
Solemos pensar que ser deportista de élite es algo de color de rosas. Es lógico. Llegar al más alto nivel en los deportes más populares y mantenerse en la cima conlleva mucho tesón y un notable esfuerzo detrás. Sacrificios que suelen tener premio, a poco que la fortuna esté de parte de uno: la fama, el dinero, el éxito, la excelencia en lo que uno sabe hacer. Convertirse en ídolo. Perdurar en el tiempo. Pero ocurre que la imagen que proyectan estas grandes figuras a veces esconden realidades más mundanas, por mucho que nos pueda sorprender que haya estrellas que, aún teniendo todo al alcance de su mano, confiesen haber pasado por una depresión.
Hace no demasiado, hubo mucha gente que escuchó con cierta incredulidad que Andrés Iniesta, el mismo cuyo gol nos dio un Mundial, había pasado por eso. Lo contó en un programa de televisión al que atendieron millones de personas, a quienes descubrió una enfermedad que pocos conocen de verdad, más allá de vaguedades, porque afecta de una manera incomprensible para quien no esté familiarizado con ello. Y eso que esta dolencia silenciada constituye un proceso que no está muy lejos de lo que sufren miles de personas con las que convivimos en nuestro día a día: personas anónimas, sin tantos medios, sin tanta fortuna o éxito -o sí-, pero compartiendo un sentimiento que se convierte en hastío vital, en un peso en la espalda paralizante, que te bloquea y te desespera porque, aun siendo consciente de la caída en el pozo, se ve impotente para poner freno a la situación.
De vez en cuando conocemos casos como el de Iniesta, que afectan al mundo del deporte. Jugadores o atletas consagrados que admiten que, en algún momento y por las más diversas razones, la pelota se convirtió durante una temporada en una bola de hierro atada al alma. Y ellos, ante el vacío del mar. De vez en cuando conocemos casos así, que ayudan a visibilizar este problema. Pero no deja de sorprendernos. Los prejuicios, claro: si ganas tanto dinero y eres jugador del Barça, por ejemplo, y todos te admiran e incluso ganas la final de un Mundial, ¿cómo vas a estar deprimido?

Está el estigma. Los prejuicios. El que te tachen de loco. De débil. De frágil. Ante eso se puede salir adelante o no. En el caso de Iniesta, el final ha sido positivo y por eso lo más que nos producen sus palabras es respeto. Pero no fue así con otros. Y a lo que venía hoy aquí es a recomendarles un libro sobre uno de estos casos que no acabaron tan bien, aunque haya dejado pasar unas cuantas líneas ya para mencionarlo. Se trata de Una vida demasiado corta: La tragedia del exportero de la selección alemana Robert Enke, escrito por el periodista alemán Ronald Reng.
Curiosamente, Enke coincidió con Iniesta durante su estancia en el Barcelona. Pero a diferencia del centrocampista español, el guardameta no pudo superar sus recurrentes episodios de depresión y se suicidó en noviembre de 2009.
El libro es una biografía deportiva de Enke desde la óptica de este problema que marcó su carácter y su carrera futbolística desde sus primeros pasos. Se describe a una persona sensible, con un terror desmedido por el fracaso o, mejor dicho, por que le vieran como un perdedor. Y la presión por no cometer ningún fallo sumó tanto a su enfermedad como el miedo a que se aireara el problema y supusiera su adiós al fútbol. Ya saben: el fútbol es para hombres. Enke entendía que publicitar su depresión en un ambiente tan hostil y frío como el fútbol profesional le dejaría señalado y le cerraría todas las puertas que su talento le iba franqueando. Entre ellas, la que le señalaba como el portero titular de Alemania en el Mundial de 2010.

Sin embargo, a través de las páginas que escribe Reng, vamos configurando la imagen del Enke persona-que-está-detrás-del-futbolista a través de los testimonios de la mayoría de personajes que estuvieron a su lado. Con especial atención a su mujer Teresa, quien ejemplifica más que nadie el estereotipo de la esposa abnegada que lo da todo para intentar ayudar. Ella es el prototipo de familiar o amigo de la persona que tiene depresión, en torno a los cuales el libro también debería alertar, puesto que ellos también sufren las consecuencias de algo así durante y, como en este caso, también después, aún hoy.
Es cierto que hay una buena dosis de mala fortuna objetiva en la vida de Enke. Algunas cosas no esperaríamos que fueran tan dañinas. De hecho, vemos normal que haya jóvenes que dejen su país para jugar en otros equipos. Él lo vivió muy pronto pero aunque sobre el terreno de juego fue muy importante para el Benfica, su personalidad ya comenzó a producir los primeros síntomas de explosividad. Miedos, dudas, presión… podría entenderse como autoexigencia pero también como obsesión mal llevada.

Esos vaivenes le reventaron cuando llegó al Fenerbahçe de Estambul, de donde huyó, casi literalmente. Luego fichó por el Barcelona de Van Gaal, donde tuvo la mala suerte de ‘caer’ en una de las peores plantillas culés de las últimas décadas. Sin embargo, no fue titular y de su paso por el Camp Nou solo se recordaría su colapso ante el Novelda, un equipo de Segunda B. Su mente anticipó tal hundimiento porque él mismo no dejaba de repetirse que no tenía nada que ganar y todo que perder. Y perdió. Aquella noche le marcaría porque falló y, lo que más le pudo afectar, porque hasta algún compañero le señaló públicamente como culpable de la derrota.
Luego llegaron las crisis, la vuelta a Alemania y el refugio del Hanóver 96, donde recuperó la vida. Durante aquel periodo parecía curado, aunque tuviera que hacer frente a la muerte de su hija, la prueba más terrible. Sin embargo, cuando su nivel ya le situaba como favorito para defender los palos de la selección en Sudáfrica 2010 volvió el miedo, la oscuridad: el denominado «perro negro». Igual que años antes pero diferente. Definitivo.

Hay libros que, por muy temáticos que sean, resultan muy transversales. Una vida demasiado corta habla de un portero de fútbol pero, en realidad, es un alegato, una historia de vida acerca de una enfermedad que no entiende de profesiones y que suma al dolor inherente de la dolencia la incomprensión, la vergüenza y el estigma de la sociedad. Si hubiera sido de otro modo, tal vez esta historia -y la de miles de personas- tendría otro final.