Todo lo que tenga que ver con la infancia adquiere una voz y una dimensión más emotiva para quien ya ha sido padre. Es de esas cosas inesperadas antes de asumir tal condición y que no se manifiestan hasta que se presenta alguna de las situaciones que pueden disparar esta química. Es por ello que la lectura de ‘La puerta de las estrellas’, de la autora noruega Ingvild H. Rishoi, no acaba de ser tan dulce como anticipa el delicado formato en el que lo presenta Galaxia Gutenberg -su editorial- o una ilustración de portada realmente bonita.

Porque la historia que presenta es dura, aunque las palabras que salen de estas páginas adquieren un realce siempre suavizado por llegarnos desde una protagonista que es muy pequeña, de apenas diez años. Es una edad en la que Ronja, que así se llama ella, comienza a explicarse y a entender partes de la vida familiar que, por mucho que hasta ese momento hubieran sido fáciles de enmascarar a su entendimiento, comienzan a alumbrarse en su mente preadulta.
Estas lagunas afectivas vienen dadas por un entorno familiar de los que ahora, eufemísticamente, definiríamos como “vulnerable”, con un padre viudo que con más frecuencia de la deseable se entrega al alcohol como salida a su carácter pusilánime, y una hermana mayor que, pese a estar muy al límite de la mayoría de edad, ha tenido que asumir el papel de cabeza de familia.
Sucede que uno de los méritos de la novela es el de que, precisamente por colocarnos en la mirada de la pequeña Ronja, siempre esperamos que cada episodio de lucidez del padre acabe condenando al pasado esta situación de desamparo que sufren de tanto en tanto. Es así como asistimos de su mano a la esperanza de que, al fin, se presenten unas navidades en casa de una forma más convencional y parecida al del resto de sus compañeros del colegio: una Navidad con algún que otro regalo y, sobre todo, con un árbol que dé algo de alegría y calidez a su hogar.
No es el padre, precisamente, un modelo de persistencia en sus buenas intenciones. Aunque el número de páginas no es muy elevado leemos un par de idas y venidas por los oscuros mundos alcohólicos en los que queda comprometida su fuerza laboral y, por ende, los ingresos de la familia, con todo lo que eso supone para dos niñas que casi se ven obligadas a hacer un ejercicio de supervivencia continuo y sin poder contar con el que debería ser su mayor apoyo.
Y no es problema de sentimientos, parece que no, porque este hombre trasluce un amor sincero por ellas. Es la falta de voluntad, de fuerza de voluntad, lo que le acaba arrastrando una y otra vez al hoyo. Es en ese contexto en el que la soledad y la extrañeza intrínseca para quien está aún por hacerse hacen que Ronja trate de poner todo de su parte para que ese mundo que conoce tenga, finalmente, la luz que merece. Y en ese tránsito encuentra un trabajo, convierte a un vecino en abuelo o encuentra también un cariz paterno en los cuidados del conserje de su escuela.
La puerta de las estrellas, que toma su nombre del bar “que ojalá cerraran” al que acude su padre, opta por esa vía suave para contar el recorrido de las pequeñas aunque eso no deja de remitir a esa sensibilidad de la que hablaba al comienzo. Hay, por momentos, reminiscencias a otras grandes historias de la literatura, algunas tan universales como ‘Oliver Twist’ o quizá, en una analogía casi más certera, ‘La vendedora de fósforos’. Un libro, en definitiva, de los que te tocan la fibra con una historia compleja, con unos matices insospechados pero con un lirismo que te descoloca.
Algunos datos biográficos de la autora, extraídos de la gran red de redes. Según su ficha en la web de Galaxia Gutenberg, Ingvild H. Rishoi “nació (1978) y creció en Oslo”, ha trabajado como periodista y en su faceta de escritora, ‘La puerta de las estrellas’ es su primera novela. Anteriormente, eso sí, ha acumulado desde 2007 un bagaje de libros de relatos que, al parecer, han recibido “importantes elogios de la crítica y los lectores” que la posicionan como “una de las autoras más destacadas de Noruega”.

A propósito de este libro que nos ocupa, según leo también en una entrevista suya en La Vanguardia del pasado mes de noviembre, hay aspectos de su vida que parecen tener su reflejo en la novela. Tal vez el más significativo sea su periodo como vendedora de árboles de Navidad que desempeñó “al quedarse sin encargos como periodista freelance tras la pandemia”, cuenta en este medio.
Pero al margen de las similitudes, lo que más me ha gustado de esta entrevista es su narración del proceso creativo que dio con la novela, especialmente en lo que atañe al punto de vista tan peculiar, el de una menor: “Para mí es mucho más fácil escribir desde el punto de vista de una niña –apunta– que desde el de un astrofísico. Todos conservamos al niño que fuimos”, explica en este medio.
“La tristeza es menos si los diálogos son ágiles, y el padre ama a sus hijas. Incluso las víctimas del alcoholismo viven momentos lúcidos, inteligentes e interesantes. Esta es una novela de chicas fuertes”, se lee.
