Si un vikingo te invita a algo, casi mejor no llevarle la contraria porque son muy bonachones, pero brutos, lo que se dice brutos, también lo son un rato. Al menos, respecto a ‘Mijnlieff‘ no se van a arrepentir porque si aprovechan para echar unas partidas tras una copiosa comida pasarán una sobremesa la mar de agradable.
El juego es una sorpresa por su simpleza y por su profundidad. Se trata de una vuelta de tuerca a las ‘tres en raya’ que se juega, en su versión más básica, sobre un tablero cuadrado de 4×4 casillas, aunque es posible montarlo con otras configuraciones.
Cada jugador puede colocar una de sus piezas, aunque no de forma absolutamente libre: se puede elegir cuál colocar pero el dónde queda supeditado a lo que indique la ficha que el rival haya puesto previamente. Las opciones son cuatro, marcadas de forma simbólica sobre las mismas. A saber: colocar en diagonal, ortogonalmente y adyacente o no adyacente a la recién jugada.

La idea es colocar de tal manera que se puedan sumar tres en raya y, de paso, molestar en la medida de lo posible los objetivos del rival bloqueándole o impidiendo que puntúe. Y ya. Tan poco pero tanto, en realidad, porque cada partida invita a otra a continuación. Es rápido y estimulante y tanto si se tiene en forma física como en su versión para móvil o tablet, se despliega en menos de lo que cuesta pensarse si se acepta o no la invitación de un vikingo…
