Este pasado fin de semana, los patos de la cesta estuvieron por primera vez en una velada de boxeo. Fue en el palacio de Vistalegre de Madrid, donde se pudo ver una serie de unos diez u once combates entre los que destacaban varios campeonatos profesionales. Desde hace unos meses y gracias a MarcaTV, me he enganchado al «noble arte», como lo denominan allí. Fruto de esta novedosa afición he indagado sobre el tema y he conocido historias sobre algunas figuras de este deporte, presentes y pasados, realmente apasionantes. Pacquiao y su entrenador, por ejemplo, han sido protagonistas aquí, aunque la literatura sobre el tema es verdaderamente amplia e interesante. Sin embargo, no había visto nunca en vivo y en directo una pelea. Pues bien. Llegó el día.

Y las sensaciones fueron extrañas. Es verdad que ver a dos tíos pegándose no me impresionó tanto como pensaba, aunque por paradójico que parezca, apenas llevaba allí diez minutos cuando algo dentro de mí me decía que aquel espectáculo no era para mí. Ninguna contienda fue especialmente cruenta -y menos la primera que presencié-, pero tuve un pequeño ‘autodebate‘ acerca del boxeo, de la violencia, de convertir eso en un espectáculo y de que yo estuviera participando en él. Y creo que si le di el visto bueno al tema y, de paso, la oportunidad de apurar la jornada, fue en base al consentimiento consciente que tienen ambos púgiles a la hora de partirse la cara. Pienso en los toros como ejemplo de violencia gratuita sin que una de las partes pueda elegir. En el caso del boxeo, hay dos personas que quieren pegarse por demostrarse algo, por gloria, por ambición deportiva o, sobre todo, por dinero. Por lo que sea, pero firman el pacto de agresión.
La cosa no estaba, pues, tanto en los boxeadores como en la gente que estábamos viéndolo. Me resultó muy peculiar el ambiente en torno al espectáculo. A lo largo de mi vida he podido acudir a multitud de eventos deportivos en los que cada público respondía a unas generalidades que los diferenciaban de los de otras prácticas: los de tenis son de una manera; los de fútbol sala, de otra; los de baloncesto, de otra diferente… En el caso del boxeo también me he topado con gente muy peculiar y exclusiva. Si en un momento dado tuviera que pegarme con uno de los que suben al ring me tumbarían de un soplido pero cualquiera de los que me rodeaba en la grada, también. Porque el ambiente era, por decirlo de alguna manera, agresivo, intimidatorio. Era solo una sensación, pero no me gustó. Mucha mirada de autosuficiencia, de perdonavidas, mucho musculito, mucha camiseta ajustada, mucha impostura, mucha ‘barbie’ alrededor… me sentí un poco perdido allí, a decir verdad.

Me gusta escuchar las conversaciones de la grada mientras presencio deportes que no controlo. Y alguna pillé que me sonó a chino pero que me dio las garantías de entender esta actividad como algo sacrificado y táctico y que va más allá de dar puñetazos sin ton ni son. Los boxeadores, y los que pretenden serlo, se lo curran y se lo trabajan mucho. Tienen capacidad de análisis y lo demuestran a la hora de hablar sobre lo que ocurría dentro del ring. Sin embargo, esta vez me creí el tópico: si les sacas de este tema, no daban para mucho más. Y eso era palpable en un buen porcentaje de los que me crucé el sábado. Sorprende que grandes intelectuales de todo ámbito hayan mostrado su interés por este mundo y reconozco que me da un poco de pena: al fin y al cabo lo que presencian es un combate entre dos chicos de la calle que pareciera que no iban a tener más opciones en la vida que entregarse a machacar a un rival. Como una pelea de gallos. Todo lo que era deporte me gustó pero lo que había alrededor me sobraba a grandes rasgos y pidiendo disculpas a los que no pertenecen a esta (primera) percepción, que por supuesto también vi mucha gente que se salvaba, gente normal. Puede que ni yo entre entre estos últimos.
Pero la experiencia estuvo bien porque la entrada se amortiza. Pagué 20 euros. Había más baratas y otras mucho más caras. Pero lo vi bien y estuve en el pabellón más de tres horas, dejando de lado que me perdí buena parte del comienzo y algo del final. Así que, por ahí, muy bien. Además, tengo que reconocer que no me esperaba una organización tan buena y profesional, que hizo que el ritmo de la velada fuera muy alto y apenas hubiera tiempos muertos entre combate y combate. Dinámico y entretenido.
Luego, el deporte en sí. Que me gusta, que me gustaría entenderlo aún más, o al menos poder verlo de una manera más experimentada. Porque mi interés no es el morbo de ver sangre y violencia. Yo me creo este deporte como tal. La sensación que me dio es la de que se me escapaba todo por la velocidad con la que actuaban. Verlo por televisión permite fijarse en los detalles, más aún cuando varios comentaristas te orientan sobre lo más reseñable. Eso lo eché de menos, aunque tenía la gente de alrededor que loaba lo bueno y censuraba lo malo. Todos llevamos dentro un experto en algo. Así que ahí estaba yo, presenciando combate tras combate hasta la decena de ellos y teniendo la sensación, a medida que transcurría la tarde, de que los puñetazos que veía no dolían y que todo era teatro. Luego le veías la cara a algún púgil y ya comprendías que no era así pero, bien por la distancia al ring, bien porque con tanta gente no se escuchaban los golpes, todo tenía un aspecto irreal, como de plástico. Me resultó extrañamente sencillo tomar distancia respecto a lo que veía a medida que transcurría el evento.

Y entretanto, además, pensaba en que de alguna manera, el boxeo como deporte es perfecto. Hay que combinar fuerza, velocidad e inteligencia. Ejercitas piernas, brazos, hay que ser muy resistente y los reflejos deben ser magníficos, tanto para atacar como para defender. Va de golpes, claro, pero lo cierto es que por norma general hay mucho juego limpio y mucha deportividad durante y después (aunque sobre el ‘antes’ ya tenemos el prejuicio de los pesajes, por ejemplo). Pensaba, de hecho, en un amigo profesor de educación física, y en lo conveniente que podría ser un acercamiento al boxeo en una de sus clases. Hasta a mí me encantaría tomar unas clases y probar. Aunque claro, está el (pequeño) problema de la violencia que, lo reconozco, ni es apta para menores ni me apetece probar en mi piel.
Perdón. Más que deporte individual se trata de deporte de adversario. Al igual que el tenis, la esgrima o el judo.
Tomo nota. Reconozco que es un deporte individual que no conozco muy bien, aunque la literatura y el cine están llenas de grandes obras maestras.
Sé que hay compañeros que trabajan deportes de combate en el aula. Judo o esgrima. Y que además de trabajar aspectos relacionados con la condición física, favorecen el desarrollo cognitivo.
Un buen golpe en la vida puede ser cuestión de suerte. O de análisis del contrario. Y esto es cuestión de inteligencia. Motriz, fundamentalmente, en el caso de la Educación Física. De inteligencia en definitiva.