Se escribe Winnie the Pooh, pero en esta pasarela las reglas de ortografía ceden ante una realidad diferente, que poco o nada parece tener que ver con una jungla de edificios o, sin ir más lejos, con el río de asfalto que salva, y que discurre a sus pies. En el puente de Winni the Poo no hay una placa con un nombre que aparezca en los mapas y tal vez por eso hay que usar el nombre del oso, aunque esté mal escrito, ¿qué más da?
Lo que importa es que este punto sobre la M-30 es un sitio peculiar, de esos en cuya anodina presencia se descubren detalles sorprendentes. Tontos y mínimos, pero sorprendentes. Hay que mirar, leer y sonreír con las muestras de amor y los mensajes de «Fulanito estuvo aquí» dedicados incluso a las madres. Auguramos sufrimiento:
Pero comencemos por el principio. Por los buenos días, que eso según la hora siempre te ayuda a empezar bien la jornada:
El puente -pasarela, más bien- tiene numerosas inscripciones. Si tuviera dos mil años lo llamaríamos monumento. Algunas son surrealistas o directamente inesperadas.
Pero en realidad, más que matemáticas, la historia que se lee en ese diseño de asfalto y metal es de amor. Y de hecho, e imaginando a un solo autor -que ya tendría mérito hacer tuyo un puente- se adivina una primera fase de alegría y plenitud que roza lo que vendríamos a llamar «moñas»:
Pero debió suceder que, en algún momento, la cosa se torció. ¿Fue la ortografía un motivo? Ciertamente, si escribes «muger» sólo por eso ya lo merecías, con todos los respetos.
O ¿tal vez se le fue de las manos lo de los nombrecitos ‘cariñosos’?
El caso es que luego vienen las disculpas…
…la resignación…
…y el rencor.
Y es que…
Igual para el matemático la historia se acabó pero como testigo de sus andanzas queda este puente. Un lugar ideal para nuevas historias que empiezan de un modo más clásico y discreto…
…y hasta que se ocultan en la noche…