Filipinas bajo la óptica de la colonia

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Fue en 1887. Aún quedaban unos cuantos años antes de que Filipinas dejara de ser territorio español y tal vez por esa ignorancia sobre el futuro, y obviando los nubarrones que se perfilaban en el horizonte, España sacaba pecho por su presencia en el archipiélago asiático. El orgullo está para mostrarlo y con esa idea se celebró en el parque del Retiro una exposición que acercaba a los madrileños aquellas tierras tan lejanas, exóticas e inalcanzables para el ciudadano medio.

Es cierto que en esa segunda mitad del siglo XIX no eran pocos los países que organizaban muestras similares bajo el rimbombante calificativo de ‘exposiciones universales’. Tras siglos de conquistas y colonizaciones, buena parte de las tierras africanas, americanas y asiáticas estaban ocupadas en algún grado por naciones europeas. En el caso de España los restos de aquel inmenso imperio que llegó a tener se limitaban entonces mayormente a CubaFilipinas. Y en el Retiro se quiso dar cuenta de ese resquicio del ayer por mucho que en el presente hubiera más de decadencia y nostalgia que de gloria.

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La muestra, celebrada con el título ‘Exposición General de Filipinas’, trataba de ofrecer una visión de lo que los españoles encontraron y de lo que los españoles hicieron allí. El resultado fue algo parecido a una curiosidad antropológica muy común en la época pero que, más de un siglo después, puede parecer de mal gusto. Y es que había mucho de indignidad en el cómo se mostraban a los filipinos, a quienes poco más o menos se señalaba como salvajes salvados a tiempo por la civilización que llevamos desde aquí.

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Ese tono actual de mirada apesadumbrada y con un punto de vergüenza es lo que hila la muestra actual en el Museo Nacional de Antropología, que permanecerá hasta finales de noviembre tras ser prorrogada. Más que una exposición en sí misma, que también, es una reflexión sobre la manera en la que los gobiernos muestran y ‘venden’ la realidad que les interesa en contextos determinados.

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No han cambiado mucho las cosas hoy en día, desde luego, pero la mirada hacia esa España dueña de Filipinas tiene una inmensa carga de autocrítica. El eje de la visita son las fotografías. Es una manera documentada y obvia de desenmascarar o, cuanto menos, poner en duda los métodos de la época. Se denuncia el desprecio, para empezar. Cómo los indígenas eran captados por la cámara en situaciones poco decorosas o que mostraban un subdesarrollo y una incivilización exagerada.

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Otro hecho era la manipulación, como algo implícito en la mayoría de fotografías. Muchas veces venía por la selección de temas, por el qué se muestra. Otras, no obstante, venían por parte del mismo fotógrafo, que no dudaba en escenificar y planificar sus capturas, colocando incluso su propio material para caracterizar a los personajes. Esta manera, no hace falta decirlo, choca frontalmente con la concepción científica que se pretendía e incluso se publicitaba.

Al margen de las imágenes que se muestran en el vestíbulo de la primera planta del museo, hay igualmente una colección de objetos de diversa índole a través de los cuales se ofrecía la visión de Filipinas. Es interesante porque hay figuras religiosas, artilugios de uso práctico en casa, ropa tradicional, maquetas de casas y barcos, armas e incluso juguetes. Pero después de ver la primera parte de la exposición ya todo huele a truco porque en lo ofrecido se percibe esa mirada interesada hacia el atraso que, ‘afortunadamente’, fuimos a arreglar los españoles.

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