Hombres, mujeres, ausencias y reflexiones

hsm01Departíamos al final de un taller de escritura sobre libros y autores recomendándonos mutuamente nuestras últimas lecturas y, debido a esta tara mía de no recordar bien los finales y a veces, ni siquiera los argumentos de las cosas que pasan por mis manos, el primer autor que mencioné fue a Murakami, de quien ya escribí en su día algo a propósito de ‘Crónica del pájaro que da cuerda al mundo‘, novela que me enganchó bastante aunque ‘1Q84‘, mi primer acercamiento al escritor japonés, me pareciera aún mejor. Es cierto que más allá de las historias el estilo es tan uniforme que todo parece formar parte de un proyecto común. Por ello tampoco sabe uno qué esperar al acercarse a un nuevo libro del nipón pero que, además, es de relatos breves, ‘Hombres sin mujeres‘.

Son siete narraciones cuyo nexo es la mujer o, por mejor decir, la influencia de la ausencia de las mismas en la vida de otros tantos hombres: qué supone, cómo lo llevan, cómo reaccionan… Aunque a lo largo de los relatos he ido subrayando bastantes cosas (como hago otras veces), para que se hagan una idea de lo que el autor pretendía transmitir les dejo estas líneas que se encuentran dentro de la última parte, precisamente la que da título al libro y que me parece que se ajustan bastante a lo que buscaba el japonés:

“Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte […] Una vez convertido en hombre sin mujer, el color de la soledad va tiñendo hasta lo más hondo de tu cuerpo. Como una mancha de vino que se derrama sobre una alfombra de tonos claros. No importa cuán amplios sean tus conocimientos en labores domésticas, porque eliminar esa mancha será una tarea terriblemente ardua. Quizá el color se vuelva desvaído con el tiempo, pero probablemente la mancha permanecerá hasta que exhales el último suspiro. Es una mancha cualificada y, como tal, también tendrá su derecho a manifestarse en público de vez en cuando. No te quedará más remedio que vivir con la suave transición de su color y con su contorno polisémico”.

Relato a relato y sin descubrirles ni descubrirme demasiado, esto es lo que hay o lo que hubo en los instantes posteriores a su lectura. No necesariamente me representarán pasado un tiempo, imagino, pero la memoria, la mía al menos, es caprichosa y si no lo dejo por escrito negaré la mayor de forma irreversible.

‘Drive my car’ 

La primera historia versa sobre un actor de medio pelo que dialoga con su chófer sobre su difunta esposa. Se mezclan el recuerdo y la reflexión vital en conversaciones en los que las palabras, a veces, no resultan tan elocuentes como los silencios que se producen en la conversación. Para el protagonista, el contrapunto a sus teorías viene dado por su interlocutora, mucho más joven que él y con una visión inalcanzable e incomprensible, que es la femenina. Aunque el poso del relato es flojo, lo cierto es que repasando después caigo en la cuenta de que pese a las pocas páginas que ocupa seleccioné varios recortes para guardar, cosas del Kindle. Igual algún día los publico, pero eso es otro tema. Sigamos.

Saab 900 amarillo descapotable. El 'car' de la primera historia
Saab 900 amarillo descapotable. El ‘car’ de la primera historia

‘Yesterday’

La segunda narración gira en torno a la amistad de dos jóvenes en la que se redunda en otro de los grandes temas que subyacen en el relato de apertura y que anuncia, de alguna manera, una tónica constante en lo que queda por delante. Nada original por aquí: ¿quién soy, quiénes somos y quién debo ser?, parece preguntarse Murakami utilizando caracteres, espacios e historias. Los protagonistas de ‘Yesterday’ (nombre tomado de la canción de los ‘Beatles‘) se hallan en plena crisis de identidad –la que les toca es la de los 20-, algo que se remarca durante el texto, empezando por la peculiar inversión de la lógica que marcarían sus respectivos orígenes en el desarrollo posterior de sus vidas.

‘Ella’, esta vez, es la novia de uno, del más ‘raro’, quien adopta la piel más extraña y más a contracorriente. Tanto es así que el detonante de la acción proviene de una de sus rarezas. Mientras la chica es dibujada como una joven que diríamos al uso, con la inercia plenamente asumida y un futuro cómodo y sin grandes peculiaridades a la vista, la situación la señala no obstante como una suerte de carga involuntaria para un personaje peculiar que solo parece responder ante sus propias pulsiones, con el amigo de testigo involuntario de la relación entre ambos. Al final pasa ‘lo que tiene que pasar’, sin muchas sorpresas.

‘Un órgano independiente’

Nuevamente la acción fluye en este relato mediante las conversaciones de dos amigos en cuyos diálogos van dejándose caer los trazos que perfilan la personalidad del protagonista, un cirujano plástico con un más que aceptable éxito personal y que, pese a hallarse en la cincuentena, posee una vida sexual frenética por la que pasan innumerables amantes.

Estos son encuentros sin compromiso, más o menos prolongados en el tiempo y que van pasando por su existencia sin dejar una huella especial, ni buena ni mala. Él acepta eso como parte de las reglas de un juego en el que se siente cómodo y en el que participa con plena conciencia. Sin embargo, un buen día se enamora perdidamente de una de estas mujeres que pasan por su cama y entonces surge el drama. Primero, el de la realidad. Y es que si hasta ese momento daba igual que ellas estuvieran casadas porque al fin y al cabo no era más que sexo, ahora la situación constituye una barrera insalvable y anunciada de antemano por la mujer. A su redescubierto amor de chiquillo se le añaden el miedo a estar sin ella y la rabia, como reconoce en un momento dado, de no poder hacer nada para variar un final que parece inevitable. Sin embargo, este ‘hombre sin mujer’ tendrá que afrontar una verdad aún más dolorosa que provocará un desenlace bastante inesperado para su amigo y para el lector. Bien la historia y bien el final pero algo denso y lento el desarrollo.

