Esta entrada nace desde la procrastinación de un día cualquiera de teletrabajo, con poco ánimo de trabajar y muchas ganas de hacer cualquier otra cosa que incluyen, por ejemplo, salir a hacer fotos en esa niebla que se levantó al mismo tiempo que yo esta mañana o, mejor aún, regresar a la cama para añadir el verbo ‘remolonear’ al diccionario de la jornada. Así estamos.
El caso es una de las distracciones es buscar música y, dando tumbos de artista en artista en pos de la banda sonora más adecuada para una mañana que, a esas alturas, ya había cumplido el segundo café, paré en Hell or High Water, de Passsenger, que reproduzco a continuación; si no para que la admiren sí al menos para condimentar estas líneas con el tono del asunto.
No somos aquí mucho de hablar de música, que no será el caso hoy tampoco pero, ciertamente, cada vez que ese grupo se cruza en mi camino me dan ganas de encerrarme a llorar durante semanas. Al menos esta vez reconduje el drama in extremis para llevarlo al terreno de la nostalgia y la asociación fue casi inmediata, eléctrica y clara: volví a escuchar La Gramola.
Quienes vivan en Madrid (y el resto seguramente también, por aquello de lo pesados que somos aquí) estarán más que familiarizados con la M-30, M-40 y demás. Pero hubo, hace años, una emisora de radio llamada m80 que, como estas carreteras que cito, también era una cadena de circunvalación, que se movía sin complejos en la periferia, aunque en su caso fueran los suburbios de la música más comercial del momento. Gracias a eso ofrecía programas que, de alguna manera, se hicieron más cercanos, familiares, y que acompañaron muchas de las horas y los momentos de los que nos movemos ya en la cuarentena con cierta holgura.
Y sí, sé que esta emisora cesó sus emisiones hace no tanto (en 2018, al parecer), pero los últimos años le perdí la pista, sinceramente. Y es que la m80 a la que me refiero y aquí y la que recuerdo es la de mucho antes, mediados de los 90, cuando te despertabas con Gomaespuma, te quedabas prendado de esa música ‘lejana’ que venía directamente en el Vuelo 605 o estudiabas por la tarde con La Gramola.
Era este un programa un tanto inclasificable. El corazón era la música, por supuesto. Pero no se trataba de un espacio de radiofórmula al uso, desde luego. Aquí, cuando uno encendía la radio no era solo por ser oyente sino casi, de una manera próxima a lo religioso, por conectar casi metafísicamente con el resto de la comunidad. Puede que fuera eso, un programa capaz de hacer comunidad, porque eran los oyentes los que de alguna manera construían cada noche el guión a base de llamadas, de cartas (sobre todo de papel, algo que seguramente pensábais que no tenía uso) y sí, los más tecnológicos a través del incipiente correo electrónico.
Era una especie de diván radiofónico que tenía su rasgo más característico en las peticiones de canciones. Para la pareja, para la familia, para un vecino, para una amistad, por un cumpleaños, para toda una clase… si hubo algo alguna vez que dibujara un mundo más buenrollista, desde luego no lo conozco. Esas peticiones eran atendidas por el conductor del espacio (ahora iremos con él), que echaba una moneda virtual (cuando lo virtual era otra cosa) en la gramola para que sonara el tema elegido. Pero antes, claro, el sonido del metal al caer en la máquina y el ya legendario (para los cuarentones de Madrid, al menos) : «Esta es su elección»… ni se imaginan la de cintas de cassette que nos grabamos gracias a la señal.

De vez en cuando he dedicado alguna entrada a voces míticas. He aquí otra: la de Joaquín Guzmán (Madrid, 1963). El hacedor del programa, con una voz cálida y un ritmo pausado que se hubiera dicho que nació precisamente para hacer lo que hacía aquí, es decir, atender a esta especie de círculo de gramoleros anónimos en los que nos convertimos. Guzmán dejó de presentar el programa en 2004, por causas que Wikipedia califica como «poco claras».
Desde ese momento, Guzmán ha seguido vinculado al mundo de la radio en distintas emisoras. De hecho, desde 2018 presenta en Radio Castilla-La Mancha un espacio llamado La Rotonda, un más que digno heredero de La Gramola, con un horario matutino como gran diferencia y, por supuesto, con las nuevas tecnologías plenamente integradas que, si bien hacen el papel definitivamente obsoleto, nos vuelve a traer a la memoria el sonido de aquella moneda que no nos importaba poner cada noche para poner banda sonora a lo que hoy llamamos nostalgia… o procrastinación.
m80 fue eso pero mucho más y abrir este melón implica dar un paso más en este inevitable camino de la nostalgia que solo puede acabar o en lágrima o en un corte de luz que me apague el ordenador y me haga perder el hilo. Así que vamos a dar por concluido el tema por hoy en este punto, no sin antes echar en la maquinita mi propia moneda.