No será la primera ni la última vez que nos sorprendemos al reflexionar acerca de la vida en este planeta antes de que gozáramos de todas las ventajas que la tecnología pone en nuestra mano. Sin ir más lejos y sin que suponga un alarde, en cualquier teléfono móvil, por modesto que sea, existe un potencial que ya hubieran deseado nuestros paisanos de hace siglos.

Pero, como esto no es El Ministerio del Tiempo, resulta que la realidad puso por el camino retos que costaron siglos resolver, aunque actualmente parezca increíble. Los ejemplos son infinitos y, de hecho, aún hoy tenemos por delante algunos de ellos. Pero en lo que atañe a la navegación marina, hubo uno, concretamente, que trajo de cabeza a marinos, conquistadores, militares y comerciantes de varios siglos: determinar con exactitud la longitud de un barco en medio del océano.
De eso precisamente versa Longitud, un pequeño ensayo de Dava Sobel (Nueva York, 1947): del cómo lo que era un problema práctico se convirtió en una obsesión para las distintas naciones, especialmente durante los siglos XVII y XVIII, cuando las más osadas comenzaban a expandirse allende los mares. Se entiende que estas expediciones necesitaran algo más que la gloria para guiarse por el vasto océano. Porque, desgraciadamente, sin un instrumento que se los permitiera, el coste en vidas y en materiales resultaba abrumador, tal era la gravedad de perderse en la inmensidad del azul.

En realidad, Longitud supone un homenaje casi de manera preferencial a la apasionante figura de John Harrison. Que nos suene poco o nada es normal. Sin embargo, es uno de esos personajes a cuya historia bien merece la pena echarle un vistazo. Nacido en Inglaterra, en 1693, cuenta el libro y sus biografías que su destreza al hacer relojes le convirtieron en relojero de leyenda, por mucho que no recibiera formación específica en nada concreto.
Sin embargo, es el ejemplo perfecto de persona hecha a sí misma y del hasta dónde le puede llevar a uno la curiosidad y el esfuerzo. En su caso, incluso sin saber que la corona británica estableció un premio por resolver el ‘problema de la longitud’ ya comenzó a diseñar un aparato que fuera capaz de salvar esta dificultad histórica.

Pero en esta carrera sucede que pronto empezó a enfrentarse a obstáculos que iban más allá de lo técnico. Se mete así en una serie de intrigas políticas, enemistades personales y obsesiones que parecen increíbles para el lector, que halla en su persona a un tipo cuyo único énfasis en cumplir su objetivo y ser útil a su rey. Incluso el propio monarca Jorge IV llegó a mediar para que al fin, después de décadas dedicados a crear la máquina perfecta, los Harrison (padre e hijo, también metido en el ajo) recibieran su merecido reconocimiento.
A día de hoy, la mayor parte de sus creaciones se guardan en museos y observatorios de Londres, donde se puede comprobar que siguen en funcionamiento, restauración mediante. Aunque hay vídeos fascinantes que muestran como se mueven, creí más oportuno traer aquí otras imágenes, las de un breve documental de la BBC en relación a esta aventura.
Además de la vida de este singular personaje, el poso que deja el libro es muy bueno, como una puerta a esas pequeñas historias que se encuentran detrás de artilugios que facilitaron el progreso en el pasado y que hoy, sin saber el recorrido previo, llevamos en el bolsillo, como si siempre hubieran estado ahí. Y, sin embargo…