Lo cotidiano nos ciega. O mejor dicho, nos hace ver todo de un gris industrial, del mismo tono que ese asfalto anodino por el que discurre nuestro día a día. A veces cuesta alzar la vista del suelo y, más aún, separar el grano de la paja: ¿qué hay de especial en aquello que vemos cada jornada? La magia de los grandes fotógrafos -y de los no tan grandes, que al final es cuestión de ver- es plasmar esa otra realidad que nos envuelve pero que no somos de percibir de un modo diferente. Pero de ahora en adelante recuerde: cada vez que escuche lo de «están entre nosotros» no piense en alienígenas sino en los seres humanos como usted o como yo que viajan a nuestro lado y que guardan pequeñas grandes historias.
Comencemos por la serie del metro (1980), por empezar por el entorno más reconocible. Bruce Davidson (Illinois, 1933) tiene esa capacidad de ver más allá de la pátina de rutina y fruto de ello ha dejado para la posteridad algunas de las series fotográficas más palpitantes, a medio camino entre la documentación y la fotografía de calle pura. En el metro de Nueva York, decíamos, ofrece ese pulso a los ojos y expresiones ajenos. Puede que no sean sus mejores fotos pero sí las que hablan con más exactitud de sus pretensiones. Son retratos de viajeros en cuyos rostros aparecen esas arrugas de la vida en un contexto más bien claustrofóbico que se presenta frío y un punto hostil.
Buena parte de su obra previa, en la que sentó las bases de su estilo, carecen de esa carga agresiva pero tocan igualmente la fibra sensible. Testigo de ello es la primera serie de la notable exposición que presenta Fundación Mapfre en su sala de Bárbara de Braganza. Este primer trabajo, ‘Los Wall‘, es una mirada cariñosa a la vida de un matrimonio de ancianos del pueblo de Arizona donde el fotógrafo hizo el servicio militar. La pareja acogió al joven Davidson y este regaló al mundo unas imágenes tan evocadoras como nostálgicas.

Las sensaciones se repiten más o menos en la posterior ‘La viuda de Montmartre‘. Es cierto que el entorno cambia totalmente, de la solitaria y polvorienta Arizona a las calles del París del barrio bohemio. Es allí donde toma contacto por Madame Margaret Fauché, viuda de Léon Fauché, un pintor impresionista no especialmente relevante. Davidson fotografía a la señora en su cotidianidad. Algunas imágenes son apabullantes por lo que transmiten, prueba de otro de los rasgos que subyacen a toda la obra del autor: la implicación emocional con el sujeto. No hay distancia o no parece haberla: casi se puede decir que la cámara es un megáfono con el que grita su nostalgia. Y personalmente nada supera en este aspecto a la imagen de la anciana levantándose de un banco en el parque, una imagen que seguro que hemos visto en nuestro entorno miles de veces y que aquí cobra un sentido inesperado:
No todo es pena en la exposición aunque en la serie de ‘El enano‘ (1958) tampoco hallamos la sonrisa. Es una fotografía cruda, que no dura ni exigente. Solamente es una ventana hacia lo humano, hacia la rutina y el trasfondo de los personajes. Ni bueno ni malo, ni alegre ni triste. En el caso que nos ocupa el protagonista es Jimmy Armstrong, un payaso enano de un afamado circo de la época. La lente le acompaña durante su vida más allá de las sesiones, descubriendo al hombre tras la máscara. Fue una de sus primeras colaboraciones para la agencia Magnum.

La fórmula se repite en la serie ‘Bandas de Brooklyn‘ (1959), en la que el fotógrafo pasa meses conviviendo con una banda callejera. Sin embargo, y aunque el hecho de que fuera la noticia en prensa de una reyerta la que le animó a tomar contacto con ellos, sus negativos huyen de los tópicos: muy al contrario de lo que uno pudiera esperar no hay ni un ápice de violencia. Son retratos de la normalidad de un grupo de jóvenes que no alcanzaban la veintena en plena ebullición hormonal, unos gallitos post adolescentes que fuman, se tatúan y pasan las horas besando a las chicas y poniendo pose de malotes. La estética de las imágenes es total.

Esa serie desvela mejor que hasta entonces una de las notas distintivas de su trabajo: siempre -o casi- se hizo presente antes sus fotografiados. Pidiendo permiso o si no, sin esconderse para captar la escena, una virtud de su obra es la confianza que transmite para que el sujeto se ‘deje hacer’ y ofrezca una pose natural. Esto queda patente en otras series como las de viajes (incluyen Inglaterra, Gales, México, Italia e incluso España) pero también en otro episodio, el llamado ‘Calle 100 Este‘ que pasa por ser su trabajo más reconocido internacionalmente.

En este reportaje, que copa varias ‘excursiones’ durante dos años (1966-68), Davidson se interna en un barrio poblado por negros y latinos y que permanecía en una suerte de limbo, de espaldas a la capital del mundo. Allí despliega buena parte de sus mejores ‘trucos’ para elaborar un atlas muy particular del laberinto de pobreza e invisibilidad del lugar a través de sus gentes, que presentan calles decadentes y peligrosas.
Tal retrato a esa especie de gueto bebe las fuentes, en lo que a empatía se refiere, al capítulo denominado ‘Tiempo de cambio‘, elaborada durante la primera parte de la década de los 60. Se trata de unos años de ebullición racial en busca de equiparar los derechos sociales. Y el fotógrafo recibió el encargo de documentar una caravana en pos de la igualdad que atravesó buena parte de Estados Unidos. Aunque se mantiene el impacto de sus fotos hay mucho más de improvisación en ellas: no obstante se considera su trabajo más próximo al fotoperiodismo.

Es un ambiente muy diferente al que años después retrata poco después en ‘Cafetería Garden‘, otra de las series temáticas que se exhiben. Con el gancho de retratar al escritor Isaac Bashevis Singer, Bruce Davidson halla un filón entre los clientes del bar donde solían reunirse. Muchos eran judíos e incluso había quien había sobrevivido a campos de concentración. La fotografía retoma el aire taciturno y triste, asfixiante, en la que los rostros adolecen de chispa y el flash resalta la soledad y la desconexión de un mundo que parece que no es el suyo.

Con el paso de los años, Davidson también fue explorando otros campos, en sentido literal. Las líneas se habían esbozado durante sus viajes pero aun bien entrado en los 80 años, mantiene viva su particular visión de naturaleza vs. civilización. Primero se encarga de fotografiar el entorno de Central Park, en Nueva York. Son fotos que abarcan décadas y en la que los cambios de estaciones, de gente y de actividades ofrecen un catálogo de vida que abruma. Posteriormente traslada su atención a la peculiar combinación de vegetación y estructuras humanas que se dan en los entornos de Los Ángeles (ciudad con la que mantiene una relación de amor-odio) y París. Sin duda, otra manera de ver las mismas cosas de siempre que, a su modo, también guardan pequeñas grandes historias.
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