Un café en Majadahonda (o varios)

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En realidad han sido varios cafés. Y aunque de las entradas bizarras de este blog esta vaya a ser una, suavizada tal vez por el tema, no duden en abandonar la lectura si lo estiman conveniente. Es el texto más local de los que han visto la luz estos años: cafés y cafeterías de Majadahonda, a examen. Porque tomar un buen café debe ser posible, por qué no y qué mejor que aprovechar el aluvión de visitantes desde Cartagena este fin de semana (#GoRayo), que esta lista para recomendarles algún sitio superior a la media.

rayo

Es cierto que la leyenda negra que acompaña a este país se cumple también en esta pequeña ciudad dormitorio: si usted -o tú, si me permite el tuteo- optas por un sitio al azar posiblemente salgas con un regusto desagradable en la boca. Hay más de brebaje que de café, pero las excepciones merecen la pena.

La metodología es sencilla. He entrado en los sitios y he pedido un café con leche, que es como lo suelo tomar. He obviado los locales de franquicias y, aunque no lo hubiera deseado, he tanteado con cuidado los de cadenas de pastelerías que abundan en este pueblo. En algunos también he valorado otras cosas como la posibilidad de terraza, la limpieza, el wi-fi… a modo de guía, esto es lo que he encontrado:

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La Pescantina (C\ Escudero, 1). Este sitio tiene una situación inmejorable, en la esquina con la Gran Vía, lo que le aporta visibilidad en la calle más transitada de las que aún recuerdan que esto fue un pueblo pequeño algún día. De hecho, la mesa que escogí en su terraza tiene las sillas casi en el portal de la casa de al lado, donde una anciana entró con el pan recién comprado. Me ha dado los buenos días así que me ha animado el día porque en este acelerado mundo, las buenas costumbres se están perdiendo. Pero a lo que vamos, el café: desgraciadamente pinchamos en hueso. Se trata de mera agua coloreada. Sin fuerza, transmitiendo una desgana al paladar que, a media mañana, es suficiente para levantar la bandera blanca de rendición a lo que queda de jornada. Juega a su favor un hecho traicionero: viene en taza aunque nadie ha preguntado. La marca es anónima porque aunque en el sobrecito de azúcar (blanca, sin más opciones por defecto) se lea «Medalla de oro», me resisto a pensar que tenga algo que ver con este líquido infame. Al menos, eso sí, pese a las típicas desconfianzas de los primeros momentos, el personal es simpático y además, tienen wi-fi.

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Cala Millor (C\ Mieses). Rompo lo de no ir a pastelerías porque aquí ya he estado más veces y me gusta y necesito hacer una pausa en este experimento que va a acabar con mi estómago del revés. Aquí no hay terraza, pero a cambio el café viene con ‘tapa’, un minipastelito, una pasta que al final te comes aunque ni tengas hambre ni te vaya el cabello de ángel, ese invento infame. La marca del café es Guilis y ya en el color se nota una mejoría respecto a otros lugares. Tiene espuma, cuerpo y aroma; no es el mejor de la cata pero en esta liga se halla en la zona noble. Por supuesto también lo sirven en taza, hay distintas opciones de azúcar y el precio no se dispara. No hay conexión a internet, un contra. El público no parece el más tecnologizado: la edad media se dispara.

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La Churrería (C\ La Mina). Aquí empezó todo. Es un sitio hermoso este, de los que uno no espera pero que están más presentes de lo que parece en este oh, pueblo rico de la zona noroeste de Madrid. Reconozco que al entrar casi me dio un vahído. Olor a frito, limpieza dudosa, parroquianos de los de lectura de Marca, palillo en la comisura y hucha (trasera) al viento. La terraza, no obstante, es más que apañada. El café, de marca Templo, viene en vaso, también sin haber tenido opción. Azúcar blanco para darle más claridad a un contenido con un color tenue que delata y anticipa unos sorbos de angustia. Aquí no saben ni qué es eso del wi-fi. ¡Brujería!

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Multiespacio Lekker (Calle Monjitas, 4). Es uno de mis sitios favoritos. Tal vez por su decoración, muy distinta a la del típico bar que hay por la zona. Su concepto es el de cafetería-librería aunque también venden dibujos y algún que otro cachivache; incluso hacen retratos. Es verdad que su terraza mínima no es la mejor: tiene poco sitio y está plantada en un lugar de paso y con cierta tendencia a acumular vehículos en doble fila. Pero he de decir que nunca he tomado mi consumición en el interior. El café viene en taza si quieres y aquí sí, preguntan qué azúcar quieres, al menos. Es un lugar en el que además de tomar un café más que decente te vas un poco cargado de buenas vibraciones.

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Manolo y Karoma. Situadas apenas a 300 metros, la primera en plena Gran Vía, la segunda casi mirando a la Ermita, tienen varios puntos en común. El café es más que apto en ambas. Bien hecho, con su buen color y buen aroma. No algo para volverse loco pero más que aceptable. Además siempre está la opción de acompañarlo con algo de repostería. Ahí Manolo (Gran Vía, 54) gana en prestigio con sus ‘manolitos‘, unos mini-cruasanes que han adquirido una fama extraordinaria en la capital pese a su indiscutible exceso de mantequilla. Respecto a los salones, más amplio también este aunque igualmente más concurrido.

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Karoma (Carretera de Boadilla, 2) es más recogido y eso a veces se nota. En precio mejor este último, por poco. La bollería también me gusta más aquí. Y quizá porque hay menos gente el personal no está tan estresado y te hace más amable la visita.

