«¡La secuencia no es correcta! Que pase el siguiente…»
El centro de operaciones de la agencia espacial echaba humo aquella mañana en la que comenzaron las pruebas. Cientos… qué digo cientos, ¡miles! de candidatos a viajar al espacio por todos los rincones, haciendo pequeña la otrora inmensa sala de espera. Una repentina luz verde y un molesto zumbido pone a todos en alerta. Como si fueran girasoles, abandonan sus actividades de entretenimiento y alzan la cabeza hacia la pantalla donde aparece un nombre: el del siguiente en intentarlo…
Pero el siguiente tampoco complace al director. Entonces, se repite la secuencia: luz, sonido, nombre; luz, sonido, nombre; luz, sonido, nombre… pasan las horas, la sala parece que no se vacía nunca y el personal empieza a impacientarse: ¿es que nadie es válido para el puesto?
Muchos aspirantes después, que en nuestros relojes se traduce como ‘última hora de la tarde’, surge la idea: ya que uno a uno es imposible… ¿por qué no probar con varios a la vez en una competición? «Que pasen los cuatro siguientes», aparece en el luminoso. Los apelados se miran entre ellos, dudando, esperando la trampa, pero el más leve titubeo de uno es percibido por otro como el momento para aprovechar y ser el primero en entrar al lugar del examen. ¡La competición ha empezado! Se declara inaugurada la era de los ‘4 Monos‘.
Se sientan en una mesa y comprueban que ante ellos hay varios montones de fichas de cartón, con diferentes símbolos y unas puntuaciones. A su vez, a cada uno se le asigna una baraja de un color determinado, de las que les dicen que tomen cinco cartas para empezar. Sin previo aviso, un cronómetro gigante inicia una cuenta atrás y mientras uno de los concursantes aún ordena su mano, otro ya está robando una ficha del centro de la mesa. ¡La batalla ha empezado y no hay piedad! La actividad es enfermiza y la simetría con la que todo estaba dispuesto queda rota por el frenesí del ir y venir de fichas, cartas y manos que poco a poco van vaciando la mesa…
Los mazos, uno por cabeza, incluyen diferentes configuraciones de símbolos geométricos (triángulo, cuadrado, círculo y pentágono) que hay que combinar para cumplir los requisitos de las combinaciones marcadas por las fichas que están a la vista de los participantes. Estas tienen una dificultad mayor o menor, de acuerdo a lo cual otorgan más o menos puntos. Al término de las tres rondas de las que consiste la prueba, gana el que haya sacado la mejor nota. Es algo muy fácil para que lo haga uno mismo tranquilo, pero con la presión del cronométro y con otros tres rivales metiendo la zarpa, la cosa se complica: solo el más ágil mental y visualmente tendrá opciones de ganar.
El sistema satisfizo tanto al comité de evaluación que, incluso cuando descubrieron una falla en el mecanismo, decidieron hacer la vista gorda. Resulta que se percataron de que algunos hacían trampas para lograr más puntos. Como para ahorrar tiempo sólo comprobaban la legalidad de los combos del vencedor, el resto podía permitirse engordar su marcador con puzles incompletos o erróneos. Injusto, sin duda, pero válido. Ya saben, quien hace la regla hace la trampa y como esta gente es muy inteligente -que para eso trabaja en una agencia espacial- pero también muy comodona, optaron por dejar todo como estaba y admitir la triquiñuela argumentando que el más listo de la clase, el candidato perfecto y el ‘elegido’, tendría que ser el más listo con los recursos a su alcance, incluídos los faroles.
Y fue así como se inició la era de los monos espaciales: sólo el simio más listo ganó el derecho a viajar al espacio… ¡y un cacahuete! ¡Y todos felices!