Tengo que reconocer que a Green Lantern le descubrí tarde gracias, cosas del destino, a una camiseta que me regalaron y en la que aparecía el superhéroe en una ilustración clásica. Sí, Green Lantern. El caso es que desde aquel momento yo, fan de Superman y Flash principalmente, empecé a interesarme por él. Busqué cómics y encontré un ingente material habida cuenta de que por aquel momento ya se perfilaba en el horizonte el estreno de su película. En esa búsqueda de libros, di con uno en el que aparecía junto a Green Arrow. Fue justo el que no compré porque esa especie de Robin Hood, desconocido para mi hasta aquel momento, no me llamó la atención lo más mínimo. Por eso me van a disculpar desde ya este entusiasmo de ‘neofan’ que van a percibir.
Porque hoy no puedo vivir sin él.
Después de reseñar series conceptuales, profundas, lentas -muy buenas todas sin duda-, ‘Arrow‘ te coge por la pechera y te da dos guantazos: es pura adrenalina. Una advertencia: hay que verla sin ningún tipo de reserva. Es acción, pura y dura, y todo lo que ocurre en cada episodio está supeditado al momento en el que el ‘Justiciero‘ entra en acción. Y sí: hay trampas, casualidades favorables, ‘milagros’ de última hora, cabos sueltos, mala puntería de los malos, capacidades increíbles… pero ¿qué más da? Si quieren disfrutar, disfrutarán, que es lo (único) importante. Cuando lleguen a la pelea coreografiada del capítulo 21, absolutamente gloriosa y memorable, estarán de acuerdo conmigo: la esencia de la producción queda concentrada en un minuto y medio sublime que da pasos entre la danza, el cómic o los videojuegos para situarse en el olimpo de la televisión. Esa imagen del pasillo…
Y eso convive con una parte, que la hay y hasta resulta veraz, de introspección personal. No obstante, el millonario Oliver Queen (Stephen Amell) pasa cinco años en una peligrosa isla dado por muerto. En ese tiempo se curte, vaya. Pasa de ser un niñato egoísta que teme romperse una uña y busca el cheque en blanco para huir de los problemas a ser, torturas mediante, un tipo duro, un ejército en si mismo experto en artes marciales y, obviamente, en tiro con arco. A su vuelta a la civilización se halla con el dilema de fingir que es el de siempre y la imposibilidad de revelar no ya que es un héroe sino el nuevo enfoque de la vida que le ha aportado la experiencia pasada. Y es lo mal que disimula esta nueva personalidad lo que le confiere, paradójicamente, mayor credibilidad al personaje: es su naturaleza la que quiere desbordar su aquí y ahora. Sus allegados le notan raro, diferente, pero la explicación de cinco años en la más absoluta soledad es una justificación tentadoramente fácil y nadie -o muy pocos- intuirán de verdad ese ‘algo más’ que esconde, aunque el peaje sea el de que su imagen pública mantenga el halo de frivolidad de siempre.
La historia, por otra parte, es comprensible si la extrapolamos a nuestro día a día porque ¿quién, en algún momento, no ha querido arreglar los errores del pasado? Su padre, con el que viajaba antes de acabar en la isla, era el dueño de una poderosa empresa con sede en Starling City. Al morir, Oliver le encuentra un misterioso cuaderno plagado de nombres de grandes empresarios de la ciudad que, presuntamente, se han enriquecido de manera ilícita o recurriendo a malas artes. Queen no sabe qué relación tienen con su progenitor pero entiende que ‘tachar’ los nombres que lee es la mejor manera de purgar sus errores personales y, de paso, los de su padre, de quien sospecha que tampoco tiene un expediente inmaculado.
