
A veces las redes sociales ofrecen detalles involuntariamente dotados de mal gusto. De cara al día 22 de abril, Facebook me avisó del cumpleaños de una persona que murió meses atrás y a quien conservo en mi lista de amigos porque ni yo le borré (suena feo eso) ni en la web se le ha dado de baja. De hecho fue precisamente allí donde me enteré de su enfermedad primero y su posterior fallecimiento. Durante toda la jornada pude ver cómo el aviso atrajo a personas que le felicitaban indistintamente en castellano, catalán y francés, su lengua nativa.
Los mensajes que leía me parecieron maravillosos, si tengo que decir la verdad. No voy a mirar más que mi memoria en este punto para recordar cómo había gente que felicitaba sin más; imagino que eran los que no conocieron su desenlace. Pero las más, muy al contrario, ofrecían algún tipo de recuerdo y buenos deseos para él allá donde sea que se encuentre. Parecían todas ellas palabras dichas con la conciencia del homenaje y del agradecimiento por haberse cruzado en su vida. Me pareció bonito, sentido, sincero.

Yo no le conocí mucho. Se trataba de un personaje secundario en una época y un contexto muy diferente al actual pero el trato que tuve con él fue el suficiente como para percibir en ese sujeto tan particular una persona íntegra y bondadosa. Con su acento exageradamente francés, su aspecto desaliñado, sus cigarrillos y, por qué no, un copazo o un botellín en la mano… fue su cámara la que nos hizo las primeras fotos, en la prehistoria de este presente. Y aunque seguramente no atine con las fechas (que de hecho no tienen nada que ver con ésta), de alguna manera quiero pensar que fue en vísperas del día de Sant Jordi.
Que, homenajes aparte, se celebra hoy. O el Día del Libro, como prefieran. Una fiesta que, las veces que la he pasado en Barcelona, me ha dado un motivo más para amar esa ciudad por la manera que tiene de vivirla. Cierto es que hay que armarse de paciencia para andar por según qué sitios y que hay un más que obvio negocio montado en torno al papel y la rosa, sean naturales, de gominola, de chupa-chups o de galleta. Sea como sea es un día que le saca la sonrisa a la capital del Mediterráneo porque implica a toda la ciudad, a toda su gente.
Para hoy, y para cualquier momento, ‘La ciudad de los prodigios’.