Chema Madoz. Fotógrafo por encima de todo, claro, que la tecnología obliga, aunque en su caso la cámara sea únicamente una herramienta cual pincel, pluma o arcilla, a través de la cual dar corporeidad a sus ensoñaciones. Es Madoz un retratista de símbolos y paradojas, una suerte de alquimista capaz de ver (y plasmar) el aspecto simbólico de las cosas.
Aunque su trabajo es bien conocido, la galería Elvira González de Madrid ofrece, hasta el 14 de marzo, 35 fotografías realizadas entre 2012 y 2014 que condensan gran parte de las líneas que definen el ‘estilo Madoz’. Imágenes de contrastes acusados, todas en blanco y negro, con objetos aislados en un fondo infinitamente blanco en la que cada cosa es lo que es y algo -solo algo- de lo que puede ser.
Es surrealismo y poesía en píldoras en las que lo conceptual se exhibe sin pudor y casi con un tinte lúdico. Lo mínimo crece en una escena en la que nada resulta casual: texturas, posiciones, líneas y luces… todo cuenta en la estudiada lectura que propone el artista.
Madoz (Madrid, 1958) ha creado un sello propio capturando “todos esos mundos improbables pero no imposibles”, como acierta en señalar, en la nota a los medios que ofrece la galería, el filósofo e historiador de arte Luis Arenas: “Por él sabemos de cuántas vidas diferentes le hubieran podido aguardar a un fósforo o a una escalera si su destino no hubiera sido el de servir finalmente a nuestra necesidad de fuego o de vencer la gravedad”, añade, en otra manera de acercarse a su catálogo.
Premio Nacional de Fotografía en el año 2000 y mundialmente reconocido, el trabajo del fotógrafo madrileño se exhibe en los más prestigiosos museos de la imagen a lo largo del planeta. Atendiendo a ello puede que la galería Elvira González parezca quedarse pequeña pero, muy al revés, no se dejen engañar. Como todo en torno a la obra de Chema Madoz, nada es lo que parece.