Westworld, un lejano oeste que te dejará frío

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A medio camino entre Parque Jurásico y Rascapiquilandia*, Westworld se vende como la última experiencia para millonarios: un viaje al Lejano Oeste en el que forjar nuestra propia historia convirtiéndonos en malvados bandidos o en justicieros al margen de la ley, en un territorio en el que explorar los vericuetos de nuestro interior sacando lo mejor y lo peor que todos llevamos dentro.

Westworld no existe, que imagino que ya estaban buscando billetes. Westworld es el nombre de la última serie ‘obligatoria’ de la HBO de la que todo el mundo habla y que todo el mundo debe ver si no quiere verse excluido y ser tomado como un paria. La ‘serie del momento’, si me lo permiten, la llamada a destronar -valga la redundancia- a Juego de Tronos como la de cabecera de millones de personas. De hecho, parece que este primer curso de WW ha superado en espectadores a las intrigas que se cuecen en Poniente. ¿Es para tanto? Sí y no.

[Si siguen, bajo su responsabilidad: peligro de spoilers en las próximas líneas]

La producción es excelsa, eso es cierto. Y la premisa, relativamente original. La cosa va de una especie de parque temático ambientado en el Oeste en el que los usuarios pueden integrarse durante un par de semanas y participar de las tramas que se desarrollan o ir por libre ejerciendo de bandidos o de justicieros. La diferencia es que alrededor no hay ni extras ni actores, sino robots que pasarían por humanos con los que los clientes pueden intreactuar y desfogarse como deseen sin miedo a las consecuencias. Los límites los pone cada cual. Y si en ese deseo está matar, violar, etc., no hay ningún problema. Es, salvando las distancias, como ese bulo que apareció en prensa hace unos días en el que se anunciaba una especie de ‘Gran Hermano‘ en Siberia que se vendía como un reality en el que se podía violar y asesinar… la realidad muchas veces acaba estropeando el titular aunque ese es otro tema…

ww01A lo que vamos: Westworld. En este caso, y en teoría, no hay tantos miramientos porque las ‘víctimas’ son robots; muy bien hechos, pero robots, al fin y al cabo. Sin embargo, en ese ambiente prefabricado de cartón – piedra carente de aparentes errores los problemas van a aparecer, como cualquiera pudiera prever, cuando se produzca lo que bien pudiera definirse como la rebelión de las máquinas. En esto ya nos hallamos ante un producto mucho más convencional.

La serie es buena, está bien hecha y de una manera u otra aspira no a destronar a ‘Juego de Tronos‘ (vaya díita con las expresiones, ¿verdad?) sino a ocupar el enorme vacío que dejó en su día Perdidos. Ya van unas cuantas que han intentado apuntar a ese Olimpo de las dosis semanales de trampa y esta es una más. Puede que no la mejor pero sí la más pretenciosa. Peca de querer abarcar mucho más de lo que puede y debe. El rollo de crear vida y que luego se rebele de alguna manera es algo muy manido y que, sin ir más lejos, vimos en Parque Jurásico, que es una saga que se basa, al igual que Westworld, en un libro de Michael Crichton.

Allí eran dinosaurios y aquí es inteligencia artificial. Allí primaba la acción y aquí hay un pastiche filosófico que se acaba haciendo bola. Pero en ambos casos el asunto viene a ser el mismo: en el momento en el que los robots toman conciencia de sí mismos la espiral de lo inesperado no cesa. De hecho, la historia ya dejó para el recuerdo una película en 1973.

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En este 2016 las cosas lucen aún mejor pero la trama avanza leeeeeeenta, muy leeeenta en muchos momentos. Reconozco que he llegado derrotado por el sueño al final de algún episodio. Ni siquiera la excelentísima fotografía marca de la casa compensa los momentos de paisajes en calma, diálogos profundísimos y silencios impostados.

Al estilo CSI, aquí también aparecen hacedores omniscentes que controlan todo, que tienen previsto todo y que miran a los demás y casi al espectador con un halo de condescendencia que hace que cada vez que tienen que explicar algo parezca que les moleste rebajarse a explicarlo, como si fuera una pérdida de tiempo porque no lo vas a entender. Dicho de otro modo: gente dispuesta a tenderte una trampa. Palo y zanahoria, como en Perdidos, pero sin rozar su carisma.

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Y en parte tiene razón: porque al final la serie se pierde un poco entre esa pretendida profundidad, las cuestiones éticas (¿está bien violar a una robot, por ejemplo?), el peligro de jugar a ser dioses, las debilidades humanas, la acción que debe tener -que al fin y al cabo está ambientado en el Oeste– y los trucos efectistas para mantener al espectador frente a la pantalla. Quien quiera abrir un debate a partir de los detalles, de las frases y de los conceptos que toca, perfecto. Es innegable que se trata de un magnífico punto de partida. Pero ya. La sensación final es la de que te deja frío, muy al estilo de esas «almas de metal» que tiene la serie por subtítulo.

Me ha molestado mucho lo tramposo del guión, ese abismo entre la pretendida ciencia y asepsia detrás de cada línea del libreto y la facilidad con la que pasan cosas inexplicables. El cómo un robot puede saltarse todos los controles, amenazar a alguien que está fuera y hacer de él un pelele sin que nadie se dé cuenta y sin que el humano que le controla no dé parte o ‘tire del cable’. Un poco inverosímil eso que, por otra parte, resulta trascendental y deja algunas preguntas para lo que venga. Y es que, aunque la historia está muy bien trenzada y lo principal cuadra, guste o no en el futuro habrá más episodios, nuevas temporadas. Pienso en ‘True Detective y en el bien que le hubiera hecho quedarse en sólo una campaña y creo que Westworld va por el mismo camino, aunque ese ejército de samurais que vimos de refilón nos haga frotarnos las manos. Quién sabe.

*Rascapiquilandia:

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