
Se acumulan los años, los aniversarios, la nieve sobre el pelo y los recuerdos, y por eso la existencia de Getting Lost es relevante. En 2024 se cumplían 20 años del estreno de Lost, o Perdidos, la serie que trascendió el aquí y el ahora de la televisión tal como la habíamos visto hasta entonces. Una producción que cambió las normas y que rivalizó en dimes y diretes con temas recurrentes en el bar: fútbol, política o cualquier asunto susceptible de cuñadeo acabó opacado por las teorías y comentarios que generaba cada capítulo. Por tanto, asistir a este episodio de reencuentro, dos décadas después, es más que una celebración: es recordarnos de dónde venimos, qué éramos y qué somos hoy.
Respuestas personales que, paradójicamente, vienen desde una óptica, la de la serie, que finalizó sin dar todas las respuestas que demandamos entonces. Su final, tan polarizante como necesario por el desgaste y la deriva temática que venía tomando todo, fue un broche que hizo justicia a los años en la isla por la atención global que le pusimos a aquella última entrega.

Getting Lost reúne a casi todos los personajes del elenco en un ejercicio de nostalgia de poco más de dos horas de duración. En el mismo se concede un generoso espacio a lo sentimental: se prioriza la lagrimilla más que ninguna otra cosa, así que no esperemos hallar solución a algunos de los misterios que quedaron en el aire. Pero sí, a cambio, anécdotas de los actores, de la génesis del proyecto y de las vicisitudes que tuvo la grabación; algunas más interesantes que otras, indudablemente.
Más allá de lo puramente nostálgico, la estructura resulta bastante lineal. Y va a dar igual, ciertamente, porque lo que más le pega a uno es volver a reunir ante la pantalla a todos ellos -o casi, que hay alguna ausencia sonada-, de verles y escucharles de nuevo e incluso de revisitar algunas de las ubicaciones y revivir, desde la voz de fan de sus protagonistas de algunas de las escenas más míticas o cómo les cambió la vida -para bien o para mal- después de aparecer allí.

Es verdad que, en esta intención de reunir a todos, el tiempo no juega muy a favor de algunos de ellos. Sin el aura del contexto, hay quien carece de interés, otros que parecen encantados de conocerse e incluso aparecen en escena algunos de puro relleno, que casi ni recordábamos y que carecen por completo de carisma. A otros directamente solo les ubicarán los más acólitos de la religión.
Tal cosa resulta extrapolable al protagonismo, en mi juicio excesivo, que la cinta concede a los seguidores. Es verdad que todo el fenómeno de Perdidos se debe en gran parte a toda esa comunidad que le dio alas a cada detalle y pábulo a que cada teoría que pudiera servir para explicar lo que ocurría en aquel sacrosanto lugar, incluso las más estrafalarias. Pero de ahí a que me quiten minutos de Evangeline Lilly por escuchar las paridas del que se declara tan fan como para comprar atrezzo de la serie, pues que les voy a decir, pues no me interesa lo más mínimo. En este punto se podría haber enfocado la cuestión desde una óptica más global, sin personalizar tanto. Es una mezcolanza muy a la americana, como de true crime, que no me parece que quede del todo bien en este caso.

Por otra parte, la alusión a Evangeline Lilly, más allá de los suspiros, tiene un trasfondo menos evidente. Y es que su testimonio puede ser, tal vez, el más interesante, sólido y reflexivo de cuantos aparecen. Frente a los continuos intentos de hacerse el gracioso de Hurley (recalco la palabra ‘intentos’), por ejemplo, Kate ofrece una versión un tanto diferente y verdaderamente atinada: su reticencia a volver a ver la serie y su denuncia de saberse tras un personaje que podía haber dado más de sí y no quedar relegada, prácticamente, a ser un trofeo para los dos machos alfa de la serie, Sawyer y Jack.

El documental se reboza en la nostalgia como un cochino en el barro, pero no por ello silencia esas partes menos agradables. Y es que más allá de lo de Lilly, también aborda en la segunda mitad del metraje las situaciones de acoso laboral e incuso de discriminación que se dieron en el cuerpo de guionistas. Incluso el ‘hacedor’ de la serie, J.J. Abrahams, sale al paso para disculparse de aquello. Otra óptica que deja al aire las costuras tras una de las series más influyentes de la historia.
Poco o mucho más. El documental apareció y desapareció como por arte de magia en Filmin pero imagino que seguirá siendo accesible por alguna plataforma. Merece la pena echarle un vistazo. E incluso compartir una de las dudas que sobrevuelan cada uno de sus minutos y que solo se desvela durante los títulos de crédito. “Él se lo pierde”, viene a respondernos Abrahams.

