The Newsreader y The Newsroom, dos formas de hacer televisión

Una de las cosas que tiene ir de puntillas sobre las notas que destacan un sinfín de series como las mejores del milenio de cada semana, es que permanecí bastante ajeno al (relativo) revuelo que ha generado la segunda temporada de The Newsreader. Todo ese ruido me genera una sensación de sorpresa bastante perturbadora al ser una producción que, en mi opinión, no debería llamar mucho o nada la atención del gran público. Únicamente de los que nos pretendemos sibaritas y algo gafapastiles de cuando en cuando, ejem…

Y es que The Newsreader tiene alguna peculiaridad. Comenzando por su origen: Australia. Es un detalle que habla de un relativo exotismo, por mucho que en este mundo globalizado la forma diste más bien poco de otras series ambientadas en el resto de occidente. No obstante, en el contexto de la serie tiene su importancia, dado que el marco general en el que se desarrollan las tramas tienen como fondo sucesos o episodios que nos costará bastante reconocer por su carácter más local. No importará demasiado para la comprensión de la serie pero en ocasiones nos quedan bastante lejos los temas que se tratan; algunos, al menos.

Debería haber comenzado esta reseña hablando del tema o del argumento, que es lo principal aquí: el título hace alusión, por sintetizar, a la figura del presentador de un telediario. En este caso, The Newsreader (“El lector de noticias”, literalmente) centra sus miras en los entresijos de la redacción del informativo estrella de una cadena de televisión. Y como uno pudiera imaginar hay tensión, debates éticos, politiqueo y, por supuesto, egos desmesurados.

Nos ubicamos en el telediario más popular del país, ‘News at 6’. Son mediados los años 80 y ante las cámaras se sitúa Geoff Walters (por Robert Taylor), el rostro más conocido, valorado y con mayor credibilidad del periodismo local, un veterano con ínfulas y ego desmedido que se cree la misma noticia. A su lado, dándole la réplica, la imponente Helen Norville, “una mujer florero” como llega a llamarla el otro pero que, como es lógico, se trata de una profesional dedicada, obsesionada con las noticias, con el trabajo y con una tendencia a temas sociales que choca de frente con la sociedad del momento y, por supuesto, con su propio entorno profesional, empezando por quien comparte mesa y teleprompter.

Los 12 capítulos que componen las dos temporadas que existen hasta hoy (hay una tercera en cocinas) giran en torno a ese día a día, un escenario en el que surge la figura de un joven reportero con ganas de comerse el mundo y que es, de facto, el gran protagonista de la serie, Dale Jennings.

Sucede que Jennings (caracterizado por Sam Reid) comienza a ganar presencia en la cadena respecto al papel residual de los primeros episodios a medida que va imponiendo su olfato, su ambición y su capacidad de trabajo. Le ayuda un poco la suerte, claro, porque al recién comenzado le acaba beneficiando que los más veteranos estén a la gresca continuamente, lo que le deja a huevo la oportunidad de ir ascendiendo en el escalafón.

Pero aunque este recorrido ‘profesional’ de Jennigs y la química en pantalla con Norville sean indisolubles de todo el conjunto de la serie, no es sino una de las patas del banco que equipara esta trama con la personal, en la que el periodista lidia con una incipiente homosexualidad que ni siquiera su relación con la reportera estrella (aka “la mujer florero”, interpretada por Anna Torv) acaban por ocultar del todo. Sobresale en este punto eso que comentábamos acerca del contexto social que retrata la serie, en la que los gays son aún motivo de mofa y vergüenza, lo que explica la permanente fijación de Jennings por obviar esa parte de él mismo y esconderla al resto. En una historia en la que el juego de lealtades es igualmente importante, va Jennings a fallarse a sí mismo.

The Newsreader consigue darle alas a esa parte de una manera bastante equilibrada en relación a otros asuntos sobre los que tantea la serie: racismo, machismo, derechos de aborígenes, relación de las potencias coloniales… es bastante notorio que todo el tema sentimental y de salud mental está muy presente durante toda la producción. 

Esto ocurre especialmente durante la segunda temporada donde, por ejemplo, las adicciones y las afecciones mentales adquieren una continua presencia. En general, esta segunda temporada es muy buena, mejora lo anterior y entra a saco desde el inicio de una manera más intensa. Es verdad que, por el escaso número de capítulos hay apenas disimulo en aportar a la acción una cierta premura. Pasan cosas, casi todo el rato y con una creciente profusión, algunas de ellas apoyadas en cosas un tanto inverosímiles pero es cierto que The Newsreader deja una sensación bastante aproximada a la complacencia acerca de lo que es el ecosistema de una redacción de verdad. Brillante.

***

En paralelo pero de forma no simultánea, también me asomé a The Newsroom, una serie que, a diferencia de la anterior, viene avalada por el sello de la HBO y por una gran popularidad en mi entorno cercano en sus tiempos. De hecho, me dio pereza en el momento y si me puse a ver la australiana no fue más que por curiosidad acerca del enfoque que le habían dado a algo que tenía el mismo nombre. Luego ya caí en la cuenta de esa diferencia nominativa.

Pues bien: la dejé de ver al tercer capítulo. Hay de diferencia entre ambas producciones una distancia que explica lo de las antípodas, amparada en la humildad y una relativa honestidad por parte de la australiana y una efervescencia, una impostada y adrenalítica concepción del día a día por parte de la americana. Es eso, una serie americana al uso, donde todos saben de todo, todos tienen un diálogo ingenioso en el que saben qué decir, qué chascarrillo hacer. No me interesó, demasiado pretenciosa. Busquen la otra, mejor.

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