‘El último gol apache’ (editorial Debate) es un excelente trabajo del periodista José Manuel Ruiz Blas acerca de la vida y caída en desgracia del extinto club de fútbol Racing de Madrid (1914-1932), cuyo centenario acaece precisamente este 2024. La curiosidad arqueológica, no obstante, cede en favor de unas aventuras y un contexto que enmarcan las vicisitudes de este pionero del fútbol y que sitúan ante nuestros ojos una de esas historias que, por su romanticismo, nos hacen acuñar desde la añoranza aquello del odio al fútbol moderno. Definitivamente, el Racing fue un club de otro tiempo y casi de otro lugar.

Y es que el relato parece circular abiertamente en la pseudorealidad de puro fantástico. Se trata de un momento en el que el incipiente football apenas había aterrizado en España desde las islas británicas, maravillando a muchos y espantando a otros: ¿perseguir un balón en calzoncillos?¿de qué estamos hablando? Incluso la propia actividad física per se estaba en entredicho a nivel lúdico. Es en ese caldo de cultivo donde surgieron y murieron clubes fugaces fusionados unos, abandonados otros, olvidados la mayoría. Y es en ese punto donde comienza a escribir su historia el Racing Club de Madrid.
El club rojinegro nació en el barrio de Chamberí, donde alcanzó una inusitada popularidad en base a su juego aguerrido y su concepción canalla del juego, todo esto dicho de la manera más amable que uno sabe para resumir lo que explica Ruiz Blas en su libro.

El caso es que consiguió hacerse un hueco significativo en el ecosistema balompédico de la capital donde, de aquella primera hornada de clubes más o menos peregrinos, nos han sobrevivido dos que todos tendrán en mente: el subsidiario madrileño del Athletic Club bilbaíno y el Madrid, aún sin su título de Real. De hecho, una de las líneas que explora el libro fue la furibunda rivalidad entre los blancos y el Racing, sustentada en casi todo lo que pudiera diferir dentro y fuera del campo. Al final, eso sí, las patadas decidían casi más que los goles y tanto por una cosa como por otra, al futuro mejor club del siglo jugar contra los de Chamberí casi siempre fue algo así como tragar arena.
A la luz de los focos de los grandes y modernísimos estadios, de la música de la Champions y del marketing más feroz, se urden dramas que semana a semana apenas rozan las páginas deportivas de los grandes medios pero que, no obstante, son la base del deporte. En las lindes del profesionalismo conviven clubes de muy diverso pelaje, desde los grandes con ínfulas venidos a menos hasta los soñadores que se ubican en el quebradizo territorio del abismo económico del que todo depende.

La pela es la pela. Ayer, hoy y siempre. Por eso el Racing fue capaz de conseguir éxitos pero, al mismo tiempo, de permanecer en la cuerda floja durante buena parte de su existencia. Y es que eran tiempos en los que el profesionalismo estaba casi penado. Aunque hecha la ley, hecha la trampa, claro. Un fútbol diferente, viviendo aún de la novedad en nuestro país y tanteando su propio destino en forma de goles pero también de la gesta temprana de mitos y de leyendas, de rivalidades y de anécdotas que hoy nos pueden resultar entre entrañables y ridículas.
El contexto, pues, marca la corta pero intensa vida de este equipo madrileño. Vestido de rojo y negro y acuñado en armas como la garra, las patadas y la dureza, se posicionó sin complejos ni remordimientos como un club violento y bronco, amante de las riñas y las refriegas. Sucedió, no obstante, que siempre vivió al límite de sus recursos, que sus delirios de grandeza fueron siempre un paso por delante de la realidad financiera que día sí y día también les obligaba a una continua patada hacia delante. Qué propio, si lo piensan.

También el Racing recibió palos administrativos que contribuyeron inexorablemente a su leyenda negra. Sin ir más lejos, el de ser relegado de la recién creada Primera División, en la que no obstante sí entraron sus vecinos más ilustres, con quienes se batía el cobre hasta entonces en el campeonato regional y a los que era capaz de doblegar con más frecuencia de la que pensaríamos.
Una gira por América fue la panacea diseñada por el club para renacer. Y al margen de todas las notas históricas y de contexto sobre el club, el libro tiene su razón de ser en la narración de aquel viaje. Fue un periplo que les condujo por Perú, México, Cuba o Estados Unidos, entre otros, y en los que el Racing se vio casi siempre en el ojo del huracán de todos los problemas habidos y por haber. Si algo podía salir mal, al Racing le salió mal, resume el autor en cierto momento: golpes de estado, revoluciones, enfermedades…

Las páginas de ‘El último gol apache’ van desgranando cada una de estas etapas en las que el entusiasmo del equipo y ese pundonor arraigado en su razón de ser fueron decisivos para no abandonarse aun cuando las cosas se pusieron más y más feas. Fue un mérito para un club al que esta gira le fue denegada pero que salvó con imaginación y reclutando para la causa los jugadores que fue necesitando casi como quien se alista a la Marina.
Hoy una llamada gira de un club incluye tres o cuatro partidos. El Racing hizo más de 15, casi media temporada a lo largo de meses en todos esos países. Piensen en el tiempo de traslados, nada de aviones, por supuesto. Cansancio y la cada vez más exigua promesa de beneficios al final del camino. Aún así jamás rehuyeron el choque ni el campo ni fuera aunque ese dinero que aparecía en el horizonte como premio acabó siendo un animal mitológico que se diluyó en puro humo al final de la historia. Porque todo esto es historia, lo creamos o no, de nuestro fútbol: es importante resaltarlo dado que el desenlace resultó surrealista, muy a la altura de la trama de película que tuvo todo.
Mejor leerlo. El trabajo de documentación de Ruiz Blas es muy meritorio. No acabé de conectar del todo con el estilo, ciertamente, aunque eso es casi cosa mía: el libro se lee rápido, de forma fluida y sacia la curiosidad acerca de un club cuya historia merecía un recuerdo a la altura como el que nos presenta el periodista. Hoy los vestigios del club rojinegro son mínimos, de los que el más importante es una lustrosa placa conmemorativa que aún se encuentra hoy en la plaza del barrio que los vio nacer y, sobre todo, este tipo de homenajes hacia lo que pudo ser y no fue.
