No será la primera vez que hemos repasado aquí un juego cuya mecánica se inspire sospechosamente en un juego clásico y que haya salido bien parado del análisis. Al hablar de Aquarius, uno no puede dejar pasar que estamos ante una especie de dominó (o dómino, según la región) happy flower, esto es, con una estética un tanto psicodélica y un espíritu casual y buenrollista que invita a ser jugado en la típica furgoneta hippie.

El fin en este juego de Andrew Looney (participante en Fluxx, por ejemplo) es el de enlazar siete cartas de tal modo que haya una zona continua de algún elemento concreto. En la partida hay de cinco tipos y cada jugador intentará imponer el que marque la carta de objetivo que le toque en suerte.
La verdad es que el juego es simple a más no poder. La cosa es tan sencilla como robar carta y colocar carta. Las dos únicas condiciones son que esa nueva carta se sitúe de modo que, al menos, uno de sus elementos coincida con el mismo de la adyacente; y, por otra parte, que respete la orientación de las que hay sobre la mesa. Existe la posibilidad de ganar cartas si se colocan de una manera especial pero poco más.

Y, sin embargo, la cosa se pone interesante gracias a unas cartas especiales que fomentan ese tipo de interacción interpersonal más bien dañina que todos conocemos y que viene en llamarse «puteo». A través de estas cartas no solo es posible influir sobre la colocación de las cartas o incluso el patrón que ya esté sobre el tapete, sino incluso rotar los objetivos de los jugadores, de tal modo que si uno se las promete muy felices por estar a punto de ganar, una de estas cartas le puede dejar con un palmo de narices.

Aquarius no pasará a la historia por nada en concreto pero, sea por lo que sea, puesto en mesa es llamativo. Su arte es tan peculiar y colorido que es imposible no atraer las miradas de quienes esperan ver en este juego una reencarnación de los 60s, del amor libre, marihuana rulando, Woodstock…
Lo cierto es que Aquarius es uno de los juegos más sencillos por reglas y desarrollo que se podían encontrar en el mercado, hasta el punto de que incluso las reglas, aunque hablen del límite inferior de edad en los 6 años, incluyen variantes para niños aún más menores, de hasta tres. Los colores tan vivos y las ilustraciones juegan muy a favor de su incorporación precoz al vicio de los juegos de mesa a través de esta pequeña caja.

Desgraciadamente, para los más avezados en la materia este no es un punto muy esperanzador. Y es que, en efecto, el juego es divertido, puede dar para un rato simpático, pero se quema más o menos pronto. Es complicado que vea mesa muy a menudo porque, si bien es divertido putearse un rato, es verdad que llega un momento en el que cualquier atisbo de estrategia que uno pudiera tener se va a la porra por mor de la suerte que tenga uno u otro al robar una carta e incorporarla a su mano. Trabajar para nada, dicho de otra manera.

Y el rango de jugadores es otra cosa sospechosa. Puede que tres sea el número óptimo, el que ofrezca un mayor equilibrio entre estrategia y azar (siempre primando esto último). A más es una locura y a dos, aunque lo ponga en la caja, no deja de ser un parche un poco forzado.
Aquarius es un juego con unos cuantos años encima (de 1998, según BGG), y eso se nota. Posteriormente se le dio un lavado de cara con otra temática que vino en llamarse Seven Dragons que, visto por encima y solo con referencias, no cambia más que el exterior. La diferencia está en el aura: buen rollito… ¿o no tanto?