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El Recreo (Av. Reyes Católicos, 8). Después de un par de tostas realmente buenas en una soleada y cómoda terraza, con wifi incluido, el café llega para completar el menú. No es especialmente bueno, la verdad sea dicha, una pena. Todo apuntaba a la esperanza: en taza, con una pasta incluida, buen color, su espumita… pero aunque sí tiene algo de cuerpo, el sabor al final te recuerda a algo próximo a lo recalentado. Cafés Brasilia y nuevamente la etiqueta «Medalla de oro» con la que vamos atando cabos. Los he probado bastante peores pero eso tampoco lo ‘perdona’. La terraza al sol es un punto aunque por su situación, enfrente del colegio San Pio X, mejor eviten las horas de entrada y/o salida de alumnos (y padres).

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Sol y Aire. (Av. Doctor Marañon, 47). Lo de este sitio es curioso porque es de esos lugares que recuerdo desde que era pequeño pero por lo que sea nunca había reparado en él. Siempre acababa en otro lugar, o me pillaba a desmano, o sencillamente lo veía como un sitio de comidas; de hecho, su menú del día es popular y económico. Yo, no obstante, entro para desayunar: cruasán y café con leche, por probar. Mientras espero, la opinión del local es muy positiva. No sé qué hay dentro, eso lo dejo para futuras visitas. Me siento en la terraza, realmente agradable por mucho que el trasiego de coches sea incesante apenas un par de metros más allá. Pero tiene este sitio el poso de esos bares de antaño en el que las conversaciones de los majariegos son las que te recuerdan que, al fin y al cabo, esto es un pueblo. Y en esta zona  un poco más alejada del centro aún se nota. El café responde a ello. Viene en vaso, con marca anónima o cobarde, que el sabor es flojo por mucho que, de una manera u otra, sepa a abrazo entrañable. No me preguntan temperatura, y viene templado-tirando-a-frío. El azúcar viene en sobrecito, con una píldora de sabiduría impresa. Leo:

«La humanidad, partiendo de la nada y con sólo su esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria».

La frase en cuestión es de Groucho Marx pero, parafraseando sus palabras, si no les gusta esta cita hay otras y pueden hallarse gracias a la WiFi gratuita y abierta del local. ¡Toma rotura de prejuicios! Yo, que venía pensando que aquí ni sabrían qué era eso.

Sin que realmente me apetezca otra cosa que seguir un rato más en la terraza a la fresca, pido otro café, que esta vez viene con la intención de escaldarme las entrañas. Temo por mis próximas horas posiblemente sin salir del baño. Otro sobrecito y otra frase, en este caso de Martin Luther King:

«Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero nos (sic) hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos».

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Niza. (Pza. de la Cruz) Hace algunos años trabajé una buena temporada de noche, lo que suponía vivir al revés que la humanidad. Y una de las rutinas más placenteras que le hallaba al asunto, una suerte de escape mental, si me apuran, era la de que, al final de la última jornada laboral de la semana, antes de irme a dormir, me iba a este bar a leer el periódico y a regalarme un par de tostadas con mermelada y uno o dos cafés. Las noticias rara vez eran positivas, tal es el mundo en el que vivimos, pero las tostadas eran y son las mejores que he probado jamás. Puede que no sea objetivo en cualquier caso. Por ello también he de decir que en este bar familiar que ha estado ahí desde que tengo memoria, con camareros con los que me llevo saludando desde que era un mico, lo del café ya no es tanto una búsqueda de sabor y/o aroma sino una liturgia de reconciliación con lo que soy. El líquido en cuestión es regular, del montón, y lo mejor que se puede decir es que al menos no es capaz de emborronar las sensaciones. A su favor está la situación privilegiada y que tiene terraza también aunque lo cierto es que suelo tener dentro una mesa con mi nombre casi siempre; en contra, que no hay conexión a internet. Pero teniendo a mano la prensa del día en papel, ¿quién necesita otra cosa? Su pincho de tortilla es muy elogiado, y con razón.

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Foto: Amasa Facebook

Amasa (Pza. de la Cruz). Puede que este sea el negocio más próspero de Majadahonda en la actualidad. Su principal actividad es la de la panadería, una de esas ‘de autor’ que han surgido en los últimos tiempos. Son muy comunes en Madrid pero no tanto en su periferia. Es verdad que ha explotado con mucho éxito sus redes sociales e incluso la participación de su propietaria en una edición de MasterChef pero no es menos cierto que los productos que salen de sus hornos son realmente sobresalientes y ha recibido un notable reconocimiento por ello. Y en esta pretendida apuesta por la calidad el café también se beneficia porque, sin temor a equivocarme, es el mejor de toda la lista. Tiene sabor, cuerpo, textura… solo faltaría acompañarlo con un uouououou de José Luis Moreno.

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Segredos de Coimbra.- Es la última en llegar a la lista también porque, creo, cuando empecé este tour ni siquiera existía. Está en el Bulevar Cervantes 5E, un sitio privilegiado en el que personalmente siempre me han parecido top los lugares de restauración que han existido, aunque eso suponga una existencia limitada. Espero que este no sea el caso. Segredos de Coimbra, ya digo, lleva pocos meses abierto. Aroma portugués en un buen café y una barra de repostería lusa que, nos contaba la gerente, llega directamente desde el país vecino. Esos pastelitos merecen la pena por lo que tienen de original en la geografía majariega aunque con dos contras: todos son una bomba de azúcar y -segundo- son irresistibles.

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Seguirá la exploración pero entretanto, y si no tienes tiempo, mi casa está abierta. Invitados estáis.

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