Cuando empiezo a escribir esto han pasado no más de dos horas desde que recibiera en mi móvil una alerta de El Mundo que venía a decir lo siguiente: «Localizado un sospechoso de la desaparición y homicidio de Yéremi Vargas, en prisión por otros hechos».
El caso de Yéremi Vargas cumple cerca de una década. Se trata de un niño de 7 años que desapareció sin dejar rastro en marzo de 2007 en Vecindario (Gran Canaria). El caso fue muy publicitado por los medios por su gravedad y con el objetivo no sólo de informar sino de ofrecer a la ciudadanía un altavoz para recabar información sobre el hecho. Pero el caso es que, sin más noticia acerca del paradero del pequeño, la noticia quedó más o menos sepultada por el paso del tiempo.
La novedad conocida en la mañana de este miércoles que estrena junio indica que, afortunadamente para todos, la investigación ha seguido su curso y por fin se ha señalado a un sospechoso. Pero aquí entran los problemas de siempre: acabamos de echar carnaza al mar abierto y a lo lejos se ven cómo los tiburones están de camino. El Mundo, ABC y El Español le dan máxima visibilidad a la noticia en este momento; El País estaba a por uvas y reaccionó mucho más tarde. Hubiera sido un error no dar el tema por su relevancia obvia y el interés social que generó el suceso en su momento y el seguimiento posterior.
Los dos primeros colocan una foto del niño para ilustrar en su portada la información; el tercero ya se cuela un poco en terreno pantanoso, situando en la home la imagen del sospechoso. Todos ellos, eso sí, citan a Antena 3 como la fuente para nombrar a un tal Antonio O., apodado Juan el Rubio, como el protagonista del día, el eje de la investigación y el sujeto de otro nuevo desfalco a la presunción de inocencia, privacidad, etc., etc.
Se levanta el telón de Antena 3. Y aparece lo que parece ser un gabinete de crisis dedicado al tema. Alrededor de la presentadora Susanna Griso están sus colaboradores habituales. La producción mantiene en pantalla cuatro ventanas más: una enviada al lugar donde fue detenido el sospechoso; otra a donde vivía; otro está con la madre del niño. La cuarta pantalla repite en bucle una antigua entrevista con el detenido y, recuerdo, aún presunto.
Es un espectáculo dantesco. Las imágenes del sujeto son peculiares. Se trata de un hombre de mediana edad, de apariencia más que modesta, ataviado con un polo azul y una gorra un tanto desgastada. Aunque al parecer es del lugar, su aspecto le hace parecer extranjero; de ahí su apodo.
Varias pistas han conducido a las autoridades hacia el tipo. Se habla de un coche, de testimonios de vecinos y de una gorra, precisamente. Años después, qué casualidad, Antena 3 entrevistó a un tipo con gorra. «Una gorra tipo béisbol», decía un portavoz de la Guardia Civil. Bueno, el que aparece en las imágenes lleva un gorro que parece publicitario pero nunca de béisbol, pero da igual porque la producción se encarga de señalar gráficamente el logo del accesorio y de ampliárselo al espectador como señalando ¿qué? Si añadimos a eso los constantes primerísimos planos y zooms de los ojos del personaje, ya estamos enjuiciando.
Como recuerda una de las tertulianas, «hay que mantener la presunción de inocencia hasta que empiece el juicio». Imagino que quiso decir «hasta que el juez decida» pero vaya, que da igual, porque a esas alturas todo derecho ha quedado pisoteado. Sabemos nombre y apellidos, que en su hoja de expediente tiene delitos previos (por los que, de hecho, permanece en prisión), el número de hermanos y hemos revisado los escombros de la caseta en la que vivía. Y hasta se permiten el lujo de especular con sus tácticas previas al hipotético secuestro.
Luego está la madre. Un ejemplo de entereza, si me permiten el comentario. Una mujer sencilla tan normal como cualquier otra persona que aguanta con notable fortaleza todo el buen rato que duraron las intervenciones, las conexiones en directo y los constantes pases del sujeto con gorra. Pero sobre todo los comentarios, las muecas y el sensacionalismo de una mesa que nuevamente ha ejercido de juez antes de tiempo. Es lo que tiene el circo. Y no es ni la primera ni previsiblemente será la última vez.