«You have failed this city«. ¿Quieren más motivos para engancharse a ‘Arrow‘? Tiene hasta su propia frase épica, que es la que arranca este párrafo. Metido en su piel de justiciero al servicio de la/su ciudad halla la fórmula, la tarjeta de visita que precede a su particular manera de administrar justicia. Y sentenciar al villano con un «le has fallado a esta ciudad» dicho con una voz cavernosa y una flecha apuntándote al corazón -no lo negarán- le aporta a la estampa un barniz comiquero que encandila por sí solo. Y por cierto y ya que estamos. ¿Dónde está exactamente Starling City? Pues sorpréndanse porque las panorámicas de rascacielos que vemos en la serie no corresponden a una única ciudad. Yo reconocí Frankfurt pero ojos más entrenados mencionan Boston, Philadelphia, etc. Un héroe universal, vaya.
Me gustan la violencia y la oscuridad de la imagen. La bondad no cabe en la guerra contra el mal. O matas o mueres. Hemos visto a Superman perdonando vidas, a Linterna Verde igual, a Batman deteniendo delincuentes en vez de cortar por lo sano. Green Arrow no tiene miramientos cuando se apagan las luces y aparece. En Starling City los malos matan, hacen daño e infligen mucho sufrimiento. A él no le importará acabar con quien haga falta para llegar al nombre que ha situado en la diana. Solo el paso de los capítulos le suaviza un tanto pero, por poner un ejemplo, es significativa su manera de hacer que alguien confiese un crimen: «Normalmente hago que se mueran del terror»; otra declaración épica para ilustrarlo: «…a quienquiera que temas… témeme más a mí…».
Eso nos lleva la culpabilidad, otro de los temas sobre los que se puede reflexionar si se quiere ver más allá de la acción. Los remordimientos de un sinfín de muertos a la espalda, diluidos en el tiempo y el aislamiento y expresados en ese rostro que a veces dice mucho más con el gesto que con las palabras. «Eres un muy mal mentiroso», le dicen al protagonista de vez en cuando; otras veces, de forma más cruel, le recuerdan que es un «asesino». Y una de las cosas que más le entristece es justo eso, no poder o no saber expresarse para esbozar una defensa o una mínima justificación. Nada de lo que hace, dice o piensa, a ojos del resto de la gente, parece ser lo correcto. Recuerden: hablamos de un millonario guapo y caprichoso. Ni como ‘el Justiciero‘ ni como Oliver Queen deja de recibir reprimendas constantes. Sacar lo que lleva dentro, «salir de la isla», es otra de las guerras heroicas que tendrá que afrontar a lo largo de la temporada.
Pero la culpa -o la falta de ella- también es el eje que moverá al resto de personajes importantes de la trama. Cuando al final se destapen las cartas, será el grado de remordimiento el que posicione a cada cual en su sitio. A los buenos y a los malos. Si en algún momento hubo dudas acerca de en qué bando estaba cada uno, en el último capítulo quedarán disipadas.

Para Oliver, decíamos, la isla es clave. Las vivencias del protagonista allí son imprescindibles para entender su presente. Por eso, los ‘flashbacks’ son continuos, de tal modo que casi puede hablarse de una trama paralela. Por un lado, las andanzas del superhéroe; por otra, su supervivencia como náufrago. Esta situación desemboca, de forma colateral, en otro de los aciertos de la serie: los guiños más o menos velados y humorísticos hacia las fuentes de las que beben algunas escenas. Es inevitable, por ejemplo, no pensar en ‘Lost‘ cuando se le ve en esa frondosa selva en la que hay peligros de todo tipo acechando; algunos, como en aquella, ciertamente peculiares también. En un capítulo, de hecho, situado en el presente, hablan abiertamente del final de ‘Perdidos‘, que pilló al protagonista en pleno aislamiento… ¿se imaginan haber tenido que esperar cinco años a ver el final? U otra gracia que nos sacará la sonrisa aún en un momento especialmente dramático con alguien a quien conoce en la selva: «Soy un náufrago en una isla y mi único amigo también se llama Wilson…».

