Miren ustedes que, generalmente, no suelo abandonar la lectura de un libro. Pero uno va cumpliendo años y, en idéntica proporción, se eleva la impaciencia, más aún en el terreno literario en el que la cantidad de libros que esperan su turno es demasiado amplia como para perder tiempo. Y no digo que El enigma de China, de Qiu Xiaolong (Shanghai, 1953), sea tirar tus horas al retrete, pero sí que ciertamente me ha desconcertado un poco la propuesta y no he conectado del todo con estas páginas, sobre todo durante la primera parte de la novela.

Vaya por delante que, pese a las tentaciones, lo terminé de leer. Y lo agradezco, ciertamente, porque me ha entretenido. Pero la premisa, también interesante de por sí, acaba diluida en un mar de opiniones subjetivas que te sacan del tema constantemente. El argumento: en la China de hoy en día, un antiguo cargo del Partido es recluido de manera ilegal en una habitación de hotel para someterlo a un proceso de interrogatorios tras protagonizar una agria polémica que le señala como corrupto. Sin embargo, este personaje aparece muerto una mañana, presuntamente tras haberse suicidado. En este contexto, se abre una investigación para esclarecer el suceso para lo que, entre otras personalidades, participa el protagonista de la novela, el detective Cao Chen.
Y aunque todo tiene un tufo de previsibilidad considerable, uno se pone a leer sin más, esperando ver qué vueltas de tuerca le esperan al investigador sobre el episodio y sus circunstancias. Y sí, a medida que vamos conociendo la historia la trama va intentando darle sorpresas al lector pero, en general, toda la novela me ha parecido de una condescendencia insufrible en todo lo que atañe al contexto en el que se desarrollan los acontecimientos.
Pongamos que el punto de partida del misterio es un cargo presuntamente corrupto. Que para colmo está detenido ilegalmente y para colmo, muere. De un aparente suicidio. O suicidado, por ser más explícito. Por supuesto, lo que ha desembocado en esta situación es el férreo control de las autoridades chinas, el imperio de la apariencia y la servidumbre, la censura y el silenciamiento en internet, etc. Es decir, todo el catálogo de críticas al régimen de Beijing que uno pueda imaginar.
Que todos estos problemas están a la orden del día es un hecho pero creo que el autor comete un error de fondo al no acabar de definir el tono del libro: ¿es una novela negra en la que el gato debe cazar al ratón? ¿O, acaso, es un (gran) artículo de opinión sobre la actualidad de China disfrazado de novela? En esa indefinición nos sitúa, una comprometedora posición en la que la lectura no se hace agradable. Quizá el autor quisiera escribir un ensayo o un artículo de denuncia: me hubiera parecido atinado; sin embargo, si quiere escribir un libro de temática policíaca, me parece que patina y nos ofrece un texto carente de ritmo.
Todo este alegato de contrariedades tiene demasiada presencia y alarga innecesariamente el volumen del libro. Leí alguna que otra reseña previa y me llamó la atención una que denunciaba que estas páginas no aportan mucho contexto para entender algunas cosas. No puedo estar más en desacuerdo: estas páginas son un catálogo continuo de lo que sucede o deja de suceder allí. Hasta para alguien que no sepa dónde está ni qué es China le bastaría para atar los cabos. Nos lo dan todo bien masticadito.
Y ya no es solo el fango de entorpecer una narración como esta sino la mencionada condescendencia, el tratar al lector como ignorante y vestir las alusiones a las partes más oscuras del régimen a través de las explicaciones de los propios personajes como si, pese a ser chinos y vivir en China, tuvieran que explicarse unos a otros cada vez que coinciden en la misma habitación qué hace o deja de hacer su Gobierno. Me ha recordado a esas series españolas en las que se trata al espectador como idiota y le tienen que dar todo hecho. Ridículo y, si me apuran, hasta un punto ofensivo.
Esta crítica es muy intensa durante la primera mitad de la novela aunque eso de los diálogos acaba arrastrándose hasta casi la última página donde los fuegos artificiales que uno espera son eso: pura previsibilidad. El camino recorrido por el investigador hasta ese punto se solventa sin mucha estridencia y de una manera correcta desde el punto de vista literario. Se lee fácil, al menos, y lo que es la investigación en sí no puede resultar más cómoda de seguir. De hecho he acabado el libro con la sensación de que incluso en eso se podía haber hecho algo más: Chen se encuentra con todas las claves que le permiten avanzar en su trabajo casi hechas a partir del trabajo ajeno. Su labor es la de cohesionar la trama y hacer equilibrios políticos para cuadrar su rol como policía con lo que se espera de un cargo gubernamental, que también lo es. Malabarismos que le permiten apuntalar la resolución del caso y salvar el culo propio y de quien le importa. Como todo hijo de vecino, vaya, aquí o allí.

Iba a hablar de los personajes pero realmente pocos merecen una distinción que les haga parecer memorables. Al margen del investigador protagonista puede que la periodista Lianping sea la más destacada pero si quiero sacarla a colación es porque también representa otro de los arquetipos típicos de la China actual por las que el autor viaja sin complejos, en este caso la de la joven que ha nacido en una época muy diferente a la de sus padres y que se mueve por una ambición material que acaba siendo más poderoso que el idealismo. Esa resignación parece ser más elocuente que lo que hacen o dicen durante la novela.
En paralelo, está claro que la misma ciudad en la que se desarrollan los acontecimientos, Shanghai, también es casi un actor más. Su espectacular y rapidísimo desarrollo en apenas décadas, de aldea de pescadores a metrópoli mundial no está exenta de un urbanismo feroz que, según denuncia el libro claramente, es fuente de una corrupción institucionalizada en torno a su expansión.
Qiu Xiaolong, en cualquier caso, sabe de lo que habla. Abandonó China en 1988 para residir en Estados Unidos pero su historia personal -y la de su familia- le sitúa en un lugar preminente para la denuncia. La nota biográfica de Tusquets Editores, que publicó este libro en 2014 (un año después de ver la luz), dice que allí se gana la vida como profesor y traductor al inglés de poesía china (eso se nota mucho en el libro, por cierto) y por sus escritos, especialmente por las andanzas de este detective que le sirve para “trasladar a los lectores a la realidad social y cultural de la China moderna en una época de difícil transición”.
