Coffee Roaster: el café para los muy cafeteros

Les contaré un secreto. Durante la pandemia, y aunque no bajamos el ritmo del trabajo, más bien al revés, lo de estar en casa ayudó a que, en los tiempos muertos, tuviera al lado un entretenimiento. Y ya que aquellas maratonianas jornadas de encierro trajeron consigo una carga adicional de cafeína en vena, qué mejor que echar el rato que a un juego de mesa que tiene en el café su leit motiv: Coffee Roaster.

Lo que propone Coffee Roaster es que nos pongamos en la piel de un delicado tostador de café que debe pulir el diamante en bruto que es la materia prima en sus manos para situarla en el pedestal de la excelencia que demandan nuestros paladares. Eso implica saber cuándo y cuánto debe intensificarse el tostado, qué granos desechar, o saber identificar el mejor momento para cortar el proceso y que la elaboración no se vaya al traste. Cuestión de matices y de equilibrios, ya que se trata de un juego en el que la destreza, la suerte y la sapiencia se combinan para alcanzar el summum cafetero.

Eso es lo ideal. Y, aunque sobre la mesa, recrear este proceso obliga a un necesario episodio de abstracción, no es menos cierto que todo el arte y el material, por un lado, y la mecánica ingeniosa del juego, por otra, te mete muy en el papel y casi te crees que realmente estás recreando esta labor. Hasta puedes oler ese café recién hecho… bueno, eso si juegas con uno de verdad al lado, que si no, solo olerás el cartón y el papel de la caja.

Como solitario no suelen gustarme mucho los juegos que te instan a mejorar o alcanzar una puntuación, pero aquí hay algo que consigue hacer ese objetivo tan habitualmente anodino algo más potable. Puedes jugar partidas sueltas, pero lo interesante es que Coffee Roaster te invita a asumir un reto, una minicampaña, que consiste en tres partidas encadenadas en las que elaborar tres tipos de café mundialmente conocidos, con dificultad teóricamente creciente, para ver en qué nivel cafetero te encuentras.

Independientemente del producto al que nos enfrentemos, el mecanismo es siempre el mismo. Lo que diferencia cada juego del anterior es la configuración inicial de ingredientes con las que hay que atacar cada variedad de café y los estándares de puntos y matices que hay que alcanzar. Toda esta información viene impresa en unas tarjetas impresas a doble cara que realzan el toque temático del juego: por un lado está todo lo que necesitamos para jugar; por el otro, una breve reseña y datos del café real del que se trate.

Los ingredientes constituyen el núcleo de la partida. Bajando al terreno del cartón, nos encontramos con distintas fichas que los representan. Están las de especialidad, en tres colores, que permiten activar efectos inmediatos o ventajas para el resto de la partida impresas sobre el tablero; las de humedad, que se evaporan y no generan más problemas pero que nos impiden aprovechar mejor el turno; también están las de grano duro, aquel que se ha escapado a los recolectores y amenaza con amargarnos el café; y el de grano quemado, un desastre que puede marcar la diferencia entre la excelencia y el infierno en la tierra (o en el gusto, mejor dicho).

Las más importantes de todas, no obstante, son las de granos de café propiamente dichas. Estas tienen un número impreso (del 0 al 4), que indica su intensidad. Como en cada ronda tenemos que sacar una cantidad de fichas determinada, el comportamiento por defecto de estas es ‘crecer’. Usando la terminología del juego, ‘tostarlas’, haciendo con ello que adquieran un valor más alto, que indica un sabor más intenso. Pero ojo porque, de pasarnos, a cambio entran en juego los granos quemados. Como la suma potencial va incrementándose, por norma general, es un aspecto a vigilar y en el que usar (o no) los efectos de los que hablábamos antes, si podemos.

Cada variedad de café nos insta a alcanzar una cantidad determinada de fuerza en un número de rondas máximas, lo que obliga a que, turno a turno, tengamos que decidir qué ir haciendo con lo que sacamos a ciegas del pool de tokens. La idea es ir haciendo rondas manipulando todo el material para que, al final (o cuando decidamos que llega el momento) hagamos una cata final en la que sacaremos fichas una por una y la coloquemos en la taza o, por el contrario, la desechemos.

Sin embargo, puede pasar que el juego nos obligue a tener que incluir en la mezcla granos quemados o no aptos, lo que redunda en la puntuación final. Incluso la suciedad de la máquina de tueste afecta y nos mete prisa para no tardar mucho en hacer nuestra tarea. Porque al margen de alcanzar un marcador objetivo, Coffee Roaster penaliza, y mucho, que se hayan incluido este tipo de ingredientes que desvirtúan el trabajo. Adicionalmente, otra meta adicional es la de incluir esas fichas de colores en la combinación que pida el tipo de café con el que estemos jugando. En resumen, hay que hilar muy fino para no dejar nada al azar al final, saber elegir el cuándo afrontar esta fase para no pasarnos ni quedarnos cortos con el tueste ideal.

Creo que hay todo un género que se enmarca bajo la definición de ‘construcción de bolsa’. Perdónenme que no esté tan al día con los tecnicismos pero, si tiramos por lo literal, es evidente que aquí el cómo manipulamos cada grano que vamos sacando incide directamente en ese turno, en los posteriores y, por supuesto, en la fase final, en la que ya no hay vuelta atrás.

Y esto, que en realidad es un engranaje más bien facilón y simplote, es el juego en sí mismo y el principal argumento para querer alcanzar el máximo rango dentro de los maestros cafeteros. Jugar con la fuerza de lo que tienes, lo que calculas, medir el riesgo de dejar que haya cosas que te vengan mal… Es una tentativa a la suerte continua en la que no hay que cursar un máster para calcular las probabilidades, pero sí en la que ese vaivén de decisiones se hace sorprendentemente apasionante durante el proceso y, muy especialmente, al final de la partida.

Además de la cantidad de cafés que vienen como objetivo, cuyas combinaciones ofrecen siempre un punto de partida distinto, Coffee Roaster también incluye un tablero doble con dos niveles de dificultad. Personalmente, tengo que decir que incluso las puntuaciones finales han sido casi lo de menos. Disfruto mucho de cada juego porque es rápido, fácil, y porque hay momentos de encrucijada en la que puedes vaticinar un desastre venidero o, por qué no, crees haber hecho una jugada maestra. Al final, es la bolsa y la suerte la que dictará sentencia. Y aunque la adicción al café casi te impulsa a probar cualquier cosa (incluso el de un vending), mejor darse un lujo de vez en cuando. El café para muy cafeteros.

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