The Shield, los policías apóstoles del fin que justifica los medios

En no pocas ocasiones he manifestado aquí el trabajo, el sacrificio y el tiempo que lleva mantener un blog más o menos actualizado, aunque sea a mi ritmo. Más de diez años de recurrente regularidad exigen eso, superar épocas de pocas ideas, de problemas, hartazgos o de situaciones personales sobrevenidas que te alejan de las letras o que, al menos, te dejan seco de temas. Por eso me gusta tener algo de nevera, es algo lógico y creo que común, más aún en un diario tan ecléctico como este.

Pero lo que ha superado estas expectativas de tiempo es esta mención a The Shield: Al margen de la ley, una serie coetánea de The Wire (mismo año pero con unos meses de prioridad) que, en mi opinión, pasó muy por debajo del radar de la época, opacada seguramente por la otra y por esas siglas que nublan al resto: HBO. Al menos aquí, porque al fin y al cabo, la producción fue premiada con dos Globos de Oro y nominada frecuentemente en estos y otros premios. 

Recuerdo que, allá por 2007, el ponerme a verla vino de parte de Sergio, en una de aquellas tardes de calma chicha en la redacción: “La buena es esta”, vino a decir. Y por aquel entonces, tardamos poco o nada en ‘adquirirla’, máquinas del emule y similares mediante. Lo que desgraciadamente no venía en las descargas era el tiempo o la oportunidad para verla del tirón o, cuanto menos, la paciencia para sincronizar los subtítulos. Todo era muy artesanal entonces.

Así pues, pasaron los años y ahí quedó, más o menos a medias y perdida en algún disco duro, hasta que descubrí que se podía ver en Amazon Prime. Entre una y otra cosa pasó más de una década. Sin embargo, tampoco iba a tener mucha suerte: un amenazante cartel indicaba que pronto dejaría de emitirse también en esta plataforma. Ni siquiera el maratón que me di para alcanzar el final fue suficiente antes de ver el terrorífico cartel de ‘Emisión no disponible’. Ahí volvió a quedarse. El pasado verano, de pura chiripa, vi que nuevamente estaba visible así que es ahí donde comencé a escribir el principio del fin de esta rocambolesca historia, un periplo histórico acerca de una serie que he tardado más en ver completa casi de lo que ha durado Cuéntame.

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Volvamos a la comparación con The Wire para introducir The Shield. Lo hacemos porque ambas comparten tema y están bastante relacionadas en muchos puntos. Lo obvio: ambas van de policías; de hecho, estaremos siempre dentro de un equipo de agentes especiales con muchos egos porque se reconocen como de élite por dominar la calle y estar próximos, de alguna manera, a las mafias o bandas que operan en sus respectivos territorios. Adicionalmente habrá un componente político, que de alguna manera, sesga y limita la capacidad de movimientos de los protagonistas. También se puede aducir que el protagonismo es coral, es decir, se diluye en un colectivo, más en el caso de The Wire que en la otra, es cierto, pero a donde vamos es a que hay un complejo abanico de secundarios que le aportan a las dos una profundidad excelsa.

Ahora bien, el enfoque en ambas es radicalmente opuesto. Mientras que en la producción de HBO el posicionamiento está más o menos a favor de la ley -con sus matices-, en The Shield estamos ante un grupo de policías que no nos lo deja del todo claro porque, por encima de todo, vela por sus propios intereses. Y eso supone que se llevan por delante a quien haga falta para ello en la mayor parte de sus casos y se conviertan casi más delincuentes que aquellos a quienes persiguen.

Asimismo existe un distanciamiento formal evidente. En The Wire ese apadrinamiento de HBO se traduce en ese sello de pulcritud técnica, diálogos intensitos y pretendida filosofía de manual que enamora a los más puristas. The Shield, por su parte, es una salvajada desde muchos aspectos. Desde la misma carátula, de hecho, donde ese jazz que acompaña la apertura de la primera cede en favor de la estridencia de la otra. Los tiros de cámara, por ejemplo, son otro elemento que remite a esta distancia, de la corrección de una al temblor de pulso, los planos entrecortados, los desenfoques premeditados o lo informal de la otra. Son diferentes estilos que pocas veces van a encumbrar a la vez a dos series que tratan más o menos de lo mismo y que fueron coetáneas. Aquellos sí que eran buenos tiempos.

The Shield es a The Wire lo que el techno a la música clásica, lo que un nugget de pollo a un solomillo de la Sierra de Madrid… lo que la mortadela al caviar o las palomitas al foie. Y que viva: molan las palomitas. Y mola The Shield. Vamos a ver, sin entrar en más comparaciones, por qué merece la pena echarle un vistazo a esta serie que, además, celebró hace no demasiado el vigésimo aniversario de su puesta en escena. Otro argumento que une a ambas: su pervivencia en la memoria y en el olimpo de series imprescindibles.

Habrán escuchado una y mil veces aquello de darle paciencia a The Wire por eso de que todo allí se cocina a fuego lento. Eso en The Shield no ocurre: todo avanza vertiginosamente; tanto, que pareciera que en algún momento descarrilara el tren. Y sin embargo, funciona, porque todas las correrías del equipo acaban encajando orgánicamente en una historia principal que avanza sin apenas altibajos durante las siete temporadas que tuvo en pantalla.

Ya comienza fuerte. Nos hace partícipes de la intimidad de un grupo de cuatro policías que poco menos que constituyen una familia bien avenida. Se trata del conocido como ‘equipo de asalto’, un grupo especializado en misiones de alto riesgo llevadas a cabo, principalmente, contra pandillas o mafias de Los Ángeles. Toda bibliografía acerca de esa ciudad ya da idea de lo que tienen que hacer frente, tal es la amalgama racial que se da allí, desde latinos a armenios pasando por rusos. Y ante todo eso deben estar con mil ojos en las calles, especialmente del conflictivo barrio donde se ubican, en Farmington.

