una segunda parte -pienso- no es ni más ni menos que una suerte de brevísima historia de las religiones. Porque, por un lado, está la fe dirigida por parte de la Iglesia, que habla del aspecto demoníaco de los no-muertos, aberraciones malditas que deben erradicarse. Este mensaje configura buena parte de la actitud violenta de los habitantes del pueblo. También dirige sus pensamientos, sus acciones… su vida, en definitiva. Homogeneización y resistencia (no tan pasiva) respecto a lo nuevo.

Y lo nuevo son estos muertos vivientes que poco a poco regresan a un municipio tan pequeño y que sufren el impacto de sentirse diferentes en un ámbito que entienden como suyo porque siempre lo fue. Y eso, la conciencia de pertenecer a una minoría, acaba por desembocar en un pensamiento común y en una especie de filosofía o religión propia. Tiene una importancia secundaria pero conocemos la existencia de un gurú o profeta de los resucitados que ofrece respuestas en los primeros minutos de la serie. Es la irracionalidad manifestada de maneras distintas, como dos bandos que no tuvieran más remedio que competir. Y sin embargo, el drama o la alegría de cada familia en cada casa será el mejor ejemplo de que nada, ni en casos tan extremos como este hecho fantástico, es blanco o negro. Y que la hipocresía es a veces más poderosa que el sentido común. Roarton, el pueblo ficticio donde se localiza la acción, y su gente, son un campo de estudio ideal para comprobar esto.

Reencuentro de Kieren con sus padres. ¿Qué hacer, qué decir?
Reencuentro de Kieren con sus padres. ¿Qué hacer, qué decir?

El gran mérito de la producción es trasladar ese ambiente opresivo y dejar patente cómo influye en la reacción de las familias que reciben a sus resucitados al tenerlos nuevamente entre ellos. Dado el tema, el ejercicio de imaginación es absoluto pero la escena en la que Kieren se reencuentra con sus padres abruma tanto como si estuviéramos viviéndolas. Y es que hablamos de los sentimientos de los no-muertos pero los vivos también tienen que hacer frente a un cóctel interior en el que la alegría por ver de nuevo al ser amado se mezcla con el miedo, la rabia o el enfado, por poner algún ejemplo de los que aparecen en los capítulos. Resucitar no es sencillo, no, y a poco que uno sea empático, lo sufre en sus carnes, «in the flesh».

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