Tengo sentimientos encontrados respecto al homenaje a Raúl, un futbolista hacia el que, si bien no ha sido nunca santo de mi devoción, no puedo más que reconocerle haber encarnado el espíritu del Real Madrid como pocos a lo largo de la historia del club. El partido acabó 5-0 a favor de los blancos pero la presunta fiesta de los goles no creo que justifique una imagen general de aplauso improvisado hacia una figura que salió -como tantos otros- por la puerta de atrás, sin que desde el palco se tuviera en cuenta no ya solo los valores a los que tanto se apelan cada vez que hay ocasión, sino a un palmarés que mira cara a cara a los más grandes de este deporte.
Hay varias formas de ver todo esto. La más obvia es que el homenaje tendría que llegar en algún momento. Entonces, ¿por qué no antes, cuando por ejemplo el Schalke se apresuró a organizárselo casi inmediatamente? O… ¿por qué no después, cuando se retirara? Mi voto es para esta opción: haber esperado, no aprovechar el torneo oficial del club, desprestigiado por la fecha en la que se juega y por los rivales de medio pelo que vienen desde hace muchos años, como al final ha sido el caso. Porque sí, esta vez todo ha girado en torno a Raúl y su equipo actualmente es el que es, pero no perdamos de vista el electrónico: 5-0 ante un equipo qatarí que responde al nombre de Al-Sadd. Dicho de otro modo: nulo nivel para celebrar uno de los futbolistas más competitivos que han pisado el Bernabéu.
Raúl tiene mucho mérito porque de alguna manera inexplicable, siempre estaba ahí, donde había que estar. Sin destacar en nada, aprendió a hacer de sus defectos virtud y comprendió mejor que nadie que un churro cuenta igual que una chilena por la escuadra. Incansable al desaliento, como dicen que gusta en Chamartín, realmente fueron él y sus carreras las que levantaron los ánimos de una grada que exige más que ninguna otra para abandonar su desgana. Eso fue Raúl en Madrid, un escudo con patas que rasgaba el césped inmaculado y la seguridad de que ese mismo flacucho era el mismo que muchas décadas antes ayudó a forjar la leyenda del mejor club del siglo XX sobre el barro de campos en blanco y negro.
Pienso que si el Real Madrid hubiera querido dar categoría de mito a Raúl verdaderamente, tendría que haber invitado al Barcelona o incluso al Atlético de Madrid. ¿Por qué no? ¿Qué mejor manera de resaltar la importancia del emblema de las últimas tres Champions ante el planeta que traer a su mayor rival deportivo? ¿Querría participar el Madrid en un homenaje aXavi o a Puyol, por poner algún ejemplo, el día que ocurra? No olvidemos que en los campos grandes, con aficiones grandes, se ha aplaudido a los rivales verdaderamente grandes aunque estos les hicieran rotos memorables. Y Madrid y Barça se han hecho grandes en buena parte por la rivalidad que los ha alimentado y que jugadores como el ‘7’ han demostrado.
Y si el simbolismo del Barcelona es una utopía (que no debiera), recurre a equipos ganadores. Trae al Bayern, al Milan, al Liverpool… a esos equipos que forman parte del Olimpo gracias a sus vitrinas y a enconados duelos con el Madrid a lo largo de la historia. O trae al Schalke, que alude a lo sentimental porque allí también dejó huella. El trofeoSantiago Bernabéu. El mismo que han jugado en los últimos años Millonarios, River, Galatasaray, Anderlecht, Sporting de Lisboa o ¡Rosenborg! Queda muy bien el guiño a Sudamérica pero la gente quiere ver a los grandes europeos en su mejor momento. En este sentido, el último equipo de verdad fue el Bayern en 2002, en aquel cuadrangular del Centenario. ¿Saben qué rivales llevaron los bávaros a su torneo bianual? Sao Paolo, Milan y Manchester City. Por ejemplo. ¿Al-Sadd? Flojito este capítulo.
Al día siguiente, en la que todas las portadas han comulgado con lo emotivo del homenaje, lo bien que salió todo, la presencia del Rey en el palco, el detalle de Cristiano Ronaldo ‘cediendo’ el dorsal, etc., ninguna parecía más acertada que la de ‘As‘, que titulaba «Cómo no te voy a querer», que fue el mensaje que el público le transmitió a su capitán. Y es que en el fondo el homenaje verdadero era ese. El club lo tenía tan fácil que todo lo que no fuera el aplauso apenas se iba a notar. Y aún así, fue muy mejorable.