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Sherezade

Pasa por ser uno de los relatos más vivos pese a que, como en el resto, el marco en el que se desarrolla es cerrado y claustrofóbico. El hombre que al final reflexionará sobre qué es echar de menos es aquí poco menos un narrador de sus encuentros sexuales con una enigmática mujer a la que parece que alguien -no llegaremos a saber quién ni porqué- le ha encargado que le haga la compra, recados y le satisfaga en la cama. La mujer, un ama de casa de mediana edad sin un encanto físico especial, se destapa como una hipnótica narradora que, “como la Sherezade de ‘Las mil y una noches‘”, teje sus historias de manera que te atrapan.

Sin saber qué es realidad y qué inventado, sabremos a través de su voz cosas de su antigua vida como lamprea (cosas de Murakami) pero también de su vicio de juventud: colarse en casas ajenas y concretamente, en la de su gran amor de adolescencia. La historia es una excusa como otra cualquiera para la reflexión y para el miedo a la ausencia, no tanto por la soledad obvia como al vacío invisible que provoca e inocula cosas distintas, si lo piensan.

‘Kino’

El relato de Kino es el que más me ha gustado; al menos al poco tiempo de acabarlo. No quiero decir que sea con el que más identificado me he sentido pero tal vez… Porque es completo, pasan cosas y ofrece detalles que hacen pensar en aspectos de las novelas ‘largas’ del autor. Conocemos al protagonista de la historia regentando un bar en el que pocos reparan después de dar carpetazo a una relación anterior más o menos acomodada que se quebró el día en el que pilló a su mujer acostándose con un compañero de trabajo. Sin más reacción que la resignada asunción de tener que huir hacia delante asume el reto de hacerse cargo del local, por mucho que la viabilidad del negocio resulte comprometida a priori. No le ayuda mucho su situación que, según se cuenta, se halla al fondo de un callejón solitario y sin apenas un cartel que lo anuncie. Pero, no obstante, el ambiente destila, por así decirlo, buen rollo, por el espíritu afable del dueño, por esa gata que hizo del salón su hogar o por la música, siempre clásicos del jazz.

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En ese contexto van surgiendo personajes como Kamita quien, fiel a su cita con el último taburete de la barra, pide invariablemente whisky rebajado cada día y se pone a leer, sin decir ni una palabra más. Él defiende a Kino de dos esbirros que aparecen por allí una noche. Se presenta también esa extraña pareja en la que una ella le dedica miradas lujuriosas hasta que un día aparece sola y ambos acaban en la cama, donde descubre que el cuerpo de la chica está cubierto de quemaduras de cigarrillos…

Sin embargo, ese mundo confortable que le acoge tras el desengaño va palideciendo y ahondando en el surrealismo de hechos precedentes, ahora sin control. Primero los clientes que dejan de ir, luego la gata que se esfuma, las serpientes que aparecen… lo real y lo onírico empiezan a modificarle la forma de contemplar la vida. Kamita, nuevamente, ejerce de protector y guía para aconsejarle que cierre temporalmente, viaje, que se vaya lejos, que no se detenga y que no mire atrás. Y Kino obedece sin pensar y sin ser consciente, hasta el mismo final, que lo que le aguarda en ese camino sin destino prefijado que va a emprender no es una playa o alguna ciudad en la que pasar unas vacaciones sino el fondo de su ser, donde aún le estaba esperando la factura del peaje de un dolor que no había dolido y que aún le iba a rendir cuentas.

‘Samsa enamorado’

Seguramente les suene Gregor Samsa. Si no es así, en este relato le conocerán y vivirán con él una particular transformación. Murakami ofrece una versión alternativa y muy personal de ‘La metamorfosis‘ de Kafka, elaborando una suerte de viaje inverso del insecto hasta el humano, en una triste habitación de una solitaria casa en una Praga en la que algo muy grave está pasando. Tanto es así que el Ejército controla las calles y el toque de queda se ha impuesto. Pero para el protagonista bastante trabajo supone lo de aprender a moverse, a vestirse o, por ejemplo, ocultar ese ‘bulto’ en su entrepierna que aparece cuando una joven cerrajera jorobada aparece en su casa. “No está tan mal esto de ser humano”, se dice Samsa, por mucho que su esperanza sea la de volver a ver a la chica.

‘Hombres sin mujeres’

Una llamada en plena noche alerta a un hombre de que una mujer se ha suicidado. La voz que lo anuncia es la del marido. “En cualquier caso”, dice, “tenía que comunicárselo”. No deja ni nombre ni dirección ni detalles del suceso pero sí muchas dudas. El receptor fue amante de la mujer hace ya mucho tiempo y es de suponer que por los años que han pasado desde ese momento y por el nulo contacto desde entonces, ser depositario de esa noticia hace que lo que pasó en su momento fuera macerado en el recuerdo a lo largo de décadas, para que una vez que acaba el proceso pudieran ambos decir que fueron muy muy importantes para el otro.

El receptor no tendrá ninguna pista de lo que sucede. Gasolina para el fuego de la reflexión, del recuerdo… por qué no, también de los sueños. Los ‘y si…’, los ‘ojalá…’ y toda suerte de pensamientos que mitifican una imagen que aguardaba muy dentro de su ser y que ahora, tras su muerte, surge para gloria de su recuerdo en forma de monumento y homenaje. Poco más que hacer, claro. Las cosas, al final, son como son y no como pudieron ser.

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