Roger Zelazny no es uno de esos autores de ciencia-ficción que se eleven al olimpo del conocimiento general al estilo de Asimov, Herbert o Scott-Card, por citar solo algunos de los que hemos hablado previamente en Cesta de Patos. No obstante, el escritor estadounidense (1937-1995) es una figura bastante destacada en el ámbito, como demuestra no solo el extenso abanico de distinciones y premios que obtuvo en vida e incluso a título póstumo como, sobre todo, el haber parido algunas obras referenciales del género que han pasado a la posteridad. Ejemplos de ello son ‘El señor de la luz‘ (quizá su obra magna), ‘Tú, el inmortal’, la saga de las ‘Crónicas de ámbar’ o el título que nos ocupa esta vez, ‘Mi nombre es legión’.

Siendo estrictamente precisos este volumen, también publicado en nuestro idioma con el nombre ‘El hombre que no existía’, no es una novela al uso. Se trata de un pequeño recopilatorio que incluye tres historias cuyo nexo principal es el personaje protagonista, una especie de misterioso hombre sin identidad que camina entre las dotes de investigador privado o las artes de mercenario, algo menos escrupulosas.
Son cualidades que definen las acciones de un personaje cuya génesis es una de los principales argumentos que nos mantienen pegados a sus páginas. Originalmente se trata de una especie de informático funcionario que se ve involucrado en la creación de un enorme sistema global de monitorización de la población mundial: una especie de base de datos gigantesca en la que todo, absolutamente todo, queda registrado, desde los datos personales hasta los historiales profesionales, médicos, delictivos, etc. Todo es todo.
Este ecosistema tan poco apetecible (y, sin embargo, tan parecido a lo que tenemos encima actualmente con internet) ofrece, no obstante, alguna que otra fisura, especialmente para los que, como él, han estado desarrollando su puesta en marcha. Su decisión, en este sentido, es la de no existir, no figurar en esta red, lo que hace que sea una persona sin identidad, sin pasado pero también sin presente, alguien que vive al margen del sistema de manera literal.
Sucede que, gracias a sus destrezas, es reclutado por otro enigmático personaje que viene a ser una especie de contacto de algo similar a una agencia para ‘resolver problemas’. Es complicado ser más preciso porque las novelas, cortitas, tampoco profundizan demasiado en lo que hay detrás de estas cosas. Simplemente se menciona la capacidad de esta persona para contactar con el protagonista, ofrecerle trabajos y pagarle en efectivo, básicamente. Estas tres historias narran, por tanto, diferentes episodios a partir de estos contactos. Son narraciones independientes aunque por sus dimensiones tiene poco sentido no leerlas del tirón.
La primera se denomina ‘La víspera de Rumoko’. Ante la superpoblación mundial, y aunque en este futuro alternativo que describe la obra hay ciudades submarinas, se hace cada vez más necesario disponer de nuevas tierras para ubicar a la gente. Y la solución es el denominado proyecto Rumoko, que consiste en, ni más ni menos, que bombardear la corteza submarina del planeta con armas nucleares para provocar la elevación del terreno y generar, de este modo, nuevas islas habitables. Por si no pareciera un plan sin fisuras, el protagonista de ‘Mi nombre es legión’ tendrá que hacer frente a un intento de sabotaje que evite una tragedia mayor.
En la segunda historia también el océano tiene un componente vital. El hombre sin identidad acude a una especie de base científica en la que tiene que investigar acerca de un extraño suceso: el ataque mortal de un delfín a dos de los trabajadores del complejo. Se trata de un hecho inédito y que pronto parece obedecer a unos fines muy distintos de los aparentes. En el camino conoceremos también a otro de los personajes que pudieran considerarse icónicos en la novela y que, además, explica por qué esta historia se llama Kjwalll’kje’k’koothai’lll’kje’k… ya lo de pronunciarlo mejor no nos lo pidan.

‘El regreso del verdugo’ es la parte más celebrada del conjunto. De hecho, fue merecedora de un premio Hugo en 1976. Se trata de la historia en la que, en mi opinión, es más patente el espíritu de la ciencia-ficción de la época porque además del investigador, el gran protagonista de estas páginas es el Verdugo, un robot de exploración espacial que, tras años fuera del planeta, regresa a la Tierra y parece buscar a sus cuatro creadores para -aparentemente-, quitarles la vida por algún motivo. Se trata de un autómata con un cerebro que, tal como escribe Zelazny, anticipa la idea de inteligencia artificial y de aprendizaje autónomo, en un proceso relativamente humano y no exento de la posibilidad de traumas y de obsesiones. Es, por tanto, una historia de aventuras con tintes psicológicos y hasta metafísicos que ofrece un desarrollo inquietante y un final a la altura.
Como señalamos al comienzo, Roger Zelazny obtuvo algunos de los galardones más importantes del ámbito de la ciencia-ficción, entre ellos seis premios Hugo y tres Nébula gracias a una producción extensa y original. De hecho, en muchas de sus obras introduce elementos muy personales, como alusiones a tradiciones o mitologías de todo tipo de civilizaciones, desde la china hasta la griega pasando por la egipcia, la nórdica o la hindú que, de hecho, es la que enmarca ‘El señor de la luz’, una de sus obras más icónicas.
Además, otra de las adiciones de Zelazny a sus desarrollos es la magia que entronca sus novelas con un aire más típico de la fantasía. En ‘Mi nombre es legión’ todo es más o menos riguroso –todo lo riguroso que se puede ser dado el tema, claro- pero, por ejemplo, en la historia de los delfines hay elementos como la telepatía que no son tan ‘científicos’. En cualquier caso, esta habilidosa combinación de elementos, la facilidad de lectura y la acción inherente a sus narraciones poseen un ritmo que cualquier amante de la ciencia-ficción debe conocer aunque su presencia en librerías sea casi una rareza. Benditas bibliotecas.
