
Quizá haya llegado el momento de confesar que, cuando era pequeño, he matado hormigas indiscriminadamente. Fue un error. Porque estos insectos tienen memoria y de alguna manera saldré, sin duda, en uno de sus particulares bestiarios. Me queda el consuelo que ofrecen los argumentos de que la infancia es una época despreocupada pero cruel con el más débil y de que, además, no soy el único que ha exterminado a estos bichos. Desde ese punto de vista, nadie está a salvo. Y esta serie de libros le hará ser más consciente aún del peligro y arrepentirse porque estos animales son pequeños, sí, pero matones. Puede, de hecho, que si la humanidad sigue en pie sea precisamente porque ellos/as lo permitan. Puede que manden aún más que los gatos y eso ya es decir.

Habrá que avanzar en la historia para ello pero la verdad es que las páginas creadas por Bernard Werber atrapan desde el primer momento. Sin ser un libro científico ni de terror, sí mezcla ambos elementos para hacer un compendio de ciencia-ficción en sentido literal en el que nunca sabremos en qué medida lo que nos cuenta pertenece a uno u otro ámbito.
Es complicado hablar de la historia sin desvelar ningún detalle. Todo comienza con una misteriosa herencia que recibe una familia en dificultades económicas: una mansión que linda con un bosque cerca de París. Una lujosa residencia que, sin embargo, guarda un extraño secreto en su sótano prohibido, tal es la condición para heredar. Pero cuando el perro de la familia desaparece en el mismo la promesa se rompe: el sobrino del difunto accede a la zona y halla al can destrozado por lo que parecen ser ratas. El misterio sobre el qué o el quién ha hecho esa tropelía, el qué hay abajo y el hacia dónde conducen unos corredores que parecen infinitos, resulta demasiado tentador. Será el modo en el que el protagonista desaparezca por el agujero arrastrando posteriormente a su preocupada familia y luego, a todo aquel que acude en su búsqueda.
En paralelo, las páginas describen la vida de un hormiguero. Con una precisión que hace dudar acerca de dónde está la división entre ficción y realidad, conocemos las rutinas de estos insectos, sus castas, su tecnología, la importancia de la reina y su sistema social. Y mucho más. Conoceremos hasta la forma en la que se comunican e incluso la historia de las distintas ciudades-hormiga que existen y las guerras que se han sucedido para que las más fuertes y preparadas llegaran a convertirse en megalópolis en miniatura cuya especialización y tecnología no tendrían nada que envidiar a las grandes urbes -de humanos- que existen.
Precisamente el aspecto político de estos lugares y el miedo al posible desarrollo ‘militar’ de colonias rivales es lo que mueve la trama en el subsuelo. Es la manera en la que una simple hormiga, una mera pieza dentro de un engranaje que no tendría nada que cuestionar en condiciones normales, comienza a hacerse preguntas, a sospechar, a tener autonomía y a ‘rebelarse’, en cierto modo, contra el sistema a medida que va dando pasos hacia la verdad. De una forma más superficial que en el segundo tomo, aquí ya se percibe esa conciencia de individuo inédita dentro de un hormiguero y que variará de forma absoluta la visión de la vida de estos animales.
El segundo libro (‘El día de las hormigas‘) repite el esquema aunque la narración busca dar un paso más. La acción se acelera, especialmente en la ‘mitad’ humana, en la que un brillante investigador hace frente, junto a una reputada periodista, de unas misteriosas muertes en las que aparentemente no hay ni el más mínimo rastro del asesino. Únicamente, un rostro de terror petrificado en cada víctima ‘habla’ en contra de la tesis del suicidio. Será suficiente para iniciar una búsqueda que resulta más entretenida y atractiva que la del primer tomo. De hecho, esta parte podría pasar casi por un relato independiente y, aunque ha sido criticada duramente por la escasa profundidad de la psicología de los personajes o por lo previsible del argumento, no deja de leerse rápido hacia el desenlace entrelazado con la otra ‘mitad’.
Y es que, de igual modo, las peripecias de la comunidad de hormigas también se intensifican. Se pierde algo de la minuciosidad descriptiva y del realismo del primer volumen pero, a cambio, vemos al hormiguero avanzar como especie en dos frentes, fantásticos, si se quiere, pero interesantes a poco que uno quiera empatizar con ellas. Especialmente el componente metafísico y cuasi-religioso, algo que venía ya apuntado en la primera parte y que en la continuación aporta una dimensión desconocida a estos pequeños e ¿inofensivos? insectos. Porque si antes las hormigas tomaban conciencia de sí mismas, ahora incluso se preguntarán qué hay más allá, qué son, de dónde vienen y hacia dónde van. Traten de imaginar el impacto que supone introducir el concepto de ‘dios’ en un ámbito en el que el colectivo lo es todo. Casi como consecuencia de ello, viviremos esa segunda vis de actividad, que conforma el pasaje más emocionante, a mi juicio, que existe en los dos libros: la cruzada contra los Dedos, liderada por esa hormiga 103, que no dejará de sorprendernos hasta la última página…
…o la penúltima. Porque, en realidad, esta saga de hormigas es una trilogía que, desgraciadamente, no ha superado este triángulo de las Bermudas que es el tiempo (comienzos de los 90), el idioma y lo ‘alternativo’ de su temática. Quien sepa francés estará de enhorabuena pero para los que nos manejamos más mal que bien en el idioma de Cervantes, la última parte de la serie o no está disponible o es imposible de encontrar… quizá porque ellas no quieran.