Sucede, sin embargo, que sus métodos, no por efectivos, están carentes de medios un tanto irregulares, dicho suavemente. Hay violencia, muchas veces gratuita; extorsiones, amenazas o directamente palizas. Ellos son y se erigen en la Ley y ejercen como apóstoles de aquello del fin que justifica los medios. De hecho, años de impunidad acaban por pasarles factura y granjearles una reputación obscena ante sus superiores, hartos de denuncias de afectados -y evidencias no oficialmente documentadas- de sus excesos.

Es ahí más o menos donde comenzamos este viaje adrenalítico junto a ellos, en el punto en el que los jefes empiezan a ponerles con mayor celo en el punto de mira y, de hecho, maniobran, con funestas y decisivas consecuencias, para saber de primera mano qué ocurre en este grupúsculo. Que son, para no dilatar más las presentaciones, los siguientes, ordenados de menos a más importancia en la historia: Ronnie Gardocki (David Rees Snell), Curtis Lemansky ‘Lem’ (Kenny Johnson), Shane Vendrell (Walton Goggins) y Vic Mackey (Michael Chiklis). Ellos son el núcleo de la serie y en torno a los que giran todos los chanchullos que aparecen en pantalla.

Pero en una serie en el que los secundarios adquieren mucho peso y minutos de pantalla, si podemos considerar que hay un protagonista, sin duda es Vic. Se trata de un rudo personaje, tan visceral como inteligente y falto de escrúpulos. Es el líder espiritual del equipo de asalto y no solo porque sea el jefe, sino porque generalmente su opinión va a misa. Se ofrece en pantalla como un tipo pragmático, extremadamente inteligente y ágil de mente, pero con una moralidad bastante desgastada por la vida en las calles. Buena parte del devenir de los acontecimientos son consecuencia directa de sus actos y decisiones, no siempre reflexivas, en lo que supone una patada hacia delante continua en la que el espectador -y a veces incluso sus propios compañeros- no podremos creernos que acabe más o menos saliéndose con la suya. Quédense con ese concepto de ‘patada hacia delante’.

A su lado el alter ego de Mackey es Shane, su mano derecha y con quien vive algunos de los episodios más dramáticamente memorables de la serie. La temporada seis, en este sentido, es una bomba. Del resto, Ronnie ni fú ni fa, poco carisma aunque vaya ganando peso con el tiempo. Al final tendrá su importancia, pero como actor es de lo más flojo de la producción, ciertamente. Lem, por su parte, parece ser el hermano mayor de todos y un poco la voz de la conciencia del grupo. No le sirve de mucho, realmente. Eventualmente hay otros que van y vienen del grupo y eso es relevante porque la relación de los nuevos con estos cuatro es igualmente tensa y hasta de una violencia inusitada: recordemos que estos quijotes luchan por lo suyo, mayormente. El idealismo de los nuevos es eso, humo.

El ecosistema en el que respiran estos agentes tampoco es del todo sencillo. Ya hemos aludido muy someramente a la sociología del lugar en el que se mueven, un distrito en el que la palabra tranquilidad no parece existir y en el que los crímenes truculentos, los ajustes de cuentas y el trapicheo de droga lo convierten en un pozo en el que, para colmo, los altos cargos policiales parecen más preocupados por ascender en el escalafón que de poner orden en las calles. De hecho, la misma supervivencia de la comisaría está en entredicho durante buena parte de la serie: demasiados crímenes y demasiado por resolver para los escuálidos medios con los que cuentan.

Hay, de vez en cuando, quien quiere hacer las cosas bien, desde luego: siete temporadas y 88 episodios después, pienso… en cuatro: dos mujeres, ambas alcanzando el grado máximo en la comisaría, un policía en torno al que durante una temporada girará una curiosa trama de búsqueda de identidad personal, y un detective cuya pericia detectivesca no acaba de opacar que es un pringao y un pagafantas a ojos del resto. Y para de contar.

El caso es que esa complejidad que subyace detrás de cada personaje, más allá de su grado de participación en la trama, es una sorpresa dado el tono de la serie. Es un prejuicio: si hay acción uno espera que no haya más que fachada, psicología simple y cartón-piedra. Pero nada más lejos: cada personaje ofrece un comportamiento muy humano, con sus claroscuros, sus monstruos y sus luces. Les une una cierta dosis de pesimismo y de apatía vital que se acaba manifestando de todas las formas esperables, desde la furia y la rabia de quienes ven impotentes cómo sus actos no sirven de mucho, hasta la pasividad total de otros.

El caso es que las correrías del equipo de asalto pasan más o menos desapercibidas hasta que alguien se fija en ellos, consecuencia de ir a las bravas calentando al personal. Es ahí donde la historia va a sufrir sus mayores vaivenes porque la sombra de la sospecha acerca de la dudosa legalidad de Vic y de sus chicos les colocará una diana en la que él será el premio de todos estos cazadores de dentro y de fuera. Dicho en román paladino: que le tienen ganas, indudablemente. Y eso será así con todos los jefes de la comisaría e incluso más allá. 

The Shield es una historia con muchas aristas. El lado obvio es el de la actualidad del grupo de asalto y de sus miembros, pero a partir de ahí todo puede pasar en esa deprimida y deprimente comisaría. ¿Recuerdan lo de la ‘patada hacia delante’? Bien, he ahí el secreto de que el ritmo no decaiga en las siete temporadas de la producción. Pero frente a otras series en las que este tipo de táctica desemboca en un sinsentido, aquí esa espiral irrefrenable acaba regalando un par de temporadas finales que son puros fuegos artificiales. Cosas que pasan en las mejores familias.

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