También hay un dramón de índole amoroso subyacente en la trama. Oliver viajaba en el barco siniestrado con su padre pero, también, con la hermana… de su novia Laurel. ¡Mal! Típico del viejo Oliver Queen. El caso es que el fallecimiento de esta chica tampoco ayuda para que, a su vuelta, su ya ex le quiera estrangular (aunque la tensión sexual es obvia) y su exsuegro le odie con toda la pureza que exige un sentimiento verdadero. Y para enredar un poco más las cosas, su mejor amigo, Tommy, ya ha hecho ‘acercamientos’ y de hecho, saldrá con ella a lo largo de la temporada (mínimo spoiler, lo siento). Todo ello obliga al héroe a la mencionada introspección y a un ejercicio de autocontrol inestimable: sabe que no puede reprocharle nada a Laurel pero es evidente que le sigue haciendo tilín y casi se puede escuchar cómo le hierve la sangre cuando la ve con su amigo. Nadie como él había ilustrado de forma tan acertada en una serie el concepto ‘inflar las narices’. Esas cosas pasan en la realidad y en esta historia también tendrá su importancia.

Más universalidad, en este caso superficial en extremo. Y es que después de ver rostros normales en esas otras series que hemos reseñado antes, todo el reparto de ‘Arrow‘ -todo- parece sacado de agencias de modelos. Ellas y ellos, malos y buenos, todos son tan guapos y esculturales que por ahí encontramos un defecto a la serie. Es envidia, claro, pero aunque lo digo medio en broma, medio en serio, creo de verdad que se han pasado con el casting en ese sentido. El mundo real es malvado pero no tan bello.
Arrow nos ofrece adrenalina, acción… nos pegará a la pantalla si alguna vez disfrutamos con superhéroes impartiendo justicia y ofreciendo capítulo a capítulo una genial película en dosis mínimas o, mejor dicho, una temporada de pequeñas películas a cada cual mejor, en la que pasa de ir ‘cazando’ villanos de medio pelo a las grandes presas… Superman, Ironman, Batman, Green Lantern, Spiderman… hay muchos y todos tienen su atractivo pero nuestro arquero se la ha jugado en el terreno casi inexplorado de las series, logrando un éxito más que notable y que ha dado pie a que se explote el filón. Flash ha sido el más rápido (si no hago el chiste reviento) en anunciarse no solo como ‘colaborador‘ en la segunda temporada del arquero sino en tener su propia serie. E incluso se especula incluso con ‘cameos’ de un superhéroe con película en la hipotética tercera (apostaría por Linterna Verde).

Y desde aquí, precaución, que vienen curvas llamadas SPOILERS respecto al final de la temporada. Los últimos capítulos son impactantes, intensos y absolutamente maravillosos por el ritmo y la música (espectacular), que te mantiene pegado a la pantalla, con el cúlmen de la lucha final entre Arrow y su principal antagonista durante esta temporada, el padre de Tommy o, de uniforme, el arquero negro. Le voy a criticar que, aunque es cierto que pasan muchas cosas durante los últimos 40 minutos, se corta mucho la pelea. En algunas ocasiones no importa demasiado; nos tomamos un respiro. Pero la conversación lacrimógena entre Laurel y su padre es sencillamente antiorgásmica: dura demasiado e importa más bien poco. Sobra, al menos en ese momento en el que, además, el policía pasa de la bomba, de Felicity y de todo para hacer la llamada. Es como si hubiéramos cambiado de canal sin querer, un lunar gordo en un momento álgido.
La acción está en ese tejado de Merlyn Corp. pero también en la contrarreloj para desactivar ‘el mecanismo’. No hay que esperar al último segundo para el éxito como en otras producciones. Pero es que realmente no será tal. Malcom Merlyn lo tenía todo atado y ¿su muerte? no detiene la ‘empresa’. Neutralizado el primero, un segundo aparato se activa plácidamente en otro lugar y el desastre comienza: los Glades comienzan a venirse abajo.
Hecho su trabajo en la azotea con el villano, el foco de atención se traslada a la sede del CNRI, donde Laurel se ve atrapada cuando golpea el terremoto. El héroe corre para salvarla pero Tommy aparece antes y la libera del horror, sacrificándose en el lance. De hecho, cuando Oliver llega es a su amigo a quien se encuentra, aunque solo para morir en sus brazos, entre lágrimas de rabia y de impotencia que solo un héroe, un verdadero héroe, puede derramar… y de nuevo, la culpa: «…debería haber sido yo…»
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