El sueño de la aldea Ding y el precio de la sangre

Hay historias que, más que merecerlo, deben ser conocidas. Sucede que no siempre nos llegan, más aún cuando estas se circunscriben a territorios remotos o a zonas en las que el control de las autoridades locales o la presión de las grandes corporaciones impiden que se eleve la voz sobre asuntos que influyen de manera decisiva sobre la vida de la población. Por eso, el ejercicio que supone El sueño de la aldea Ding, por mucho que se catalogue de novela, cabalga a lomos de una incuestionable vis periodística que, de hecho, está en la lista negra en China.

Yan Lianke, su autor (Henan, 1958) es uno de los escritores chinos más aclamados en el mundo. Su historia es peculiar, dado que fue militar del ejército popular durante casi 30 años, desempeño que compatibilizó durante buena parte de ese tiempo con la escritura. Y aunque Lianke vive en China, se da la curiosa circunstancia de que algunas de sus obras están prohibidas por las autoridades chinas, como es el caso que nos ocupa hoy, e incluso él mismo parece haber reconocido abiertamente que es habitual “autocensurarse” para eludir el control gubernamental.

Obviamente que desde aquí nos posicionamos en contra de cualquier censura pero si tiene que haberla, desde luego que uno entiende que El sueño de la aldea Ding no pase los filtros dado el tremendo palo y la crítica indisimulada al sistema que sus páginas describen de una forma más que explícita.

El argumento de la novela es una historia real, un caso que conmovió a la comunidad internacional cuando se tuvo noticia de ello pero que, más grave aún, se llevó por delante la vida de miles de personas. Resulta que, durante la década de los 90, proliferó en zonas rurales de China la denominada ‘economía de la sangre’, una suerte de industria en la que se comerciaba precisamente con este elemento. Las autoridades primero y luego empresas y diferentes buscavidas exprimieron literalmente al pueblo en ubicaciones de escasos recursos y casi nula educación, caso de la Henan de la que el autor es oriundo y donde se ubica la aldea Ding, una alegoría de las muchas localidades anónimas cuyos habitantes sucumbieron ante un dinero fácil sin ser conscientes de las consecuencias.

Y es que ese sueño que reza el título de la novela eran los yuanes que cada persona recibía por donar su sangre. Era un dinero caído del cielo para quienes a duras penas malvivían con lo que sacaban del campo. Estos beneficios rápidos y directos atrajeron a muchas personas generando una especie de histeria colectiva a la que contribuyó la propaganda oficial. Muchos mejoraron su estatus, se construyeron mejores casas, alcanzaron lujos imposibles de lograr por las vías más a su verdadero alcance.

Sin embargo, el lado oscuro de este maremágnum de prosperidad sobrevenida era el sida, una enfermedad que por aquel entonces era tan desconocida como imparable, más aún en la China profunda. La escasas o nulas medidas de precaución y la ambición desmedida de quienes se enriquecieron sin pudor del negocio comenzaron a extender el virus por la población. Y con él, la muerte y la desgracia. Pocas familias escaparon al dolor de ver cómo las vidas de sus seres queridos e incluso las propias se apagaban y por eso, reportajes como este de El Mundo, por ejemplo, aún describirían años después la vigencia de las consecuencias de aquel sangriento frenesí.

La novela de Yan Lianke, publicada en España por automática editorial, centra la narración en uno de los habitantes de la aldea a través de cuyos ojos vamos asistiendo a esta situación y al cómo se vivió aquella a pie de calle, donde los fallecimientos por la enfermedad estuvieron a la orden del día e incluso, como se apunta en la obra, dejaron de constituir un hecho señalado. Números olvidados, sencillamente.

Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?

Los rasgos culturales inherentes a la historia constituyen otro de los principales argumentos para poder profundizar en la narración de los hechos y meterse un poco más, si cabe, en sus páginas. Es ahí donde Lianke ofrece un valor añadido por el hecho de conocer la zona y, por supuesto, las costumbres locales. Y es que hay un plano de los hechos que atañe a lo estrictamente objetivo, al negocio de la sangre y sus consecuencias explícitas pero otra capa, más íntima, que afecta a la vida y las relaciones entre las personas: familias destrozadas, prejuicios que quiebran la convivencia, desconfianzas, envidias, superstición… dolor, en definitiva, por el que el mismo autor pide disculpas ante el lector en el epílogo. “Son historias de paisanos, de mi tierra”.

Al respecto de la novela y del propio autor, el Instituto Confucio de Madrid organizó hace meses una conferencia en la que esta obra era el tema principal. Por su valor añadido para entender a Lianke y las circunstancias del trabajo, les dejo el vídeo a continuación en la que Belén Cuadra Mora, traductora del libro, cuenta tanto las anécdotas de su trabajo como algunas notas culturales que ayudan a profundizar en la historia. Una suerte conocer tan de primera mano esta excelente y compleja labor que contribuye, sin duda, a que la experiencia de lectura de la edición de automática sea estupenda

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