Ocaso de un líder

Agotado y desmotivando, la decrepitud exudando virutas de ceniza, ajeno a todo, la cabeza bien pensante-bien intencionada que, desde meses atrás, ya no va. Son los últimos estertores de un presunto líder, el que había. Era el único contacto entre el suelo que pisamos y los castillos en las nubes de quien, por encima suya, quiso ver en un chiringuito, derribado por un soplido, un búnker de hormigón y plomo que resistiera el envite de los tiempos. Pero el tiempo es el más fuerte de los enemigos: es el aliado de la destrucción, más si esta ya está escrita y predicha en los surcos del sembrado. Solo esperaba verla germinar.

Es el atardecer, pero también es primavera. El ocaso del líder es la desesperanza para los que alguna vez confiaron en él. Ya no queda atisbo de grandeza en sus pasos arrastrados ni en su voz insegura, ni en sus pensamientos, palabras u omisiones. Eso que pulula es una carcasa de veneno, un cuerpo tóxico y moribundo. Decepcionante y quijotesca tez la que mira ya sin ver, llena de malos presagios y tempestades.

Se me quedó grabada una frase que un día le escuché a un profesor de la facultad: «No hay nada más bello que las ruinas de lo bello». Aunque no es el caso.

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