
La importancia del marketing en los tiempos que corren es clave en casi cualquier actividad de la vida. Por supuesto, en el feroz lucha por atraer nuestras miradas -con nuestro dinero por delante- destaca ese ámbito que ha asesinado la televisión tal como la conocíamos: las plataformas de visionado lo aglutinan todo, lo tienen todo y nos lo ponen todo en bandeja de plata para su consumo (nunca mejor dicho) a cualquier hora, en cualquier momento y en cualquier lugar.
El problema tal vez sea la fragmentación. Cada plataforma tiene sus propios contenidos y cada vez son más los que quieren su parte del pastel. Y de ahí, al marketing. El cómo Netflix es el rey actual responde a ese énfasis. Y en casos como el mío, tener un botón dedicado en el mando a distancia hace mucho porque es más cómodo que ninguno. Por ejemplo, eso me limita disfrutar del resto en gran pantalla sin necesidad de algún dispositivo adicional, que por ahí no paso.
Por ese ostracismo al que me invita el monitor, las cosas de Amazon Prime Video no acaban de llamarme. He intentado ver dos series a las que le tenía ganas, y no he podido: El hombre en el Castillo y American Gods. Y abandoné ambas.

Con este aval y cierto desánimo me puse a ver ZeroZeroZero, el sucedáneo de Narcos que ofrece la plataforma y que se inspira en la novela homónima de Roberto Saviano. Y bueno, lo mejor que puedo decir en este caso es que pude verla completa, lo que dado mi historial no está mal. No es una maravilla pero, frente al relato casi hegemónico de la producción de Netflix, que centra cada franquicia en un cártel, en esta serie de Amazon el enfoque es diferente y bastante más original: el viaje de un cargamento de droga desde Colombia hasta Italia.
El planteamiento es muy atractivo porque permite aproximarse a lo que es el circuito completo de la cocaína desde su origen hasta su puesta en la calle. No obstante, en este guión en apariencia tan pulcro se halla algún que otro obstáculo narrativo que lastra el conjunto y que, creo, deja la sensación a media asta.

Empecemos por la profusión de protagonistas. A saber, aquellos con los que convivimos son tres grupos: los mexicanos -intermediarios y empaquetadores-; los americanos -transportistas-; y los italianos, clientes y vendedores.
El caso es que es una serie estadounidense y da la impresión de que ellos tienen que estar en el centro de todo. Y esto resulta aún más peculiar, dado que el que se supone el gran capo americano, el transportista jefe, queda fuera de juego en la primera escena y toman el relevo sus hijos. Que, aún siendo más blanditos que un bollo de leche se meten en casa de paramilitares mexicanos, coquetean con el Estado Islámico y tratan de tú a tú a los jefes de la mafia calabresa (o napolitana, o lo que sean).

En México, el tratamiento del asunto es más interesante. La serie tiene ocho episodios y eso marca el desenfreno de acontecimientos que narran el ascenso del personaje principal. Se echa de menos más pausa, más narración, más trasfondo de las personalidades que pululan por la pantalla pero en general la trama es la más coherente de las que se presentan a concurso.
En el caso italiano, el ritmo es más adecuado para hacernos mejor con los personajes. Pero tal vez porque sus escenas son tan leeeeentas y carentes de movimiento que es que, realmente, no queda otra que irles cogiendo cariño mientras cruzan la pantalla, a su ritmo. En cualquier caso y por aludir a los tópicos más manidos, a los lugares comunes y a la zona de confort de nuestra escasa o nula sapiencia del tema, este ámbito es el mejor reflejado de todos.

Y que la serie funcione, pese a lo dicho, creo que obedece más a que toca todos los palos, a que el planteamiento es menos usual que el que nos ponen ante los ojos en la ‘casa de al lado’. Aquí todo es más duro, más sucio, tiene una apariencia algo más creíble que algunas de las escenas de Narcos, sin ir más lejos. Menos marketing pero más verosimilitud.