
La Pepi es la reina de la Sagrera. Cada mañana a las 7:00, cuando ni siquiera la humedad se ha levantado del asfalto de Barcelona, la cancela del Forn de Pà se alza y la calle Martí Molins contempla su menuda figura y su pelo alborotado, sus gafas de pasta, su bostezo en ciernes. La Pepi devuelve con la mirada el saludo de la calle y saca la pizarrita donde apunta las ofertas del día. Todas buenísimas. Respira unos segundos el aire de la mañana, máxima pureza a espaldas de la ciudad que esboza la Meridiana -apenas a un centenar de metros-, y combate el relente de la hora cruzando los brazos sobre su pecho. Amanece. Vuelve a entrar y se coloca tras el mostrador, el despacho particular donde pasará horas y horas hasta irse a comer. Organiza el pan que acaba de salir del horno y pone en la vitrina las primeras bandejas de cruasanes que saldrán ese día. Unos minutos después llega el primer cliente. Y luego, otro. Apenas resulta perceptible, pero el rosario de personas que entra y sale del pequeño establecimiento es incesante a lo largo de las primeras horas de la jornada, cuando la gente del barrio se pone en marcha para ir a trabajar. Son momentos en los que nadie, o casi nadie, se sienta a tomar un café amb llet.

Yo siempre pertenecí a estos segundos, incluso cuando comprar uno -o dos, o tres, o hasta ocho- cruasanes era la primera parada hacia Sants y de ahí, de vuelta a Madrid. Me gustaba esa calidez al entrar, el sentirse en casa. Las mesas azules, el café peleón hoy en vaso, mañana en taza. Los mejores cruasanes del planeta. La sensación de que aquel microcosmos existía igual, pero diferente, en todos los barrios de todas las ciudades solo para humanizar la selva de asfalto, cemento y cristal que son las urbes en la actualidad. Pero era ya mi pequeño universo y podía pasarme la vida entera aprehendiendo aquellos momentos en los que se congregaba la parroquia sagrerense. Los debates entre las señoras jubiladas, los comentarios sobre el tema del día, fútbol, política, la vida… Los recuerdos hacia el familiar de uno, la enfermedad del marido de otra o las notas del nieto de aquella. Preguntas sinceras, de verdadero interés, que me encandilaban. Muchas veces hablaban en catalán y aún así, lo entendía como si fuera mi lengua materna. Porque en el fondo, esas mujeres hablan -y son- la verdadera ‘voz de la calle’, el lenguaje internacional.
Pero el centro era ella, la Pepi. Preocupada cada mañana por sacar adelante su negocio, el de toda su vida. Luchando contra las cosas más baratas y peor hechas que su pan artesano de horno, harina y madrugada. La lucha contra la palabra ‘baguette’, que activaba sus instintos. ‘Baguette’ es como se pide el pan en esas panaderías rápidas de producto congelado/descongelado a precio de risa. ‘Baguette’ es sinónimo de dificultades para el negocio de toda la vida. Y la Pepi habla, y se emociona, y sonríe y se queda con la mirada perdida hablando con la confianza de quien ha estado a tu lado toda la vida. Y así conocí a su familia, sus miedos, las dificultades de su Forn de Pà. Así supe que su marido hizo la ‘mili’ en Madrid y que le encantaba pasear por las calles de la capital, sobre todo por la ‘plaza del Sol’. Nunca me atreví a corregirla. ¿Para qué? El lenguaje universal, funcionando de nuevo.
La echo de menos. Aquel último día en el que la vi no pensé que fuera para siempre. Recuerdo que nos despidió en la puerta de su tienda, diciendo adiós con su sonrisa inquebrantable, su emoción contenida y el deseo sincero en su mirada de que todo nos fuera bien. Era como dejar a tu familia en el pueblo, que al fin y al cabo, y aun dentro de la gran Barcelona, la Sagrera no es más que un pueblito. Mi pueblo.

Las calles donde encontré al ‘señor que anda lento’ y a su versión en joven, jamás ambos juntos a la vez; Xu, su padre, los niños chinos molones; la peña madridista gritando gol en territorio hostil cada domingo; la tómbola parroquial; la Asun preguntando «¿algo meeeeesssss?»; el perro que siempre me saludaba en la esquina; la cotilla Amparo; el mercadillo de slot cada primer domingo de mes; el badulaque indio donde compramos los panchitos para ver la final del Mundial… en la Sagrera fui campeón del Mundo, aunque me perdiera el gol. Iniesta de mi vida. Sagrera de mi vida.
Siempre es fiesta en la Sagrera donde, aunque el alcalde se asome a la plaza Masadas, la reina es la Pepi.
Toda esa descripción tan idílica de la Pepi, sin dejar de ser cierta no es justa, pues se deja en el tintero algo tan importante como la persona que elabora esos cruasans.
Rindo un sincero homenaje a todos los panaderos de este pais, que en sus largas vigilias anónimas, se dejan la piel para que algo tan sencillo como una barra de pan se convierta en la pieza de arte mas efímero que existe.
Toda la razón, Cassoleta, los panaderos son una pieza vital en todo esto y ojalá que se mantengan siempre ahí. Como decía en el texto, uno de los problemas que afectaban al negocio de la Pepi, pero que es común a más panaderías ‘de siempre’ tanto en Barcelona como en Madrid es esa tendencia al pan súper barato, congelado con el que no pueden competir.
Yo ya te digo: no concibo volver a BCN y no volver con cruasanes bien hechos!
Un saludo! Y gracias por el comentario!
Hola soy la pepi hasta ahora no habia leido el rscrito tan sumamente bonito que me habias escrito yo no se redactar como tu haces solo te puedo decir que nadie me habia escrito nada tan bonito nunca . Sin saber quie eras te trate como si fueras mi hermano y si hubieras necesitado algo de corazon te lo hubiera dado a ti y a tu novia. Si alguna vez venis para barcelona qie sepais que aqui vivo yo. No como panadera sino con una persona que podeis contar para lo que necesites. Ya no se que mas decirte solo darte un beso muy fuerte y darte las mas egusivas gracias por tus comentarios que me han puesto la piel de gallina. Hacia tiempo que no me emocionaba tanto .un abrazo muy muy muy fuerte.
Hola!!! Nada, muchas gracias a ti y a tu familia por hacernos siempre la estancia allí tan agradable y porque cada mañana nos recibierais con esa sonrisa!
El año pasado tuve la ocasión de volver a Barcelona y aunque solo fueron unas horas pude acercarme por allí para veros y traerme un cargamento de cruasanes para Madrid, jeje. Justo coincidió que no estabas, así que solo pude saludar a tu hija, a quien me alegré mucho de ver también.
Espero que todos estéis muy bien y poder veros pronto!
Un abrazo y muchas gracias por haberme hecho sentir en Barcelona como mi propia ciudad!