La mirada, la textura de la piel, el gesto congelado en un pestañeo… puede ser el retrato el tipo de fotografía más desnuda, más directa y, no por recurrente, más compleja en cuanto a los matices de este gran espejo que es la copia de papel. Eduardo Momeñe (Bilbao, 1952), fotógrafo, maestro y referente teórico del campo, tiene en este ámbito una de sus principales fuentes de expresión. Por su estudio -casi siempre en estudio- han pasado, durante décadas, todo tipo de personajes de todo tipo de edad, gremio y condición.

El resultado de tal acervo y tal profusión de actividad es una producción excelsa que, por mucho que Momeñe quiera apartar del puro documentalismo, da fe de esos rostros que, en muchos casos, hoy han madurado a nuestro lado, tal como reconocemos en los célebres talentos que ha inmortalizado. El argumento que el fotógrafo esgrime para esta aparente paradoja está en el ‘making off’ de cada obra, en la preparación minuciosa en cuanto a escenografía, luz y dotación de contexto (ficticio), pero contexto, al fin y al cabo.

Es, por ir al grano, lo que remite a las ficciones de las que habla el titular de la exhibición de parte de estos trabajos que aún puede verse (últimos días, eso sí) en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid. Es una muestra circunscrita a los trabajos de estudio, la mayor parte hechos entre 1978 y 2023, en los que los modelos posan ante su cámara a modo de cuadros con reminiscencias pictóricas. Es la de Momeñe una concepción muy teatral de la realidad en la que, como se apunta en otras reseñas, no prima tanto lo psicológico como la pura escenificación.
“En lo que se refiere al concepto que tengo de la fotografía creo que se ha mantenido en el tiempo. Para mí la plantilla es un retrato del Renacimiento, me gusta ese orden, que las cosas estén bien puestas. La carga conceptual que pueda surgir a partir de ahí es bienvenida pero lo importante es la forma”, reconocía el maestro en una entrevista reciente en El Cultural [Pueden leerla completa aquí].

Con una técnica sublime, composiciones más que equilibradas, por supuesto, pero siempre con la intención de ofrecer un ‘algo más’ que un busto estático. Esto es otra cosa, una forma de hacer fotografía de manera lenta -”me gusta el control de la fotografía”, reconoce Momeñe en la misma entrevista mencionada- en la que caben recursos poco habituales en esta especialidad, como la de no mostrar la cara del modelo, sin ir más lejos. Transgresión o no, en su concepción de la especialidad hay un convencimiento en torno a una fórmula iniciada, según sus palabras, en el siglo XV a partir de los retratos del pintor Jan Van Eyck.

Y en sí mismo todo es una ficción. Desde el mismo momento en el que se le pide paciencia al modelo, se planta la cámara y se oprime el obturador ya es algo diferente de la propia realidad. Es algo, por tanto, mucho más sutil que la celebración de lo inverosímil: se basa, ni más ni menos, que en la escenificación. “La palabra verdad es incompatible con la fotografía”, concluye: “Su relación con la verdad es muy frágil porque las imágenes no mienten pero tampoco dicen la verdad”.
