Una de las mejores cosas que se pueden decir de un libro es aquello de la pena por que se acabe. Da igual que no sea una obra maestra en cuanto a estilo o tramas, o que la edición que caiga en tus manos no sea un cúmulo de excelencias. Pero qué es leer sino esa sensación de cierto vacío al momento de echar el cierre a las páginas en las que has vivido las últimas jornadas.
Las 360 páginas de Belladona (editorial AdN), la última novela de Michael Connelly, me han durado ocho días. No sé si es mucho o poco pero, para los estándares a los que me aboca la rutina, considero que está más que bien. Es difícil explicar por qué un libro te engancha y otro parecido no, pero la verdad es que esta historia me ha atrapado desde la primera página.

Asume la trama el punto de vista del detective Stilwell, un investigador de homicidios de Los Ángeles caído en desgracia tras un enfrentamiento con uno de sus compañeros en el cuerpo. Aunque de puertas para fuera no parece suceder mucho, las políticas internas le relegan a ser quien esté a cargo policialmente de la isla Catalina, un paraíso playero a unos 40 kilómetros de la metrópoli californiana en la que ocurre entre poco y nada. Vamos, una patada hacia arriba a un destierro donde no moleste demasiado.
Sucede, no obstante, que esta proximidad con la ciudad es clave para unir sucesos que ocurren. Y cuando aparece en el puerto el cadáver de una misteriosa mujer sin identificar, solo con un mechón morado como signo distintivo, todo se va a precipitar.

A partir de ahí, que no deja de ser un punto de partida tan válido como cualquier otro, nada en especial, se va a ir desmadejando un misterio en el que las habituales subtramas se van entrecruzando de una forma tan orgánica que el relato gana en credibilidad cada página. A saber, tenemos la propia investigación sobre la mujer muerta, un presunto robo de una estatua en un elitista club de ricachones, una denuncia por la caza furtiva en una reserva natural protegida y un caso de corrupción al más alto nivel. Casi nada.
En el proceso, Stilwell va a ir rondando -y en más ocasiones de las que quisiera, seguramente- y superando sin ambages todas las líneas rojas que se va encontrando. Primero, las de su propio hábitat, la isla Catalina, un lugar cerrado, relativamente solitario y en el que existe un ecosistema muy particular que moldea su día a día. En definitiva, un sitio de esos en los que cualquier cosa que perturbe el status quo es bastante mal recibido.
Eso por un lado.
Por el otro, la gravedad del crimen llama la atención del continente, que manda a un equipo para investigar en el que, ¡oh, casualidades! está la némesis de nuestro protagonista. Esta relación de odio-odio es un elemento clave en la tensión que se acumula en la lectura: ¿cuánta información se guardará el uno para no darle el triunfo al otro?¿cuánto más se meterán el dedo en el ojo? Es una porfía que, sorprendentemente, eso sí, va diluyéndose a medida que avanza la narración. He ahí el peor punto de la novela, en mi opinión: se le podía haber dado aún mayor empaque y no dejarlo ir suavizando…
Stilwell, en cualquier caso, gusta de ir haciendo la guerra por su cuenta y eso le va a generar más problemas aparte de con su excompañero, desde la fiscal que le toca, a su superior en el cuerpo o su propia pareja. Todas estas líneas mantienen el interés de un libro que avanza como un reloj. Sin alardes ni florituras, con una concepción cinematográfica y con un ejercicio del oficio que delata la experiencia de Connely en este tipo de novelas. Se siente a gusto, y se le nota.

Y es que el autor estadounidense tiene una extensa bibliografía en la que el género policial es casi monográfico. Es una herencia de su primera profesión, la de reportero de sucesos de Los Angeles Times. Incluso estuvo a punto de conseguir un Pulitzer en 1985 por una serie de reportajes sobre asesinatos en serie. Su adscripción al noir, por tanto, no podía hallar mejor caldo de cultivo que este contexto en el que tuvo contacto tanto con asesinos como con el ámbito policial.
Esta ‘formación’ concluye en sus series de libros en los que articula casos de todo tipo en torno a personajes carismáticos. Se considera que el principal es Harry Bosch, un detective del LAPD, veterano de Vietnam y con aires de justiciero duro, pero justo. Las aventuras de Bosch han dado para unas ¡25 novelas! durante más de 30 años e incluso series televisivas.
Haller y Ballard son otros personajes que también amplían este universo tan personal y adscrito a la realidad más dura de Los Ángeles y que, con diferentes aproximaciones, mantuvieron vivo el legado de Bosch. Ahora Stilwell parece estrenar una nueva etapa en la que, eso sí, los temas se suelen mantener muy próximos a lo de siempre.
Para qué cambiar la fórmula si funciona, y funciona muy bien: personajes complejos, trucos efectistas, una escritura bastante solvente y unos escenarios que honran a la ciudad estadounidense como la gran capital histórica del noir. De ahí que acabar esta visita que propone Belladona dé algo de penica.
