¿Buen producto o buena literatura? ‘El esplendor’, de Carmen Mola

Realmente he pasado muy por encima del fenómeno de Carmen Mola. A la hora de encarar la lectura de ‘El esplendor‘, el dato de que su autor -Agustín Martínez- forma parte del trío que ganó el Premio Planeta en 2021 (junto a Jorge Díaz y Antonio Mercero) al menos no me ha predispuesto de ninguna manera ante la obra. Finalizada la misma, y por empezar por un resumen que te puede evitar seguir leyendo (espero que no), diré que entiendo el revuelo en torno al estilo del grupo: un libro ágil, de fácil consumo, giros en la trama que mantienen viva la tensión y aderezos que visten el argumento de forma vistosa. Un buen producto, en definitiva.

¿Es tal cosa, no obstante, sinónimo de un buen libro? Bueno, no queramos ser pedantes y críticos en exceso. Me sorprende que un estilo similar sea capaz de ganar un galardón de peso, pero si ya lo ha hecho, posiblemente el equivocado sea yo. El libro me ha entretenido, pero creo que tiene fallos, incoherencias y que no deja de estar escrito de forma correcta, sin más. Sin complicaciones, cortita y al pie, lo que reconozco que no es esencialmente una característica negativa.

Pero como que le echo en falta un poco más de poso. Acaba la historia y no me queda nada en la retina: no hay un argumento que me vaya a obsesionar, ni personajes que trasciendan más allá de la última página; acaso la localización me puede generar algo de curiosidad, su historia… pero todos los elementos que confluyen en el título son asépticos, con más bien poco riesgo y con una clara concesión al gran público.

Y es que sus más de 400 páginas se leen casi del tirón. La novela centra el tiro en una pareja cuya vida profesional discurre, principalmente, en la categoría que podríamos denominar como de vividores o de buscavidas. Solo en los últimos tiempos, se cuenta, han encontrado una fórmula más o menos legal: investigar a personas fallecidas sin supuestos herederos para ver si pueden dar con algún familiar inesperado al que morder una porción del testamento en concepto de facilitadores.

Aunque el negocio es relativamente lucrativo, el último caso en el que se ven inmersos parece superar todas las expectativas: un anciano que muere modestamente en una masía catalana, pero tras el cual parece haber una historia bastante menos anodina. Y, lo que parece más importante para ellos, con una fortuna inmensa. Esta investigación nos lleva -a ellos y a nosotros, meros espectadores- a las islas británicas del Canal de La Mancha. Es allí donde se conduce la acción, paraje inhóspito, azotado por el viento y las mareas, y donde proliferan tanto las fortalezas como las defensas nazis de la Segunda Guerra Mundial, donde Rebeca, la protagonista, acude para afinar la búsqueda de una heredera. Un lugar, además -y esto es clave- donde los millonarios pululan sin complejos, tal es su consideración de paraíso fiscal.

Pero la aventura le va a deparar un giro inesperado muy relacionado con ese turbulento pasado de la zona. Un ambiente tóxico, elitista, en el que la violencia se mezcla con la lujuria y la ambición desmedida acaban por abocarla a un estado próximo a la locura. De hecho, a su vuelta a Madrid queda en estado catatónico y es ahí más o menos donde arranca la lectura. A partir de ahí, Agustín Martínez va desmadejando la historia a dos voces: la de él y la de ella. Dos voces que ofrecen en la primera parte de la novela una visión diferente de las cosas. No me parece que el recurso funcione especialmente bien en este caso porque la parte de cada uno es demasiado extensa como para evitar que en la segunda ola caigamos en aquello de ‘esto me suena’ que en la verdadera curiosidad de ver o leer las cosas desde el otro lado.

Tampoco ayudan las constantes referencias a la vida personal de ambos, que se hacen excesivas o los constantes miedos de uno u otro por ocultarse cosas que, como se verá, tendrá una importancia muy limitada en el desarrollo. Es una novela que no da buen rollo: mentira, poder, sumisión… un tono sombrío y truculento.

Por otra parte, la resolución me parece un poco farragosa. Asumiendo que tiene que haber una gran traca final, me parece que todo lo que se narra en el cierre queda un poco difuso y de hecho, dados los personajes principales e incluso aquellos que sin serlo más peso tienen, se fue escapando entre los dedos el interés por lo que fue sucediendo en las páginas finales. De hecho, me dejó bastante frío porque la trampa que uno siempre espera en estos casos es bastante poco disimulada y hasta cierto punto extraña dada la historia de fondo.

Y eso que hay pasajes, que también hay que decirlo, con un excelente potencial. La elección del escenario, estas islas desconocidas, su orografía y la peculiar arquitectura y carácter de sus habitantes, me parecen de gran fuerza y algunas descripciones son lo suficientemente vívidas como para transmitirnos el frío que se siente en el lugar, la humedad y, por qué no, la claustrofobia. Pues bien, un libro más para la estantería.

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